lunes, 30 de agosto de 2010

The Face (veintiséis) (Tercera Inclinación)



Ha sido largo y caluroso este verano. Eterno por momentos y poco exquisito en otros. Aún así he descubierto con el paso de los días que en el género humano existen tres especies bien diferenciadas y con características propias. El hombre, la mujer y el poeta.

El hombre es un ser mentiroso, envidioso. Se arrima siempre al sol que más calienta e inventa perjuicios a imagen y semejanza. Suele ser simpático. Saluda a todo el mundo con esa sonrisa medio vertical medio insulsa. Habla de fútbol, de comidas, de negocios cojonudos y hasta algunos suelen quejarse sin argumentos convincentes. Reportan muy poco, y si alguno es capaz de hacerlo, estarás hipotecado toda la vida.

La mujer es ruin, falsa, víbora. Cazadoras de pitos, debería ser una especie en extinción. Vive de los cotilleos, comentarios y revistas del corazón que intentan aplicar a su propia vida. ¿Creen ustedes que existirían la prensa y las revistas rosas si no existieran las mujeres? Aparentemente son inteligentes (sólo en apariencia). Siempre acabas descubriendo el pastel. Un pastel sin nata montada ni crema pastelera. Una tarta con los ingredientes caducados.

El poeta no es ni hombre ni mujer. Dentro de este género existen los que están más cerca de los hombres y las mujeres que de la propia esencia del género. Son los no poetas.

Otro descubrimiento ha sido aquel en el que alcanzas a ver la bajeza del género hombre o mujer. Si un amigo te cuenta una cosa y te dice que guardes el secreto, y que mientas si es preciso para que no salga a la luz, lo haces. No sabes que estás desestabilizando la especie, y las consecuencias desde eso momento son imprevisibles.

Debes decir siempre la verdad, aunque duela. Debes definirte. Mentir para defender a un amigo es el favor más flaco que le haces a tu amigo.

Este verano me pasó una anécdota al respecto. Preguntamos a un hombre una serie de cosas sobre un amigo suyo (había hecho grandes putadas) y fue capaz de mentir por él. Pero lo curioso del tema fue su rostro y su expresión. Estaba mintiendo, y su cara se estaba iluminando por momentos y a veces era incapaz de articular palabras consecuentes. Pero soportó el interrogatorio hasta el final falsamente.

No creímos nada de lo que decía, pero él estaba orgulloso. Acto seguido, este hombre, al descubrir lo que había hecho, se reunió con un grupo de amigos (los amigos de mis amigos nunca serán mis amigos) y planearon una estrategia mucho más convincente para disponer de recursos capaces de convencer. Eso es un hombre.

En Canora sólo habitan los poetas. En Siltolá también. El examen de ingreso no tiene palabras. Basta una leve mirada para descubrir unos ojos. Los ojos del poeta.