domingo, 8 de agosto de 2010

The Face (diez) (Tercera Inclinación)



Tenemos que hablar de un almirante, un grotesco patrón de larga barba blanca y baja estatura. Una especie de Empédocles en el desierto. Un joven dios sin las hormonas del crecimiento.

La inclinación es el alma, las reencarnaciones del instinto. Seguir hablando de sí es aburrido. No sé cómo se llenan las páginas de yo, mí, me, conmigo. Volvemos al origen. Escribimos en círculo, y lo que se dijo hace muchos meses, se repite. La vida es una enorme circunferencia cerrada de la que nunca salimos.

Hablamos y escribimos. Leemos y escuchamos en silencio. Pero los hay aburridos. Esos que se siguen vanagloriando. Hoy me decía el almirante, “Si no hablan de sí ellos mismos, no lo hace nadie”. Hablar, hablar sin inclinación.

Los primeros filósofos nunca hablaron de la inclinación, en cambio sí lo hicieron del huevo. Aristófanes fue muy explícito. Iluminado por diferentes entes y causalidades terrenales, después de las estaciones, brotó el huevo del que nació Eros. El deseado.

Esos que sólo hablan de sí mismo, de sus cosas, de sus genialidades, son un huevo deseado y deseante, pero nunca llegarán ni a la primera inclinación.

Ahora recuerdo el momento justo del instinto. Huele a moho, a humedad. Es la desidia. ¿Crees realmente que eres cojonudo? ¿Te consideras un intelectual al estilo de Foxá, por ejemplo?

Ni siquiera eres el almirante. Sabes, las mismas cosas siempre producen efectos contrarios y opuestos. Te vas alejando poco a poco de la repercusión, la naturaleza deja de quererte y te conviertes en una nube de ignición, una simple nube cálida y pasajera. La fuerza de tu iluminación se apaga, como lo hacen las flores de la calabaza.

Por un momento te crees el sol. Pero no, las cosas se manifiestan en toda su intensidad, la intensidad de la justicia. Y esa evidente estabilidad que postulas se convierte en olvido. ¡Huevo, estás fuera de este mundo!