jueves, 3 de noviembre de 2011

99 (Noventa y nueve)



El mercado de La Merced y el de Sonora están muy cerca. Prefiero fumar un cigarro paseando y mirar a lo lejos el Palacio Legislativo de San Lázaro. Un mejicano con aire de suspiro intenta venderme una calavera. Entre la luz del coche que no sirve para nada y la mariposa encuentro poca conexión.

Cada una de las elecciones que permite la vida es una inclinación. ¿Ley natural o fundamento? Nos faltan tantas cosas que apartamos la conciencia de los actos. Fumar el cigarrillo, buscar las fotos, elegir entre todas las acepciones de calavera. Vemos, aprobamos y elegimos, siempre lo peor, que decía Ovidio.

He terminado la admiración, la identidad, el enfrentamiento. Un único desconcierto y no falta nada. Es un error pensar en el desorden. ¿Admirar es perplejidad? El mundo se hunde por culpa de las definiciones.

Don Nicanor no es un fantasma, ni una sombra, es verdadero, real, cuantificable. Un verso es un alcance que no logras atrapar, es un intento, una instancia, un acceso. La caricia del tiempo con una gota de lluvia, el olor a tronco de encina.

Nunca debes cambiar los problemas por la suerte, la satisfacción no circula por las venas. La forma natural es movimiento, el camino hacia la muerte.

He roto todas las fotos en la cafetería del Museo de la Caricatura. Me ayudó un tal Víctor Gabriel. Vuelvo con las manos vacías y el corazón repleto de servicios.

En el avión con un lápiz y una hoja hago espirales, son laberintos. Cierro los ojos. La mirada blanca de Juana, la humedad del mirto, el café, los tres gatos, la luna y las estrellas, la golondrina que se acerca a la mesa, la ropa tendida entre dos árboles.

¿He aprendido a soñar? Alcanzaremos la magia con las cosas humanas. Las cuerdas del bajo están desafinadas. La poesía acabó con el estado del culpable, como todas las cosas de la vida.




© Fotografía: Jasamaphoto.