martes, 1 de noviembre de 2011

97 (Noventa y siete)



La creación precisa de un horizonte limpio, puro, atemporal, siempre en proporción a nuestras deficiencias. Sin la pureza buscada se consigue la nada. Es necesario la decencia, la honradez, la inocencia.

El aire de Anaxímenes llena nuestros pulmones, reposa las conciencias, alivia las culpas pasadas. No hay una doctrina ética en los actos, tan solo hemos cambiado los problemas por la suerte de nuevo. No tengo que demostrar nada, ni Arquelao, Diógenes, o el mismo Anaxágoras. Interés e importancia, sin leyes ni normas morales.

La creación necesita un horizonte limpio, sin enmiendas, pero con muchos tachones en los cuadernos. Es la teoría de las inclinaciones, la doctrina de la mala condensación. Los elementos dan origen al esplendor.

Con envidia tampoco hay literatura. Ni Porfirio ni Empédocles. Adorar los altares repletos de mirra o de pasión es poseer emulación, desatino.

Lo noble es apogeo, el firmamento es sólido como la verdad. Recibo las oportunidades en la observación del hombre y la naturaleza. Lo inmenso e infinito es puro como los milímetros. Hay que ser malo para ser envidioso.

Estoy ya muy cansado que todos los días se haga tarde. He parado el reloj. Escucho a los pájaros pero no los observo, es de noche. Luchamos para llegar a ser rapsodas. Homero sonríe. Todos ofrecen ese aspecto gozoso, de esperanza.

La envidia y la imperfección –que es suciedad- anulan los objetivos, la creación adquiere propiedades secundarias.

Hay tres ranas muertas en la piscina. El cloro ha acabado con sus vidas y se han hinchado. Aumentar de volumen es exceso, engreírse. Las tres se envidiaban. Las tres no eran limpias: Dioniso, Eurípides y Jantias.