domingo, 20 de noviembre de 2011



HAY una niña loca gritando a las puertas del laberinto, en el centro del bosque. Mientras leía una entrevista a TRR la niña loca levantaba la voz. He cerrado los ojos, he calculado el precio de este sueño para reprender, aborrecerla. No he tenido fortuna.

Es la mediocridad. Este país está repleto de escritores de poco mérito. Ellos son los que auguran, los que sostienen el tronco de la encina más grande. Pero son ramas secas. Hay que permanecer ajeno a la religión, a la política, no apartarse es panfletario.

Hay que ser rama verdeante, naciente. Las lecturas son hojas, la calidad la savia. Esa es la independencia. Favorecer el silencio, amparar la soledad. La verdad es un camino que conduce hasta el centro, es el ensanchamiento.

Esa niña loca busca un sillón en la Real Academia, una letra, simplemente una letra. Minúscula o mayúscula. Pero todavía faltan palabras en el diccionario. Es la mediocridad.

Conocía desde hace muchos años la grandeza de la obra de JRJ, pero ahora, mientras converso con Tomás, hablamos del Rilke español. Vuelvo a cerrar los ojos y digo mucho más, es mucho más. Es más grande que esos inmensos poetas de nuestra vieja Europa. No hay letras ni palabras –aunque falten-. ¿Y esa definición que no aparece?

La niña loca ha mejorado el aspecto pero no la condición. Hay diferentes tipos de mediocridades. Está la pura, la que viaja en un chasis de cartón. La que, envuelta en terciopelo, no alcanza ni la “a”. La de la niña loca. La del poeta social. La que nunca está en riesgo y siempre en contingencia. Es la mediocridad.

Y en tan grande despotismo Platón los distribuye entre las artes, es su vergüenza. El pudor, la justicia y la naturaleza.

¿Fortuna o merienda de negros? Los mediocres ni son Sócrates, ni están amparados por daímõn, ni conocen el ímpetu, el esfuerzo, la paideia. Son lo mismo, siempre más de lo mismo.

Hoy vuelve a hacerse tarde. En Madrid no hace frío. A las puertas del María Guerrero espera Pablo. Tengo que buscar mi paradigma. Cierro los ojos y recito el verso de Francisco de la Torre: “Sigo, silencio, tu estrellado manto”.