martes, 29 de noviembre de 2011



DAR una oportunidad a la conciencia es un hecho sublime. Hacerlo con indecencia es de necios. Y el ignorante, que es humano, precede los actos con las indagaciones. No quiero a nadie, no puedo hacerlo. Lo ha dicho ya mi madre.

Hubo una vez un pájaro que me quiso bastante. Cantaba en los encuentros, saltaba de alegría. El ave se marchó en alianza.

Estoy en esta habitación de tres por dos y medio. Rodeado de libros y de cartas que mienten. La soledad y el silencio han dejado de ser un sueño, se hace tarde. He descubierto a personas que desean ser consigo mismo. No hay elección, ni prendimiento, ni constelaciones, ni estrellas fugaces. Han decidido ejercitarse en eso que denominan sistemas de ecuaciones lineales. Es la diferencia. Conseguir un objetivo premeditado en base al habla.

Poco a poco, aunque sea tarde, van descarnando la mitad oculta. La noche es ya la noche, la triste realidad sin fin alguno. Te he pedido que vuelvas y permaneces en el frío. Le has quitado toda la sal a la vida. Cuando observe tu rostro no podré mirarte a los ojos, aunque lo intente. Buscaré la oscuridad, la noche plena y sus matices.

He preguntando al sapo de la piscina si todo aquello que guardé en el cajón, junto a la ira y la nostalgia, permanece. El anfibio valiente, pues salta en busca de las ramas, no responde.

Preguntaré en la noche al resto de animales. Las piedras no hablan. Los árboles resisten.

La diferencia entre una ecuación lineal y otra de reducción de sombras, es vuestro propio rostro. Un pájaro, un sapo, un árbol y algunas ramas. Nada es comparable a este silencio. De ninguna manera. El no ser es escaso, encarece las oportunidades.