martes, 8 de noviembre de 2011



Hay un gorrión cejudo que no desea serlo. Se hace llamar pinzón y canta en todas las estaciones. Mientras le hablo otorga un repertorio regional que acompaña. Renegó de su especie cuando recibía clases de sonidos melodiosos en su juventud. Su pareja le abandonó por una paloma doméstica una noche de frío.

La escritura nos hace confundir las apariencias. Las cosas semejantes siempre están al revés. ¿Oyen? ¿Pueden escuchar? El verso de los mismos es igual, representa un oficio, muy buena construcción, ejecución correcta, perfecta compañía. Pero el pinzón no atiende, necesita el zarpazo, el golpe que le deje sin aliento. Los versos del silencio, esa chispa de mayor importancia. Lo que falta en los mismos que no tienen los otros.

Cuando al pinzón, gorrión o a esa ave, le recito a Colinas, viene la pausa. Es listo el renegado.