lunes, 28 de noviembre de 2011



ES la sencillez. Siempre ajena al artificio, carece de ostentación, ingenua en el trato, pero inteligente. Sin doblez ni malicia.

Subo las escaleras. Infinitas, que me llevan a casa, a tu casa. Duele el cansancio. A mis años nunca había consentido tantos sentimientos de pena y de congoja. Es el íntimo amor, la eterna vida. La noche y sus afectos. Siempre es tarde, pues el tiempo es vida y es tierra.

Llego a la puerta pero sigo para arriba. Viajo a la azotea. Al tiempo del sentido: los jóvenes poetas, un antiguo linaje entre Platón y Novalis, un mundo temporal que invade nuestra alma. Esa es la sencillez.

Hay un eco en lo alto. Las estrellas y la noche repiten cuando digo. Nunca las constelaciones tuvieron su reposo. En plena oscuridad llega la luz. Es la claridad. La armonía. Este cielo es soledad.

He dejado tu casa para vivir contigo. He vuelto a la azotea y aún busco el anillo. No hay nada más. Un laberinto inmenso, un bosque con sus árboles, unas nubes con formas de poemas, un mar azul y piedras silenciosas. También vienen deseos, juventud, un sueño y la alegría.

Ese verso que no aparece sin espacio nunca brota, es un presentimiento. ¿O tal vez hay una fuerza superior que dice que estoy vivo? Es el prodigio, tan solo su presencia. No existe nada más allá.