miércoles, 9 de noviembre de 2011

Memorias de un comerciante de versos (Siete)



En el mundo editorial hay dos mafias fácilmente definibles. La primera son las asociaciones de editores y la segunda las distribuidoras.

Los amigos de los políticos de turno y menosprecio acaban como directores ejecutivos de las asociaciones de editores. Así, cuando había ayudas, estaban presentes en todos los repartos y favorecían a sus contactos, allegados o simpatizantes, amén embolsarse el máximo posible de la tarta. Se ha editado basura en este país. Si hablamos de crisis como derroche, en libros publicados se puede hacer una inmensa exposición de motivos.

Una comunidad autónoma mediocre, con publicaciones que inundan los sótanos de sus administraciones públicas, que se pudren, y ni siquiera llegan a las bibliotecas. Así es España, un país de cantina, mariachis y pelotazos.

Con la llegada de los recortes un conocido me enseñaba unas publicaciones, promovidas por una asociación de editores, sin más interés que el papel, la tinta y el olor. Las ayudas persisten para los enchufados, aunque no se tenga dinero para las farmacias.

Los editores asociados suelen tener una revista de reseñas donde publicitan sus obras. Las del ejecutivo salen en portada, las otras deben pagar un canon que oscila entre los libros editados en un año y las letras que el banco rechaza. Un pellizco.

Las distribuidoras llegan a controlar a las editoriales. Se llevan el 60% del precio de venta al público, pagan a noventa días y ¿quién controla sus liquidaciones? Dicen que tienen a unos comerciales que enseñan las novedades a las librerías y éstas deciden.

Así los autores siempre están enfadados con la editorial. Su libro no aparece en la papelería de la esquina de su casa junto a las novedades de Paulo Coelho o Pérez Reverte.

Los autores son graciosos. Quieren su obra en el escaparate, entre las lunas, en formato destacado y con un poco de neón.

Si ningún editor mandara sus novedades a las distribuidoras y remitieran, mediante una logística controlada, los libros directamente a las librerías, se acabaría una mafia. Pero claro, entonces te multarían de la asociación de editores. El director ejecutivo, enchufado y amigo del político que gobierna en la comunidad, tendría capacidad para controlar tus decisiones, incluso de retirar tus obras de la librería.

Por fiscalizar y manipular se hace hasta en los descuentos. ¿No se puede vender al precio que salga en gana? ¿No estamos en un país libre? ¿Qué siglo es éste?

Y entre todas estas cosas, el autor sigue llamándote, escribiéndote o mandándote sms, preguntando las librerías dónde se encuentra su obra magna. Es que tiene amigos que han ido a un lugar y no está su libro.

Un librero amigo y listo, me dijo una vez que había autores –con gafas de sol y gorro- que habían preguntado por una obra (suya y propia desde luego). La vanidad por encima de la cacharrería.