Siempre viene la muerte inundándolo todo. Te avisa, contrariada, de su triste presencia, y aparece de pronto, como en el catecismo. Los amigos que intentan jugar al escondite, acaban en su sombra. Es la muerte una joven con rostro de princesa, con cuerpo de muchacha, con voz de gran poeta. Si decides que pase sin hacer de las suyas, encontrarás un hombre, su hermano, su guardián, el alma de los necios que vela por la imagen, el mismo que aparece inundándolo todo, en las noches de mayo, cuando todo es silencio, cuando todo es amor. Siempre viene la muerte a este centro del parque.
Hay que apartarse, hay que dejar pasar su sombra negra. Si toca tu presencia debes saber que has muerto, si lo intenta y escapas, has salvado la vida. Cuando habla bajito, casi al atardecer, procura estar muy lejos, lejos, más lejos, más. Nunca acude a la fuente, la que mana la vida. Tampoco duerme en tierra, ama los buenos lechos. Hoy la muerte me ha dicho que vaya preparando un libro de Novalis y tres cuadernos grises. Quiere que en su destino escriba ese poema que nunca pude ver ni terminado.
Ha llamado mi madre, dice que le visita. Respondo que se esconda, que la deje marchar. La muerte es esa puta que dispara improperios, que convence hasta el sabio para sobrevivir. La muerte nunca acoge, determina el misterio. Hoy me duele el estómago, el aliento está helado. La muerte se ha plantado en la cama conmigo. Le he dado un beso justo, y le he dicho te quiero. Mañana nos veremos en el centro del parque.