Una duna se mueve como lo hace un verso, sin premeditación. Va dejando que el aire le otorgue una reserva acomplejada, sin poder desvelar las contraseñas. Suele ocurrir de noche.
Siempre es mediodía en Kensington Park. Mientras el mundo gira y los ángeles aman, hay una luz que viene y nos convence a todos. Es la luz del misterio, es la propia verdad que nos lleva hasta el sitio, al lugar de la duna. Espacio transparente donde los hombres leen y se crea la poesía. Y en ese instante mismo, tenemos diez minutos para hacernos momentos. Hay silencio. Una mujer pasea en bicicleta y se observa la vida a cámara muy lenta. La sangre de los cuerpos fluye con armonía, se respira diciendo que gozamos de esencia, de la justa verdad, de una sobria expresión sin resultado exacto.
Siempre es mediodía en Kensington Park. No me aparto del centro para seguir tan vivo. Sentado en ese banco te esperaré sonriendo, mientras duren los tiempos podré amarte desnudo, sin nada entre las manos, más que un libro de Parra y una rosa amarilla que en Londres he buscado.
Siempre es mediodía en Kensington Park. Llueve un secreto que no desvela nadie, y la duna se mueve. La duna es la poesía. Un corazón de arena que el viento determina. Y entre todos los versos, hay una luz helada, la ignición de la palabra siempre en la cultura. El amor de nosotros, los mismos.
Siempre es mediodía en Kensington Park. Suele ocurrir de noche. La duna va avanzando por el centro del parque.