lunes, 4 de abril de 2011

El huerto y la tumba: el faro



Quiero que en mi huerto, el huerto deseado, esté la tumba negra. Y que sea el faro de todos los poetas. ¡Qué grande es Colinas! Tal vez el mejor libro que publique Siltolá en su existencia presente y pasada. Es difícil que Antonio llegue a crear una obra tan profunda y silenciosa. En cada verso observo la teoría de las inclinaciones, y sonrío.

Hay una generación de escritores jóvenes, con un cuerpo de lecturas y un criterio magnífico. No llegan a los treinta años, son muy pocos en España, pero dejan ver un futuro más que prometedor. Además, y creo que es lo más importante, han descubierto la verdad y la vida. Miran y observan. Entienden y creen. Indagan y saben. Antes de emitir un juicio leen. Y no se dejan influenciar por nadie.

Poco les queda a las glorias efímeras, tan falsas como las reseñas en los medios. La historia de nuestra literatura fue manipulada hace años. Se emitían juicios de valor que iban pasando de generación (poética) en generación. Y así nadie tenía una oportunidad aparente. El poeta bueno era el que ya venía en el cliché de los anteriores, como fotocopias idénticas en diferente papel de color. Los nuevos poetas no permiten que se encienda la máquina copiadora. Tienen criterio (¡tan ausente durante tantos años!).

Y nos han enseñado, y nos enseñan, que los descubrimientos estaban ahí. Siempre han estado. Cuando alguien me dice “menudo descubrimiento”, sonrío. En los últimos días tengo muy buen humor (¿?).

Quiero que mi muerte sea un huerto, y una tumba, y un faro. Me acerco a los jóvenes sabios y poetas, y no piden nada (¿no os suena extraño?), no quieren nada, solo aprender y escuchar. Sus lecciones son la vida, en una tumba negra. Con un gran huerto deseado.