Buscamos el tono. La armonía entre la existencia y la propia creación. A menudo pienso que estas líneas apenas tienen interés. Y siempre siento esa vergüenza digna del consuelo. El silencio de algunos me aprisiona. La flaqueza de otros enorgullece. Ante una llamada repito mi opinión de las antologías:
Una antología debe ser breve. Un puñado escaso de poemas de cada libro, y una conjunción superior que dignifique el tono común. Ampliarla siempre es un error. Hay versos que, el paso del tiempo, desvanecen en la espesura del bosque. Y aunque entremos a rescatarlos nunca hallaremos un ritmo propio y el equilibrio armónico.
Ahora todo es recuerdo. Los ojos de Luis mirando a María tras el cristal de unas gafas de pasta. El pelo de Antonio en Ibiza recitando el poema de Simonetta Vespucci. El cuello estilizado, elegante y poético de MVA, siempre ante la vigilante mirada de Rafael. La boca de Claudio y sus labios blanquecinos, una expresión que era un don.
Ha perdido la carta el interés. Es más fácil encender el ordenador y expulsar correos electrónicos con destinatarios inciertos. Incluso en ocasiones se convierten en CC o en CCO. ¡Es triste! Recibir una carta es un lujo de otro siglo. Las cartas eran armónicas. Conocías al remitente por la letra, el color del papel, la tinta del bolígrafo o la pluma. Disfrutaba con las cartas mecanografiadas y corregidas a tinta.
Encargué hace años la ordenación de todas las cartas que tenía en cajas. Consiguieron organizar veintidós carpetas. Las últimas cajas quedaron sin abrir. Esta pasada semana, y con motivo de la petición de un organismo público, abrí las cajas cerradas buscando unas reseñas. Y descubrí un infinito mundo de recuerdos cerrados y precintados.
Agitados por las aspas de un molino y por la fuerza de Noto y Apeliotes, los testimonios de la memoria escaparon del cartón arrugado. Buscamos el tono mientras los sucesos resucitan.