sábado, 16 de abril de 2011

8. (En el centro del alma)



Dice don Nicanor que el aire de la playa es más puro que el aire de los montes. Y debe ser así. Caminar sin oxígeno entre los matorrales siempre deja señales. Vuelve a decir mi madre que me quiera, que me abrace un poquito. Caminar sin amor entre los hombres nos lleva a lo insensato. Es lo justo. Fue un verso en un poema, buscaba el magisterio en unas citas y acabé como siempre: en el centro del alma. La voz de una mujer que ya se va apagando. Comienza desde arriba para acabar muy bajo. Tan abajo, que los niños se acercan a escucharla entre los labios. La sílaba, el fonema, una palabra errante, todo vuela bajito, el susurro es aliento. Puedes llegar a oír el corazón, sus latidos de fondo como banda sonora. Es el centro del alma.

Volvemos a la infancia. Este parque infantil de donde nunca salgo. Saludo a los recuerdos, los olores los dejo como segundo plato, para el postre una imagen. El fin de este paseo es conocer al niño, es la transformación, la ola que nos mece y nos arrastra fuera.

Hay un dios en el mar que abusa de nosotros. Le molestamos dentro. Hay un dios en el mar que se convierte en padre. Y somos los de nunca, los desagradecidos. Hay un soplo de viento que no resulta puro. De pequeño, todos los niños éramos cabrones. Mire don Nicanor, no volveré a la playa, y el monte lo regalo. Un obsequio donado mientras quiera morir. Con los brazos me estrecho, la espalda apenas cabe en la melancolía. Siento un dolor muy grande que me roba mentiras. Las que dicen tus ojos, se aparecen en lunes. A las doce del tiempo.

Nunca he estado en el parque en este mediodía. Cuando el sol nos irradia un estado civil. Cuando el calor aviva y no empieza a sentirse. El payaso me entrega una flor amarilla. Las paredes del cielo se nos presentan verdes, y debo describirlas. Un tono rojo con farolas de ambiente, y en la cocina un sueño: he encontrado el amor en este cielo, pero debo morir para tenerlo.