La habitación está siempre ordenada. El orden de la vida es impropio del orden de la muerte. Los libros y las sombras me acompañan. Arrastro la estantería por el pasillo y miran con una ingenuidad desconcertante. No me caben los libros. Acudo de Marylebone al Paseo de la Palmera. Hace mucho calor y no recuerdo, ordeno las ideas. Entre la dispersión, causada por tu olor a hierba fresca, y el sufrimiento, no consigo acabar nunca el poema. ¿Se debe acabar algo? Todo es siempre el comienzo. Todo empieza después, nada se inicia antes.
Un día las limpiadoras dejaron una nota encima de la cama. Una nota precisa. Era la integración.
Can not be cleaned books
Los libros no se limpian, los libros se devoran, se leen. Una manzana verde y un libro, se ven en el espejo casi siempre. En la literatura todo lo imprevisible es prescindible. Igual que el simple orden, incansable y veloz. Como esos pájaros que habitan en la infancia, donde quiero volver.
Lo bueno de ser luz es la mirada. Estar seguro entonces, que nadie vendrá a odiarnos, ni los imprevisibles. Lo bueno de ordenar está en el caos. Nadie puede dejar de estremecer el orden.
Los poetas se marchan. Los poetas no acuden, con la galantería, a las fiestas políticas. Los poetas se expulsan. Su poder de palabra es manifiesto, nadie quiere temblar. Por eso los poetas, que son los del lenguaje, no pertenecen a veces a las desilusiones. Y el orden vuelve a irse y a quedarse conmigo. Las reglas ortográficas de la caligrafía se colocan de acuerdo al rigor conferido. Los libros y las sombran ocupan poco espacio.