viernes, 15 de abril de 2011

7. (Nunca pasa la angustia)



Con las palabras se busca la verdad, ese veneno que diferencia al hombre de sí mismo. No he podido querer como te merecías, e intenté demostrarlo con los árboles, los pájaros, las plantas, las sílabas dibujadas en un cuaderno limpio. Este día es muy extraño. Las nubes van perdidas, y el cielo está muy bajo. Apenas la blancura de una sola palabra ha caído otra vez afuera de la llama. Locos y sin memoria, hemos tomado la costumbre de elegir tristes sendas, los caminos del centro que molestan y asombran. Es la justa medida, la desesperación. En el medio del parque, sin levantar el vuelo, la letra del dolor acaricia la hierba.

¿Dónde estás? ¿Has llegado? Tengo lágrimas repletas de cenizas. Sin claridad esta felicidad se convierte en necesaria. En mi pueblo, hace años, un niño paseaba una cartera grande. Los libros debían tener los picos doblados. Nunca pasa la angustia sin hacer el saludo. Me sigue donde acudo, es una sombra negra con torres y con casas. El colegio es amor, el dolor es el alma que empieza a despedirse.

Solo se vive bien en el silencio. Miras lo que deseas, duermes con la esperanza, las campanas advierten que existe compañía. Todos estamos solos, en silencio. Te dije, alguna vez, que la duración es una acción humilde; no me acostumbro a ti, ni siquiera a la necesidad de un nombre como el tuyo.

La silla está vacía. He dejado la manta apoyada en el tiempo. He querido ver ojos, tus ojos, en el cuaderno sucio. Cuando encuentre tus manos las llenaré de trigo. Ahora debo escribir, dibujar las maneras de sostener un silencio que nunca dice nada. Y hablamos para siempre.