He cerrado la puerta sin esperar que vuelvas. Debo acudir a Bloomsbury House, y debo hacerlo solo. Bajo las escaleras despacio, espero verte recordando los ojos que se pliegan distintos. La muerte arranca al hombre su alegría, pero miro mis manos. Un temblor de memoria es como el viento físico. Cuesta mucho abrir el portal de la casa, la corriente de aire y esta puesta de sol, precisamente ahora, impiden al corazón su apertura. Si ha nacido el amor este tiempo lo entierra. Unos bancos de piedra y ese olor a cocina me acompañan al metro. Se acaba la saliva y la sed la he buscado, es un deseo de rabia que tienen hoy las cosas: las creencias, las sombras, las alucinaciones. Cuenta la historia que se llamaba Marta. Hoy es tu cumpleaños, y mi primer regalo ha sido una llave cansada que ayude a hacerte fuerte. Una llave distinta, compatible, que abra todas las puertas, los corazones rotos, la memoria del alma que se consume ahora, mientras estemos juntos.
Si estuviera escribiendo lo haría con versos huérfanos, el tamaño del llanto logra quitar la sed. Arranco de la niebla una dulzura, y el cristal como la vida, se ilumina. Te recuerdo muy bien, un día alzó los brazos, y ese día fue persona. Dice la ciencia que se llamaba Guadalupe. Las cartas sin respuesta si me quedaba quieto. O el banco de madera donde me refería, eran las narraciones que adquieren importancia. Censuraste mi mundo, estas manos recientes y hasta el brillo verdoso que desprenden mis ojos.
He vuelto, una luz se ilumina junto a la chimenea. Relata la verdad, se llamaba Loreto. Me han temblado los labios pensando que has llegado. Pero no descansabas. Un día te enterraron. Hace ya treinta años.