Hay días en los que el aire falta. Intento respirar a ritmo de campanas pero no me doy cuenta, lo que me falta es un poco de ti, un poco más de luz. Pero la luz molesta si entra en línea recta. Suelo bajar persianas o correr las cortinas, creando un ambiente íntimo, un refugio perfecto que permita a las sombras acampar a sus anchas. Los veranos solía encerrarme, desnudamente, evitando que ese rayo dañara los secretos del alma. Ahora soporto un poco más la herencia de la luz y sus conjuros. Pienso en la luz como pienso en la verdad. Hay que decir que no, y perder la patria, la casa, el mundo. Hay que dejar el corazón y pasar las hojas como pasan las puestas de sol, oscureciéndose un poco.
Una nube con forma de poema ha cubierto al sol temeroso. Es una nube alejandrina. Por arriba es muy blanca, y mientras bajas la vista, se va haciendo más gris hasta confundirse en el cielo. Debemos refugiarnos, han cerrado los bares y las farolas tardan más de la cuenta en encenderse. Es una premonición, un desconcierto. La diferencia que existe entre una nube alejandrina y una nube endecasílaba, es la misma que existe entre un hombre y un verso.
No me canso, soporto el frío con carbón y vino. No molesta la luz. Anochece. Sigue faltando el aire aunque te tenga cerca. ¿Estás ahí? Debes decir algo, que también nos cansamos los que tenemos hambre.