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sábado, 2 de octubre de 2010

Don Pedro



Pedro González Puerto, es Don Pedro. Mi maestro, mi profesor, y por fortuna, mi amigo. Cuando era muy pequeño me dio clases y los avatares del destino hicieron, hace algunos años, que volviera a tenerlo en mi vida.

De vez en cuando quedamos a charlar y a recordar viejos tiempos. Ayer hablamos de La vida alrededor, y lo hicimos con una naturalidad casi eterna. Consultó lo que debía consultar, preguntó las dudas y apenas resolvió lo indescriptible.

Atrás quedaron las galletas y los castigos. Recordó mi sonrisa. Siempre estaba contento en la época colegial. A veces me recuerda con otros compañeros de promoción, y dice que siempre sonreía.

La vida, con el paso del tiempo va cerrando un poco los labios, y la expresión del rostro se convierte en ausente.

Lector empedernido, enseñó a sus alumnos lo mejor de sí. Nació en Cáceres y pasó toda su vida en San José de la Rinconada. Un muy político municipio sevillano.

Ahora su vida transcurre con su familia, las partidas de dominó y las charlas con sus amigos. De vez en cuando le sobreviene un achaque impulsivo que supera con un buen Rioja.

De Don Pedro aprendí lo bueno de las cosas. Pero estuvo mucho tiempo ausente en mi vida, tal vez por eso me volví cabrón.


sábado, 14 de agosto de 2010

El comunero infiel



Hace años conocí una comunidad de vecinos muy peculiar. Personas normales que habitaban sin miedo, y un presidente que cobraba por realizar sus funciones. Una asamblea había permitido que el elemento recibiera unos honorarios por sus labores. Sus actos eran los propios de un cargo honorífico, lo que cada vecino de manera puntual debe realizar.

La piscina de la urbanización estaba destrozada. Las teselas faltaban, el agua turbia, un enorme olor a cloro. Incluso si te sumergías en la gloria el bañador cambiaba de color.

Todos los días, tempranito, el señor presidente y la primera dama se hacían unos largos en el estanque ante la mirada perpleja del resto de vecinos. Como un Fraga en Palomares, pero a lo bestia.

Poco a poco fue cambiando los elementos comunes de la urbanización a su imagen y semejanza. La primera dama aportaba su grano de arena manido. Los vecinos llegaron a dudar si era su casa o si habitaban en el sueño de los justos.

Cerró la puerta de entrada, modificó los horarios de juego, cambió el mobiliario, hasta la jardinería fue sustituida por espinos punzantes y verdes. Prohibió las visitas de los no residentes y hasta inventó un himno comunero.

Cuando algún propietario se enfrentaba al cargo electo, respondía airado bajo la atenta mirada de su señora: “¡Esto es Cádiz, y aquí hay que mamar!”.

Y así pasaron los años hasta que llegó el bicentenario. El pobre presidente viejo y arrugado fue perdiendo fuerza, que no poder.

Un día llegó a la comunidad una joven morena muy bien dotada. Los vecinos corrieron a casa del señor presidente. Lo arrojaron a la piscina con una horma de su zapato atada al cuello. Y todos dieron la bienvenida a la nueva presidenta:

-“¡Adiós cojones, hola chocho!”.


viernes, 19 de febrero de 2010

El antiguo notario



El antiguo notario de Viapol, don Mariano Toscano, me llamaba Canalejas. Si cruzábamos el pasillo nos mirábamos con la cabeza a medio agachar y emitía ese lamento indolente: “¡Canalejas!”.

Pasaban los años y en una ocasión necesitaba urgentemente una firma del fedatario público. Acudí a su despacho y el oficial indicó que don Mariano se encontraba en el bar. Ya en el bar y con ese tono lánguido exclamó:

¡Niño, tu trabajas aquí con lo que vales!

Firmó los papeles no sin antes invitarme a una copa de manzanilla fresquita. Acabamos cantando, y como no podía ser de otro modo, cantando por Canalejas.

"Entraba por la ventana
en la prisión que sufría,
entraba por la ventana
una paloma traía
desde tierras muy lejanas
besos de la mare mía".



¡Qué vida!





jueves, 14 de enero de 2010

Fue un miércoles



Nací un miércoles. No era un día frío, aunque en Puerto Real comenzaba a llover. No fui al hospital, nací en casa. Con ayuda de una mujer y los nervios de mi padre.

En esos años la publicidad no era como ahora. Mucho John Deere, colchones Sema, Bra, Dyc, Estrella del Sur, Philips vendía radios. Los primeros televisores se llamaban Kolster, y el modelo Venecia Imperial de 23 pulgadas era un auténtico lujo.

Estaban avanzadas las obras del nuevo muelle de Bonanza.

Rafael Laffón escribía en ABC cosas bellísimas, y a noviembre lo anteponía de protocolos. Santiago Montoto también hacía de las suyas, y la Maestranza era la Maestranza.


martes, 1 de diciembre de 2009

En Moguer con mi Custom



Siempre me han gustado las personas a las que hablas el lunes y debes esperar que contesten los jueves. Y eso con fe. José Antonio era así. La segunda gran estancia de mi vida la pasé en Moguer. Allí conocí y compartí mis sueños con Ventura, con Diego Ropero, con Juan Cobos, o con José Antonio.

Tantos y tantos recuerdos en pleno comienzo de la adolescencia, que colapsan la salida de la mente y la hacen imposible.

Las calles de Moguer blancas, muy claras, el olor a pan recién hecho entraba por la ventana de mi cuarto. Un piso compartido con un restaurador de imágenes sacramentales.

Si me levantaba de madrugada tenía compañía: las sombras de los santos, los brazos por el suelo, las coronas encima de las sillas…

Mis primeros poemas se publicaron en Moguer. La serie Motivos apareció en 1983. Los primeros lectores fueron imágenes de santos a punto de ser restauradas. ¡Cuánto silencio!

Ahora echo en falta el ruido de una guitarra eléctrica. No sé si a Loquillo y a Luis Alberto por Madrid. Aunque el último disco de la Jiménez Sarmiento es bueno. En una breve guía de audición recomiendo escuchar tres canciones, y por este orden, “Mis labios por tus piernas”, “Sin frenos” y la genial “Sin salida”.

¡Cuánto ruido en esta última! Y a mí que la Custom de esa canción me suena tanto, ¡tanto!.


lunes, 30 de noviembre de 2009

Cometas y veletas



El Colegio del Santo Ángel de Puerto Real era un edificio blanco, con un patio inmenso y lleno de ruido. Cuando iba a clase siempre estaba contento, principalmente porque nunca pensaba en el colegio. Apenas tengo recuerdos de él.

Pero algo que no logro olvidar eran las apariciones intermitentes del hermano visitador. Siempre llevaba una lata de mantequilla ZAS entres sus manos. Y en la lata caramelos de pétalos o flores color violeta, con olor y sabor a violetas.

Esos caramelos los tenían las abuelas o el hermano visitador.

Gracias a él aprendí de memoria las tablas de multiplicar, las reglas ortográficas y los ríos de España.

Siempre decía que existían dos tipos de alumnos, los cometas y los veletas. Con el paso del tiempo apliqué esa teoría a los poetas. Poetas cometas y poetas veletas. La experiencia y la nueva sentimentalidad. La poesía y la poesía.

El hermano visitador te decía en clase, delante de tu profesor, que si acertabas las preguntas que te iba a hacer te daba una torta, pero podías coger una violeta. Si fallabas, también recibías torta, pero esta vez sin caramelos.

Acumulé muchos caramelos que me resultaban extremadamente empalagosos. Y los cambiaba por canicas a los compañeros en los recreos.

Un día la cometa quedó enganchada en la veleta del viejo edificio. Nunca volvimos a ver al hermano visitador. Desde la ventana de mi clase, siempre le enviaba un saludo a esa veleta.


martes, 24 de noviembre de 2009

La muerte y la esperanza



Juana era la tía de mi padre. Habitaba el ala sur del caserón de Marqués de Comillas. Enviudó joven y desde entonces su compañía eran las monjas y los árboles.

Cuando tuve tres años organizó una boda. No conocía a la novia, y fríamente, sigo sin conocerla. En el patio de pilistras y naranjos y bien caída la tarde, aquello era una mezcla de sacramentos irrenunciables.

Pantalón corto, pelota en mano, y ella con muñeca antigua. Más que una boda parecía un desfile.

Nunca entendí esa boda. Intenté recordar y escribí varios poemas. Nunca la comprendí.

Mi tía falleció hace muchos años, con el mismo moño blanco y las horquillas saliendo del cabello, queriendo escapar de la vejez. De luto riguroso tenía la tez muy clara, y los mofletes rojos, sana como una pera su vitalidad era una adivinación.

Me acordé de la boda en los camerinos, cuando tocaba el bajo. Pasé a la Custom. Más eléctrica, más tocable, más sacramental.

Cierro los ojos y observo a mi padre comiendo cañaillas. El ritmo del bajo hace que vuelva a cerrar los ojos. El sentido de ritmo, el tono, la esperanza. En el fondo un verso es la consecución de notas musicales. Y un poema es la canción de nuestra vida, de la boda que nunca existió por los juguetes.


lunes, 23 de noviembre de 2009

Alta mar



Nací en la calle Marqués de Comillas número 1. Un gran caserón gaditano. Junto al mar. Olía la sal que entraba en las ventanas. El mercado estaba cerca.

Aprendí de los buenos lo malo y de los malos lo eterno de las cosas. Crecí rodeado de empleadas de mi padre, pero aguanté mucho.

Cualquier opinión podría resultar contradictoria, e incluso, puedo meter la pata con ello.

El silencio para olvidar y el recuerdo para vivir. La nostalgia es el símbolo del arte.

La última vez que estuve en Puerto Real el viento de levante era capaz de mover los contenedores de basura. Pero incapaz de tirarlos.

Y ahora descubro que la vida, la literatura, es incompatible con cualquier tipo de existencia. Lo que hago de día es la sombra de la creación en la noche.

Y van pasando las hojas de los calendarios que se doblan, como se dobla la cara cuando tienes paperas.

Lo que más me hace disfrutar es arrojarme al agua en alta mar. Abrir los brazos y respirar, oler. Sentir su grandeza en mi cuerpo. Al mar le tengo respeto, pero nada de miedo. Forma parte de mi existencia.


domingo, 22 de noviembre de 2009

¡Más se perdió en la Isla…!



Mi madre siempre ha dicho que no puedo querer a nadie que me quiera, porque yo no me quiero. Y mi padre utilizaba en vida y a menudo la expresión “¡Más se perdió en la Isla!”.

Tuve conciencia de esas palabras de mi padre el día que hice la primera comunión. Con esfuerzo y ahorro, mis padres me regalaron un reloj. La marca del mismo era CETIKON. Andaba más contento que la leche cortada enseñando a todo lo que se movía el reloj. Corría con la mano derecha (llevo el reloj en la derecha desde niño) delante del cuerpo y a una altura prudente. Así veían el reloj antes que mis pasos.

Pero ocurrió lo que ocurre en las noches de mayo. Perdí el reloj. Mi padre me arreó una sonora bofetada, y tras ella un beso en la frente. Y mencionó las palabras mágicas: “¡Más se perdió en la Isla!”.

Antes, Juanillo el del Vacie, al ver mi reloj, exclamó “¡Hostia, un CEIKO!”. Le hice ver que era un CETIKON, pero tras arrancarme el reloj de la muñeca, abrió la caja y con una navaja borró las letras T y N. Desde ese día, y antes de perderlo, mi reloj era un CEIKO.

Juanillo, también llamado el del Vacie, acudía al vertedero del pueblo donde escarbaba en la basura. Sus manos estaban siempre negras, y sus bolsillos cargados de motorcitos, hierros y elementos de poco uso.

Un día lo expulsaron del Colegio. Saltó el murete de los vestuarios, y se coló en el de las niñas, retirando la toalla de La Patro justo cuando salía de de la ducha.

¡Qué buena estaba La Patro!
En los recreos íbamos al puesto a comprar el desayuno. Y los niños pedíamos una Patro. Y la Patro no era ni más ni menos que la palmera de huevo. ¡Qué buenas estaban las Patros! Figúrense cómo estaba La Patro, la de la toalla.

Hace varios meses la volví a ver con sus hijos. ¡Más se perdió en la Isla!


jueves, 12 de noviembre de 2009

El perdón público: Arriba y Abajo



Hace años me pidieron que fuera el pregonero de la Cruz de Arriba de Villarrasa. Para quien no conozca este pueblo de Huelva, debo indicarle que desde hace mucho tiempo mantiene una rivalidad entre sus dos grandes espíritus. La Cruz de Arriba y la Cruz de Abajo. La esencia del municipio manifestada incluso entre las propias familias.

Invitado a tal evento, y de protagonista, acudí antes de tiempo con objeto de conocer de cerca la antropología cultural de los devotos.

Todo fue generosidad. Una calle completa, tal vez varias, con las puertas abiertas. La semana grande de la Cruz de Arriba. Como el Rocío, pero a lo bestia. En menor espacio más grandeza social.

Y no pararon de hacerme entrar de una casa en otra. Toda la tarde estrechando manos y brindando con los seguidores de Arriba.

Cuando llegó el momento del pregón, y sobre el estrado, descubrí que la articulación de las palabras era poco coherente. Cerré los ojos y pensé. Tenía dos opciones, la primera salir corriendo antes de hacer un ridículo espantoso. Pero ¿sería capaz de correr en mi estado o me lincharían antes?

La segunda opción la llevé a cabo. En ese estado nada fingido, leí el pregón completo, completísimo. De vez en cuando me tambaleaba por los efectos beodos, pero mecía el ritmo como buen hermano de Arriba.

Desde lo alto, no descubrí los asombrados rostros de los buenos vecinos. Me dijeron que la cadena local grabó la vergüenza.

Esa segundo opción tenía otra parte, al terminar y dar las gracias, salir corriendo. Me montaron en un coche y a volar.

Quiero pedir disculpas al municipio de Villarrasa de Huelva, y a sus devotos fieles de la Santa Cruz de Arriba. A todos, perdón. Los de Abajo se reirían un rato, y seguro que su pregonero el día del ofertorio no bebió lo que yo.

Han pasado unos años, y de vez en cuando paso por el pueblo. La gente es magnífica. Gracias y disculpas.


martes, 3 de noviembre de 2009

Poesía y Objetividad (Productos líricos industriales)



Nos enseñaron que habrá un juicio. Nos dijeron que sería justo (no lo creo). Aprendimos todas las cosas que quisimos asimilar, hacer nuestras. Pero nunca nos hablaron de la objetividad.

Leo con amargura notas bibliográficas de poetas locales con “tititantos” premios a sus espaldas. Y ya están preparando nuevos envíos. ¡Y se creen poetas! Pasan más tiempo en la estafeta de correos que delante de su cuaderno. No saben lo que es crear, fabrican churros.

Y de calidad, ni hablamos. No puede existir calidad en la fabricación. Son productos líricos industriales.

Es digno y lícito presentarse a un concurso literario. Es muy digno. Una forma de publicar, de coger unas perras, de hacerte una apuesta con un amigo (hace años Abel Feu y un servidor hicimos una apuesta en un certamen, uno quedó primero y otro segundo, había dinero para los dos ganadores).

Pero el “poeta porra”, el de los premios abundantes, el que se compró la enciclopedia, desconoce la objetividad.

Yo te digo, Poeta porra, sigue así, ya no te cortes. Intenta seguir ganando unas perrillas y cenando gratis en las entregas de los cheques al portador. Pero mírame, no te cortes joder, mírame, lo que haces no es poesía, y se la comerán, como a ti, los gusanos.


jueves, 29 de octubre de 2009

Celso Pareja-Obregón



Celso fue un hombre bueno. Aristocracia sevillana. Puertas abiertas. No creía en las clases sociales, defendía el valor del ser humano independientemente de su origen y semejanza.

Celso vivió muchas anécdotas.

Una le ocurrió estando en la finca La Pilarica (Gines) (actualmente Urbanización La Pilarica) y siendo adolescente en la temporada de primavera, antes de irse a veranear al Hotel Playa de Cádiz donde se pasaba cerca de 3 meses y, acto seguido, a Lanjarón hasta la llegada del frío.

Lo cierto es que entre él y sus hermanos tenían que organizar un festival benéfico en la plaza de toros que existía entonces y como reclamo, llamaron a Pepe Pinto, en aquellos momentos era una gran figura del cante. Llegado el día y estando la plaza a reventar comienzan a ponerse nerviosos porque el tal Pepe Pinto no aparece (entonces no existían lógicamente los móviles. Más tarde Pepe les comentó que había tenido un percance con el coche que lo traía).

De modo que la gente empezó a cabrearse y ellos no sabían qué hacer, y de pronto y en vista de que algunas personas comenzaron a tirar almohadillas y a levantarse, a Celso no se lo ocurre otra cosa que salir fuera y decir que Pepe Pinto acababa de llegar.

El resto de los Pareja-Obregón le dijeron "Pero ¿estás loco? ¿Dónde coño está Pepe? ¿Qué vamos a hacer?" -"Nada (dijo Celso) todo está solucionado; acabo de hablar con PEPE EL PINTOR que canta maravillosamente y le ponemos el sombrero de ala ancha con su traje de corto, le acompañamos con la guitarra y ¡asunto solucionado!".

Manolo Pareja Obregón se quedó pensativo y le dijo "Pero Celso ¿Y si ven que no es Pepe Pinto?" "Pues nada hombre ¿Qué diferencia hay entre Pepe Pinto y Pepe el Pintor? Ninguna. Les decimos que el que ha puesto el cartel se ha equivocado y que el que tiene boca se equivoca."

El tal Pepe el Pintor cantó de muerte de bien y Juan de Dios Pareja-Obregón que tocaba magníficamente la guitarra le acompañó de manera formidable.

¡Todavía no saben si alguien se dio cuenta o no. Nadie protestó!


martes, 29 de septiembre de 2009

Se servirá una copa de vino español...



Irreverente. Leo los álogos y saco esta conclusión. Irreverente. La vida es lo que tiene. Una gracia especial que te lleva en volandas por las historias, una pensión de muerte donde descansas cuando no estás en casa, o tal vez esa farola que se enciende y se apaga a tu paso.

De la pensión tengo buenos recuerdos. Sobre todo las sábanas con más bolitas que un billar holandés. El armario (la maleta) estaba bajo tu cama, y al llegar debías hacer el inventario reconociendo de antemano que algo faltaba. Era el inventario en diminución de propiedades.

La pensión estaba frente al Hotel del Prado. Cuando quedábamos con alguien siempre se citaba en la puerta del hotel. Era más seguro. Daba menos miedo. Y el hambre en invierno en Madrid, era hambre. Entrábamos en una cafetería y uno pedía la guía de teléfonos. Mientras se entretenía al camarero, otros llenaban los bolsillos de pinchos o de porras.

Lo mejor la página de las convocatorias o agenda del día. Eso de “Se servirá una copa de vino español” sonaba a gula, a bodas de Caná. Soportabas la presentación de un libro, una exposición o una conferencia de la que nunca importó el tema. Y algo te llevabas en el cuerpo pues esa copa siempre se acompañaba con algún canapé.

Con la boca llena una vez me preguntaron, “¿Qué le parece la poesía de Jesús Hilario Tundidor?”

A lo que respondí: “Me encantaría leerte mi libro de amor, Salónica”.


domingo, 20 de septiembre de 2009

El pastelito rosa y otros recuerdos de la infancia






He comentado en alguna ocasión que la vuelta a la infancia en los poetas es sumamente difícil y complicada. Querer plasmar en unos versos esa etapa de tu vida resulta terrible.

De la infancia recuerdo muchas cosas, y las describo en texto. Principalmente porque Franco tuvo la culpa que el pastelito rosa nunca tuviera nombre. Entramos en una pastelería y pedimos un petisú, un palo de nata, un borracho, un tocino de cielo, y… un pastelito rosa. No lo llamamos de otra forma. Franco odiaba tanto a los maricones, que cuando el pastel salió del armario mantuvo como nombre su propia descripción. ¡Qué mala suerte tuvo el pobre pastelito rosa!

Y ¿qué me dicen de los dibujos animados de nuestra generación? Nos enseñaron a llorar, a ser duros, a descubrir la realidad, la maldad, la puta vida en general. Ahora los jóvenes ven peleas, carreras de coches, las wiis, mandos a distancia, mariconadas en general.

En nuestra época era complicado. Descubríamos la vida con los dibujitos ya que nuestros padres nos decían realmente poco.

Con Marco entendimos la mala leche que pueden tener las madres. El pobre fue de Italia a Argentina en busca de su madre. Su padre se quedó en Italia, en la taberna. Marco cuando llegaba al pueblo perdido argentino donde había estado su madre, ésta se acababa de ir. Siempre se acababa de ir la muy jodida. Y el pobre solito y desconsolado. ¡Qué mala era la madre de Marco!

Con Vickie el Vikingo descubrimos el mundo de la droga. Se metía dos o tres rayitas de coca, y ¡cómo no le iban a salir las ideas! Tenía la nariz el pobre siempre roja e irritada.

Con Mazinger Z nos acercamos al mundo del amor postizo. Esa Afrodita A, con dos enormes pechos de silicona, que todas admiraban. El boom del postizo surgió en nuestra generación.

Y con la abeja Maya comenzaron los síntomas del machismo y la explotación sexual. Mientras el flojo del zángano Willi dormía y permanecía tumbado, la pobre Maya trabajaba y trabajaba con cuidado para que la malvada Tecla no se la comiera.

Lo de Heidi fue un horror. Recuerdo tantos y tantos engaños y crudezas con esos dibujitos que no quiero ni pensarlos. Pedro se la beneficiaba en el monte, y después tuvo que llevar a Clara en sillita de ruedas por todas partes, hasta que ésta se levantó. Pero ¿no era inválida? ¡Qué va! Nos engañó a todos. Y el abuelito liado con la señorita Rottenmeier. Ese perro Niebla enrollado siempre con Copito de Nieve. ¡Qué serie! Eso sí que era un culebrón venezolano de los de Boris.


miércoles, 9 de septiembre de 2009

Los mejores años






Mi padre nació en Hinojos (Huelva) y mi madre en la Macarena (Sevilla). Se crió en un corral de vecinos (corrala) de la calle Antonio Susillo. Allí vivió con sus hermanas y sus padres.

Mi abuelo, Antonio Menéndez, trabajó en el Alcázar. Su familia era asturiana. Se cuenta que un día vinieron a visitarlo por su segundo apellido, Berjano, pero él se tomó a coña lo que le dijeron. Yo con el tiempo me tiré de los pelos.

Por el destino que nos sigue y prosigue, nací en Puerto Real (Cádiz). En la calle Marqués de Comillas. Muy cerca del mar. Pegado a él. Los cubos de cañaillas fueron mi recuerdo de la infancia, como los antipoemas de Nicanor Parra.

Esa habitación de Antonio Susillo, junto a Feria, la ocupé durante años. Allí tenía mis libros, mi mesa. Recibía la visita de poetas, y aunque en invierno debíamos salir al servicio común del patio, las mejores lecturas las recuerdo de esa fecha.

Allí conocí a Pepe Cala, y a tantos, que me atrevo a decir que fueron los mejores años de una vida.

Acaricié los muslos de quien se dejó amar, y leí los versos que quien se dejó leer.

Hoy he pasado por la puerta y un bloque moderno de apartamentos oculta la pureza y la nostalgia. Después he acudido al cementerio de San Fernando, debía ver el Cristo de las Mieles (y a mi padre). Susillo se lució.


jueves, 9 de julio de 2009

Nostalgias de un gaditano



A veces la poesía provoca una infección terminal y tremendamente contagiosa. Recuerdo a Luis Rosales en 1991, de la mano de Antonio Porpetta. Y a María (la casa siempre estaba encendida para ella). Sus palabras de tono vivo y apagado, su mirada tras los cristales de las gafas de pasta. Y el movimiento de sus manos, que era, como un rostro en cada ola.

Ahora recuerdo mucho. La ebriedad de Claudio Rodríguez, el señorío pausado de Antonio Colinas y sus llamadas desde Ibiza. La visita de Jaime Siles vía Viena. Las numerosas presentaciones de Aquilino Duque. Las cien cartas que recibió Guadalupe Grande, la hija de Félix. La tosquedad temblorosa de Antonio Hernández. La caballerosidad de Antonio Enrique y José Lupiáñez en Granada.

El pesado viaje en tren desde Almería con Mercedes Escolano y Rafalito Inglada. Otro viaje menor, también gracias a Renfe, a El Puerto, a casa de José Luis Tejada (menor, por ser más corto, se entiende). Pablo García Baena en El Baúl, o María Victoria Atencia y su letra cuerpo de cisne.

Era otro momento, otra vida. Los interminables bocadillos de calamares que nos hemos tomado Abel Feu y un servidor, por el puente de Triana. La foto mordiendo una manzana con Ana Rossetti. El fallecimiento de Lola Luna. Jesús Aguado y Juan Carlos Marset de la mano por la Rábida. El respeto a José Luis García Martín. Los duros momentos del funcionario valenciano José Julio Cabanillas.

Podría no terminar nunca. Esto se pega, es peor que la gripe A. La vida, la poesía. El recuerdo.