miércoles, 31 de agosto de 2011

35 (Treinta y cinco)



Llevo media vida luchando con los desvíos que atacan mi poesía. Acechan, se esconden, maltratan. Descubrir los matices y admirarlos ocupan la otra media.

Hay desvíos engañosos, que fingen ser matices. Se establecen y piensan, tienen su propia libertad. Ellos hacen discurrir lo que no es. Ellos saben mentir como los grandes. Hay un desvío azul, con cara de ciruela. Se ha colado en un verso.

Por eso, cuando quiero, tomo los poemas escritos y los escondo en un cajón muy hondo. Cierro con llave y los dejo allí varios meses, incluso años. Como un desvío requiere el alimento, acabará tan muerto como esas golondrinas en la casa del sabio. Cuando abres de nuevo el cajón de la mesa, lees el poema y descubres aquello que tienes que eliminar. Lo ves tan claro que el desvío se ha marchado, ha muerto, se ha quedado en el fondo del hueco.

Los matices en cambio no precisan de comida. No hablan, no se inclinan. Ellos son tan puros que nunca se han escondido en ninguna certeza. No hay matices malvados, todos ellos son libres.

Los desvíos son nómadas, los matices sentencias. El zumo de acerola quiere dejar de ser lo que no ha sido. En cambio el de tomate precisa de pimienta, de sal y de ternura.

Un desvío es un gitano que vive en la poesía. Un matiz es un fruto que enriquece al verso.

Después de media vida, los desvíos los expulso. Los matices no vienen, hay que ir a buscarlos.

martes, 30 de agosto de 2011

34 (Treinta y cuatro)



Aparentaba ser un genio, decía que todo lo hacía bien. Sus amigos le respetaban y le admiraban. Nunca nadie le vio trabajar, ni siquiera leyeron un escrito suyo, y aún así era reconocido por sus grandezas.

Espero que Simón termine de hablar con Beatriz para proseguir nuestra conversación pendiente. Lugano aguarda entre montañas. He observado que en algunas insinuaciones telefónicas el joven se ha cubierto la boca con la mano derecha, como guardando un secreto. No sé si ella se apellida Portinari, lo que es cierto es que él la llama Bice.

Ante los fracasos personales, profesionales y literarios los enfermos justifican sus ausencias con grandezas, y dan a entender lo que no existe, lo que no hay. Una vez, hace mucho tiempo, un tipo de esta forma comunicó a sus amistades un suceso lastimoso. Los conocidos reaccionaron con plena ebullición. Promulgaron halagos, edictos, hasta adularon al ser con el reconocimiento de hechos y acciones que nunca había realizado. Ni él se lo creía, ni ellos tampoco. La vida es tan falsa como lo son nuestros actos.

Pierdo la paciencia con Simón. Bice lo tiene embelesado. Una mujer capaz de dirigir comportamientos humanos es una mujer fingidora.

Todo es aparente, todo es engañoso. Desde la luz que observas hasta el tono del teléfono que anuncia una llamada. La dedicación figura entrecortada por el sonido del viento en los árboles del cuadro de Neville. El cielo es una mancha y el hielo cristaliza en el vaso. Nada es lo que parece. Buscamos, reemplazamos.

Simón me enseña una antigua foto de Celia con Sara en París. Estaban en Boulevard Saint-Michel, justo en la puerta del Hotel de Suez. Se conocían desde hacía años, Celia trabajaba en una emisora de radio y admiraba la labor de Sara en acciones sociales.

Todo es lo que aparentas, un vestido elegante, el sombrero caído hacia la izquierda, unos guantes recogidos y apretados en la mano. Todo parece nada. Y tú sigues creciendo ante tus amistades, inventando fantasías que el tiempo borrará como ocurrirá con tu sombra en el camino.

Por favor –dijo Simón-, Beatriz desea conocerle”.

lunes, 29 de agosto de 2011

33 (Treinta y tres)



No es más religioso el que escribe de religión. No es más político el que convence a sus súbditos. Escribir, escuchar, convencer. He recibido una postal de Dante, de su casa. Pasada por la tumba de Beatriz. ¿Hay mayor política o religión que la poesía de Dante?

En el aeropuerto de Ezeiza es difícil encontrar un taxi. Voy abrigado. Los 35 kilómetros que lo separan de la capital argentina son interminables. Tengo la postal de Celia y la postal de Dante entre las manos.

En una ocasión un ser humano preguntó sobre las habilidades lingüísticas del filólogo. Mantuve mi silencio pero dejé hablar a una señora que otorgaba bendiciones. Decía molesta que los filólogos eran unos incultos, y lo que se enseñaba hoy en las universidades era irreal, religioso y político. Están adoctrinando cerdos.

Los filólogos se asemejan a los cigarrillos que completan un paquete de Marlboro. Todos del mismo porte, talle encallado y juntos, unidos. Un filólogo es un religioso en potencia, un político en un mitin. ¿Han leído los filólogos? Salvo honrosas excepciones, poco o nada.

Celia vivía en la calle Guise. Una avenida muy larga y recta. Dice Meredith que nunca ha visto un ensanche igual, en su época los cruces de las manzanas no soportaban círculos geométricos, la vanidad no se reflejaba en las poblaciones. ¡Todos son egoístas!

La verdad se acumula, los enemigos enseñan lo que no se debe hacer, el laberinto condiciona una realidad que no es visible. Dentro del laberinto solo verás el cielo, el infierno de Dante.

Me ha recibido un joven muy atento en la casa de la calle Guise. Le he enseñado la postal de Lugano y ha respondido que si un día tiene dinero visitará ese paraíso del mundo. Busco la semejanza del joven, he recibido una luz que se ha marchado. Me recuerda a alguien. Es su comportamiento, su rostro, su nariz.

Disculpe –indica el joven-, me ha llamado Beatriz y debo responderle”.

32 (Treinta y dos)



Se conformaba con poco. Amaba la verdad y estaba orgulloso de lo que tenía. Su vida le llenaba. Los amigos de mis enemigos no podrán ser mis amigos. Ellos han cerrado el círculo, su libertad de elección les delata. Busco enemigos camino de Buenos Aires. Llevo la postal y unas señas antiguas de Celia Zaragoza.

Tengo miedo. Nunca encuentro enemigos, tengo ladrones de almas a mi alrededor (y ladrones de libros). Un enemigo es un egoísta. Suelen ser mayores, tienen más edad, más vida y menos vergüenza. Se han forjado con dificultad y desconfían de todo. Miran a la derecha, a la izquierda, atrás. Un enemigo es un ser de ultratumba, claro que, ya fallecido, se escuchará la frase: qué bueno era el pobre.

Todos los enemigos suelen reunirse para comer. Las mujeres son falsas y los hombres prepotentes. Un enemigo solo aparenta bondad, pero cuidado, es una bondad más engañosa que el humo del avión sobre el Atlántico.

José Luis agradece el cumplido. Es un cumplido real. Es verdadero. Antón hace lo propio con el regalo. Pablo desconoce. Rafa corresponde. Todo lo que uno tiene a su alrededor es cierto y real. Todos menos la política y la religión. La verdad debe tocarse para resultar cierta.

El avión ha hecho dos o tres vaivenes de desconcierto. La música amansa a los nerviosos. Este café de altura sabe a rayos. No debo entregar a Abel ningún tablero, ya tiene dieciséis.

Los enemigos de mis enemigos tampoco serán mis amigos.

domingo, 28 de agosto de 2011

31 (Treinta y uno)



Si apenas conocemos a los hombres que nos rodean, ¿cómo vamos a conocernos nosotros mismos? Meredith otorga esa reflexión entre líneas. Su escritura es vital, aunque también es compleja. Cuando muestro una cara de sorpresa Barrie me corrige, desea que todos los renglones queden claros, que la comprensión fluya.

Dentro del libro argentino de 1945 había una postal. Una imagen de Lugano y su lago, las montañas, las viviendas de descanso, y un cielo azul artificial de impresión.

Sara escribe a Celia. Sara descansa en Lugano tras viajar por Italia y la Costa Azul. Sara vive en París.

Celia Zaragoza fue una periodista argentina. Vuelven a visitarme las sombras. En Buenos Aires hace mucho frío. Me gustaría haber estado en Lugano, descansando en el lago, y ser el portador de la postal en su largo recorrido hasta Argentina. Los pájaros siguen dejando sombras en el césped. Son sombras pequeñas.

Sara no era Willoughby Patterne. Ella estaba en Lugano y no en el lago Constanza. Tal vez apretara los labios. El sentimentalismo siempre acaba en suspiros.

Para satisfacer nuestro instinto egoísta debemos herir a nuestro propio yo. En cualquier dirección. Da igual Lugano, Constanza o Como. Todos los lagos están libres del mundo.

Nada es capaz de impresionarme, ni comprendo ni estoy en lo cierto. No censuro las palabras del poeta que alaga al desconcierto, las sacudo.

La libertad es una gran desdicha, lo asombra todo.

30 (Treinta)



Trataba hace años a un grupo de amigos a los que respetaba, quería y escuchaba. No eran definidos, eran determinados. Su falsedad, manifestada habitualmente en los comportamientos, se dejaba entrever en algunas acciones. En una ocasión le comenté en privado a uno de ellos, que sus actos fingidos e hipócritas me dolían. No era partidario de lo simulado y ausente de veracidad.

Desde entonces dejaron de hablarme todos. Los amigos de mis enemigos nunca serán mis amigos, serán mis enemigos.

Los enamoramientos egoístas existen. Hay que diferenciar el calor del frío. La pasión del desamor. Si volviera a nacer pediría no ser mujer, aunque también pediría no ser hombre. No quiero volver a nacer. Una vez es muchísimo, dos es ordinario.

La sombra del pájaro es muy pequeña. Como lo es la cabeza de El egoísta. Joyce escribía artículos en una revista del mismo nombre, y desató la pasión de Pound, Yeats o el propio Wells. Todas las sombras son pequeñas, y están ausentes de fingimiento.

Una sombra muy alta, que está pegada al cuerpo, simula un verso largo. Las sombras de tus brazos suelen ser verso corto. Las ramas, paraísos, una rosa de luz y alguna espina (¿o tal vez es metáfora?). Lo que no se define contamina. Elegir, elegir, nunca lo olvides. Y si debes llamar a la puerta de otro, educado, correcto. Lo hipócrita es mentira, la poesía verdadera.

sábado, 27 de agosto de 2011

29 (Veintinueve)



“De tanto amarse, él mismo se asesinó”. Lo decía Meredith en El egoísta. Leo la edición de Emecé de 1945, argentina. Traducida penosamente por Eugenio Díaz del Castillo. De una página a otra sin encontrar el sentido que el autor de Portsmouth transmitía. Se deja entrever. Vuelvo a la lengua de origen en el Kindle. Apasiona.

Cierro los ojos y recuerdo a María. Era diez años mayor pero estudiaba lo mismo. Se interesó por los libros cuando su vida estaba resuelta. Vivía en un barrio residencial de las afueras, un barrio humilde. Ella vestía de princesa y hablaba con la boca pequeña. ¿Humilde o egoísta? Llevo unas semanas redactando un texto al que deseo titular “El egoísta”, pido permiso a Meredith aunque es Barrie quien lo otorga. Siempre responde Barrie.

Desde hace unos meses, cuando los clásicos han llenado la pasión, tomo los libros de poesía de José Luis Piquero. Su poesía me apasiona, es auténtica, verdadera, como la edición original de Meredith. Su tiempo es de otro mundo, su poesía contiene los ingredientes que pocos poetas pueden descubrir.

Hace frío a esta hora de la noche. He colgado un cartel en la puerta invitando a las sombras a que pasen de largo. Estoy muy cansado. Dice Mauricio que utilizó la luz oriental para colorear el estilo de Chandala Sûtra. Y esa luz la observo, la encuentro muchos días en el sol de este sur que tanto aburre.

Me gustaba como olía María, sus cremas debían ser caras (eso pensaba en el momento). Su piel era egoísta, las absorbía todas. Recito un verso de Piquero y otro de Catulo. Todos los ojos están en el espíritu. He retirado el cartel de la puerta. Necesito a los fantasmas, un estado de locura, reconocer que el amor es eterno mientras dura. Necesito llorar y abandonar el mundo.

Odio a los seres tristes, a los reflejos, solo estremece la rebeldía, el desconcierto. Suena el teléfono, hay llamada de Chile a estas horas. "Diga don Nicanor..."

viernes, 26 de agosto de 2011

28 (Veintiocho)



Me han visitado dos niñas. Eran niñas morenas. Escuchaba a Delibes y leía un poco a Rilke cuando sonó el timbre de la puerta. Al abrir encontré a dos seres sin rostro, eran pequeñas y delgadas. Anochecía. Me dije: leer un poco a Rilke es bastante asesino, nos visitan las sombras.

De las cabezas solo distinguía sus cabellos, las caras eran apariencias. Corrieron hacia el porche bajo de la luz de la farola que se enciende se apaga cuando voy hacia ella. Vinieron de nuevo sin decir nada. Entonces descubrí que Loreto y Susana me habían visitado.

Las invité a pasar de forma reiterada aunque ellas preferían permanecer inmóviles en la puerta de casa. Los espectros o ángeles que visitan a vivos llevan siempre en las manos una rosa y un sueño. La rosa era amarilla.

Pensé por un momento que hacer algunas fotos serviría en la locura. Entre rápido a casa, tomé la cámara, y al salir descubrí que marcharon deprisa. No estaban. Todavía podía oler a la rosa en el porche. Lancé varias instantáneas al lugar donde antes habían aparecido. Muchas, casi infinitas.

Encendí todas las luces, dejé en el patio zumos, golosinas, chocolate. Nada. Al llevar al ordenador las fotos de la cámara comprobé que su imagen quedaba reflejada. Estaban las dos. Con la misma apariencia.

Sus manos se movían en distintas versiones. Intentaban decir, hablar, comunicarse. Tengo cerca a los muertos, y también a los vivos. No es justo que pronuncies mi nombre si tú fallas. Los errores de siempre seguirán en tu vida. Los amigos de nunca marcharán para siempre.

Necesitas hablar, escuchar, responder. Tienes hueca la vida. Es un tronco de árbol. Hay que ver lo que os gusta dar la nota. ¡Sois tan impresentables!

Desde el día de las fotos sigo oliendo a la rosa. Esa rosa amarilla. Intentaba escribir algún poema pero ni un solo verso quería desprenderse del sueño de las niñas.

jueves, 25 de agosto de 2011

27 (Veintisiete)



Loreto siempre decía que los ángeles negros buscaban la verdad por encima de las cosas. Y las cosas no falsas, sus cosas, venían de madrugada.

La primera vez que la vi estaba con unas amigas en un banco del instituto. Hablaban con el tono de voz ensimismado. El ruido del centro confundía los matices, no obstante, el apaciguamiento siempre queda en lo cierto. Paseaba cerca del mismo banco los días posteriores al encuentro. Incluso en una ocasión dirigí las palabras hacia ella mientras recibía una respuesta propia de mujer: “Hola”.

Ese hola me supo a terciopelo. Comencé –como un mal temido- a escribirle poemas, y semanas después, cuando dispuse de un número ejemplar (tres o cuatro), me dirigí al banco de marras. Le acerqué los folios mientras indicaba: “¿Son para mí, verdad?”.

La mujer, que no es tonta, había descubierto el acercamiento, la verdad y los matices de mi rostro adolescente.

Su novio era un pamplinas. Decidió cambiar la realidad por los paseos inciertos en su pueblo. Se alimentaba de todo cuanto le contaba los lunes. Y descubrí la grandeza de la belleza de sus ojos negros.

Tal vez por la proximidad de su muerte, tan joven, especuló con la conciencia, y dejó de ser mujer a ratos, lo mismo que esperaba sentada en el banco los lunes.

De Loreto aprendí, sobre todo, la vida. La belleza de unos ojos de mujer y la soltura de expresión.

La última vez que me visitó, estaba dormido, comenzó a recordar el nombre de todas y cada una de sus compañeras de instituto. La que le acompañaba, la que resultó dama de honor en el certamen de belleza local que había ganado, la que fue pillada con la chuleta en el muslo en un examen de Historia. Todas estaban cerca, pero ninguna era. La única muerta era Loreto.

Loreto era un ángel negro que ahora me visita. Loreto me quería y amaba mis poemas, aunque nunca entendía nada. Nada parece nadie.

miércoles, 24 de agosto de 2011

26 (Veintiséis)



Mauricio es como un primer amor al que intentas conquistar con la palabra, pero resulta que él te acaba conmoviendo, sin esa necesidad de los juegos y virutas propios de los enamorados. A mi primera novia la veía los lunes. Quedaba con ella en un banco del instituto y hablábamos del fin de semana. Vivíamos en localidades separadas y la distancia acusaba una imposición que se convertía en límite.

No paraba de hablar hasta que el timbre que anunciaba el comienzo de las clases sonaba retumbando. Íbamos al aula juntos. Ella se sentaba justo delante, con una amiga. Yo detrás, solo. Cada vez que volvía la cabeza recordaba su rostro en los apuntes.

La arquitectura de la construcción literaria debe ser vida. El reflejo de todo cuando hemos vivido y hemos dejado de hacer. Sin los recuerdos es imposible plasmar la inteligencia.

Me he reído mucho con Mauricio. Ha vivido a lo grande y a lo pequeño. Ha sufrido, ha enfermado e incluso, ha sentido la necesidad de la soledad en los instantes de aturdimiento.

Cuando Loreto falleció acudí a su casa. Ante su cuerpo inerte recité tres poemas que dejé allí, en esa cama gris e inanimada. Salí pitando, con las gafas de sol y un deseo de venganza que nadie reconoce.

He vuelto a ver a Loreto en múltiples ocasiones. Y era ella. Debía decirme cosas y sobre todo, dar las gracias por esos poemas que escuchó en silencio.

Dice Mauricio verdades como puños, pero que no logramos ignorar. Permanecen. En Barcelona hace un calor sofocante.

Aparece una mosca dentro del taxi. Viene pidiendo paso. Intento atraparla con la mano pero escapa. Me ha sacado la lengua. Tomo la palabra y a menos de un metro disparo. Ha caído sobre el asiento. La muerte y la soledad nos acompañan. Es nuestra arquitectura. La única verdad, la condición de hombre.

martes, 23 de agosto de 2011

25 (Veinticinco)



Es muy fácil caer en la trampa de la poesía actual. Todo en ella es artificio, en sí la trampa es un acto ilegal, ilícito. Se envuelven los versos en marroquinería y el fulgor es sombra, el adalid sucumbe.

No dejemos que la nada nos corteje, que nos cubra parcial o totalmente. La pureza es la fuerza de la tierra. Nos debe dar igual que la tierra esté húmeda o los terrones secos. La tierra es energía, eficacia, capacidad, amor.

Leemos a Platón, a Anaximandro, a Heráclito. La tierra y el principio. La mentira se usaba como falsa verdad, pero dábamos cuenta de las apreciaciones.

Tengo un acebuche con un tronco hueco. Le he puesto piedras blancas. Ese vacío interior es un artificio donde caen los pájaros. Las piedras atraen con su belleza y brillantez, pero el tronco está hueco. No hay nada. El aire representa los versos que no dejan los desvíos. Ese espacio no es espacio.

La poesía que se escribe ahora, como el tronco hueco, se llenará de piedras, y su peso extremado cansará las visiones.

He vuelto a meter la mano en el hueco del tronco, apenas queda espacio. Solo hay posesión.

lunes, 22 de agosto de 2011

24 (Veinticuatro)



Vamos cerrando el círculo. Dentro del laberinto todo se ve de forma diferente. En el centro del bosque la lluvia apenas condiciona, un olor majestuoso sube desde la tierra hacia las ramas, las hojas. Hay una niebla falsa que evita ver mis pies. Es el olor a ciencia, una gran confusión.

Lo verde es ya marrón y lo marrón es verde. No debemos seguir manifestando gracias, hay que entrar en materia, encender el cigarro, consumir la última gota de licor de este vaso amarillo, despedir a los necios que vienen sin llamarlos, vender todos los libros que nunca aportan nada. Elegir. Hay que ser tronco de palmera. Permanecer erguido, seguro, transparente.

Dejemos de llamar promesas a los tercos. Dejemos de perder el tiempo con los imprudentes. Los faltos de razón nunca dirán nada, ellos serán la nada. Y en poesía, que es un arte, la belleza es un círculo cerrado.

He consultado a Barrie si el amor es tan grande como lo es su bigote, y respondió con una frase de Thomas Hardy. En Londres mis paseos por Kensington los realizo con Barrie, y con las sombras de la familia Llewelyn Davies. ¡Son tan inteligentes!

Llueve. Las nubes han gritado con fortificación. Barrie y Meredith se esconden tras un arce muy alto. He dejado de verlos. Los rostros son las sombras. No caigas en la trampa. El engaño es una luz que se enciende y se apaga. Nos atrae, es ilegal, incierto. La literatura actual es una gran mentira, aluden los hábitos, no expresan realidades. Aléjate de ellas. Apártate de ellos.

Los poetas de hoy son niebla, bruma majestuosa. Confusión y oscuridad. Mentira. Cerremos nuestro círculo. Dentro del laberinto hay luz, dimensión, distancia. Es mediodía.

domingo, 21 de agosto de 2011

23 (Veintitrés)



Richard Middleton tenía un rostro terrorífico. Sus ojos en la foto permanecían intactos. Conocedor de seres de otro mundo, de fantasmas y duendes, era muy necesario encerrarme con él. El mar guarda secretos, como también los guarda la papelera blanca donde caen los poemas que nadie reconoce.

En los últimos meses habré arrojado cientos, pero ahora ninguno aparece. Es extraño, es confuso.

Reduzco a tres autores la grandeza de ahora. TRR tiene razón. Es difícil leer los artículos de nuestros suplementos. Siempre la misma gente, siempre los que figuran, siempre escriben lo mismo. ¿Dónde está la calidad, el acierto?

Como un barco fantasma los grandes literatos permanecen ocultos. No escriben para nadie, reportan beneficios a la necesidad. Son humildes, sinceros (con obra, hechos y propios resultados). Si salen en las fotos, muestran el rostro humano. Si entran en el laberinto encuentran la salida.

Mauricio Wiesenthal es uno de ellos. También Pablo d’Ors. Por último Alberto Manguel. Siempre habitan fantasmas en los buques del fuego. Literatura gris, ingleses, irlandeses. Los matices se encuentran en la lengua de origen.

Vuelvo a Barrie. El humor de Wallace Irwin apasiona, aunque prefiero sus versos. Pudo dejar escrito Stevenson mil cosas, pero Irwin captaba la verdad, lo que nadie prefiere para escribir poemas. La papelera blanca está llena de hojas. Y debajo, en el fondo, está la sombra de un barco y un girasol ya seco.

sábado, 20 de agosto de 2011

22 (Veintidós)



Vuelvo a los girasoles. Esta vez me he perdido en el centro del bosque. Todos estaban secos, inclinados. Una desviación mágica intentó detenerme pero supe impedirlo. No era una aproximación.

Buscaba los matices en la flor arrugada, en las copas de árboles, en los troncos de pinos. Suciedad en el suelo y una hormiga veloz. Era una hormiga roja, como tus ojos necios al salir de la ducha.

Don Nicanor me dice que lo siga intentando, que debo trabajar el verso con el ruido típico de las olas del mar. Una vez, otra vez, a la orilla, la espuma, la arena que se traga el agua con constancia. No debes conformarte con los ojos tan rojos, debes tenerlos grises, azules, amarillos.

El girasol que pierde su color es la luz de la noche. Lo más artificial. La poesía no es social, es verdadera. Debe ser desconcierto.

El girasol se inclina como una mujer mientras le das un beso. Y agacha la cabeza que permanece seca.

He encontrado el camino para llegar al centro. En el bosque el mar nos dice cosas al oído. Vuelvo a tocar las fotos.

viernes, 19 de agosto de 2011

21 (Veintiuno)



No dejo de observar las fotos que traje de México. Oscuras, arrugadas, el pánico se asombra de sus líneas. Hay un punto de luz que no he logrado descifrar. Justo en la cabeza de Federico hay una mancha absurda, una aproximación.

Una rana muy verde me esperaba en la puerta. Ha dado un salto inmenso diciendo buenas tardes. Los pájaros se acercan a la boca de riego. Descubro los matices tan solo a mediodía.

Esta noche una voz llamaba de repente. Me desperté sin sueños y esa voz proseguía. Era Poe. Quería permanecer, estar, ser, difundirse, diluirse en el césped y se pasto de pájaros.

Tomo una lupa grande para mirar la luz. Federico tenía una buena cabeza, una frente violenta y una expresión de rostro mitad poeta mitad amigo.

La luz tiene forma, es un agradecimiento. Un fantasma que dice lo que podía haber sido. La luz es Luis Rosales.

jueves, 18 de agosto de 2011

20 (Veinte)



Mientras Melville recorría las calles solitarias en las noches de agosto, una sombra muy alta recriminaba sus pasos. No era una sombra dulce, era como un espectro.

Tintín prosigue su tarea de hacer feliz a la pollito, y a la vez conocer el placer. Suena Delibes. Mafalda se ha encontrado con Betty Boop en Kensington Park. Han mantenido una conversación certera. Han hablado de hombres, y hasta se han comparado.

Solo quedaba Snoopy. Tres versiones en una que mantienen el tono pero pierde erotismo. ¡No todo se puede hacer con un cigarro!

Vuelvo la vista atrás y Herman sigue luchando con la sombra. No hay ballenas, ni luces. Una farola atiende las cuestiones de un ebrio.

Ya viene el ángel negro. Debemos escondernos. Por mucho que digáis los diablos existen, y están entre nosotros.

miércoles, 17 de agosto de 2011

19 (Diecinueve)



Usábamos papel para escribir poemas, las servilletas de la cafetería servían para limpiar las manchas de tinta sobre la celulosa.

En una ocasión llegó con su cámara de fotos. Él era el colodión. La viva imagen de su figura angélica.

Realizó tres fotos. Una a Barrie, otra a Kipling y la última a JRJ.

Meredith estaba molesto. Pidió un café y retiró todos los servilleteros del establecimiento.

Al revelar las fotos Meredith aparecía en todas.

martes, 16 de agosto de 2011

18 (Dieciocho)



Los girasoles se han secado con el calor del tiempo. Arrugados y serios mataron lo que fue de su vida y de la nuestra. No tienen ni una lágrima, ni una hoja verde, la flor dejó de hablar hace días.

Ahora con Barrie soy feliz. Los poetas malos y sin clase, son desagradecidos. En cambio los buenos y pudientes, los que arman la mano y hacen poesía verdadera, son personas de hecho y de derecho.

Barrie me escucha, me ama, me apasiona. ¡Qué pobre poesía se escribe en este tiempo! Y se creen sinceros, los no hombres. Como los girasoles, se han secado los muertos en este laberinto.

Entre lo divino y lo humano está la verdad, más cerca de lo humano siempre. Lo divino se deja para otros, para los no sinceros.


lunes, 15 de agosto de 2011

17 (Diecisiete)



La poesía de Kipling es como una gaviota que se adentra cien kilómetros en tierra, y se aleja del mar. Hoy en el porche de casa he visto una. Andaba desconcertada, pero era necesaria su presencia.

Dicen que debo llamarte Susana. Que en Salamanca hay una persona exactamente igual a ti, y se llama así. Como la turca, la del bandido negro en Estambul.

Eso es el exotismo, la presencia de luz entre las sombras, y el momento que dejas para hacer que no vuelvas. Ver, mirar y sonreír. Todos nos conformamos con un hecho manifiesto.

Ver y mirar se entienden. Sonreír se sobreentiende.

Si deseo otras cosas, no lo puedo decir porque te ofendes. La ofensa es siempre agravio y la gaviota ha pasado rozando la cabeza. Su pico era muy grande, y se sentía perdida. La he montado en el coche y he recorrido los cien kilómetros que separaban la integridad del desconcierto. ¡Si Kipling levantara la cabeza!


domingo, 14 de agosto de 2011

16 (Dieciséis)



Una vez, un poeta social muy bajito y cabezón, nos enseñó la paz, la palabra y la herencia. Si mirabas las copas de los árboles se resentía. Si, en cambio, escarbabas junto al tronco, abajo, y desgranabas la tierra húmeda, recitaba sus versos inacabados siempre.

Prefería encerrarme en el centro del bosque, con obras de Meredith, Hawthorne, Wilde, Carroll, Barrie. Era más provechosa la tarde y la mañana. Tenía que usar las gafas y la herencia se convertía en paz, y la poesía social en disciplina.

Siempre faltan palabras en el diccionario para escribir un verso.

sábado, 13 de agosto de 2011

15 (Quince)



Ocurre en casi todos los versos, hay personas que no se acaban nunca. Intensas, reprimidas, jardineros del Hades. No aman lo sombrío, lo nebuloso, efímero, prefieren que Lete les arrope en sus múltiples condenas.

Si esperas que respondan lo harán sin culto, así una cuestión que debe ser analizada, se resuelve en la boca del enfermo, con la moneda sobre la lengua. Tienen capacidad de hablar de los osados. Ellos, los no sinceros, visten de blanco en vez de amarillo.

Un día se acercó Cerbero. Una de sus cabezas ladraba, la otra asentía y la última negaba. Apoyado en un ciprés muy alto pasaba el tiempo a su sombra. Una cabeza molestaba, las demás juzgaban con su ritmo.

Mientras dormimos todos pasamos un rato en el Hades. Saludamos a los amigos que se han dejado ver, buscamos a aquellos que se esconden por vergüenza, y amamos la verdad por encima del espíritu.

Hay personas que no se acaban nunca. Evitas el contagio, su presencia. Pero están, ellos son. Dentro del laberinto permanecen siempre como seres teocéntricos. Su vida se limita al rito de iniciación.

viernes, 12 de agosto de 2011

14 (Catorce)



Las dudas que se aprecian se convierten en gracias. Y aquellas que se aceptan serán nuestros matices.

¡Qué fácil es mentir, interpretar, juzgar! Nos hacemos los locos y ponemos esa cara de pena ante los hombres.

Levanta la cabeza. El poeta no siente el pudor, tiene resentimientos.

jueves, 11 de agosto de 2011

13 (Trece)



Si Juan Ramón me diera su veleta, la infancia no sería ese lugar oscuro, de luces y de sombras, al que vuelven los poetas en las noches de frío.

Necesito vivir en una isla desierta, sin vecinos ni ambientes. Las personas me sobran. Ya todas las personas. Nadie merece a nadie.

Creer es algo tan imposible como intentar coger un pájaro al vuelo. Solo se atrapa lo enfermo.

miércoles, 10 de agosto de 2011

12 (Doce)



Aún faltan un par de días para que la luna esté llena. Su reflejo en el mar de Puerto Real es como una luz en las sombras de la noche. Amanece. Un frío encoge mi cuerpo y mis huesos. Cada día me sorprendo un poco más con JRJ. Hay similitudes en sus actuaciones que no logro olvidar. Ni siquiera alivian el dolor.

Un pájaro valiente ha saltado las piedras y se ha posado justo encima de la valla. No ha habido impedimento. La justicia social nos equipara en Londres a poetas delincuentes. Arde la vida, prende el dolor. Una vez, y durante el viaje larguísimo con un escritor de moda, unos guardias civiles nos pararon a la altura de Motril. La identificación se resumía a una tarjeta personal e intransferible. Mi acompañante indicaba que era poeta. Las fuerzas de seguridad nunca lo tomaron a bien y estuvimos retenidos tres horas junto al mar. No estaba llena la luna.

No consigo comprender a los falsos de espíritu. Si una persona es gilipollas, ladrón o aprendiz, ¿cómo se le puede llamar de otro modo? Estamos a bien con las disculpas y engañamos los actos. El pájaro sigue sobre el obstáculo. No ha dicho que es poeta, es pájaro, ave o ser de poco espíritu.

Leo a Pessoa. Terminé a Trapiello. Acudo a Dante. El orden de los números se impone, ahora sí hay concierto, buena disposición. El pájaro me mira. Doy palmadas al viento intentando que marche pero sigue observando. Sus ojos los refleja la luna al borde de las rocas.

Puedo estar convencido que ese pájaro es alguien. Diría que Juan Ramón. Tiene mirada triste, está engalanado y hasta lleva la jota. En el infierno he dejado de sudar, debo abrigarme más pues hace frío. Mis huesos debilitan los actos, los hechos, los pronombres. Ya solo queda Snoopy y serán tres poemas: Tintín, Mafalda y el blanco perro negro que entendía. Como lo hace este pájaro. Amanece. El pájaro sonríe.

martes, 9 de agosto de 2011

11 (Once)



El comedor de Marcela era una especie de concesión administrativa a perpetuidad. Siempre estaba la buena y gruesa señora mayor que repartía los macarrones con cuchara de palo. Si le mirabas con ojos indolentes refunfuñaba, pero servía el plato con generosidad.

Mi padre pagaba doce pesetas al mes por el almuerzo de sus tres hijos. Salías de casa a las ocho y media y volvías a la siete de la tarde. La vida se hacía en el aula, en el patio. Siempre me sentaba junto a la ventana, olía el mar y veía la veleta que, en las mañanas de invierno, giraba sin detenerse nunca.

Mientras Rafael publicaba hoy una reseña sobre el libro Para entregar en mano de José Luis García Martín, me llegaba un paquete de Elías con otro libro: Capricho extremeño de Andrés Trapiello. Bellamente editado, con un cuerpo de letra un poco excesivo, pero que aporta volumen a la obra. Comencé su lectura. Aprendo de ambos. De los viajes y los virajes, y de la esencia.

Puerto Real era un pueblo tranquilo, con esencia. Los ángeles pasaban de largo y los diablos se sentaban frente al ayuntamiento. Mi padre alimentaba a un fotógrafo y a diez aprendices. Cada vez que acudía a algún lugar sentía la presencia del hacedor de fotos recogiendo instantáneas.

Leía El Quijote todos los días, y reía tanto que mi vida disfrutaba. Vivir a medias o no vivir. Tú eliges. Amaba las clases de francés y al hermano visitador y su sotana negra. Nunca probé una hamburguesa. Prefería las cañaillas.

He soñado muchas veces con ese comedor, con el colegio, con los Episodios Nacionales de Galdós, con los versos de Quevedo.

Hoy por doce pesetas no te dan ni las gracias, y roban el resto de tu vida y sin amor. Pero el amor, como el verso, se presenta desnudo y sin palabras.

Acudo a casa de mi madre para ver un bolso rojo y malo, repleto de mis fotos. Hay fotos de la boda. Siempre salgo velado.



lunes, 8 de agosto de 2011

10 (Diez)



La niña de blanco que se casó conmigo, cuando tenía tres años, se debía llamar Natalia o Susana. Son dos nombres inmensos. Los mismos que dijeron los no sinceros cuando caía la lluvia en el cristal.

He tenido un percance. En la mano derecha. Al limpiar el filtro de la depuradora he destrozado el dedo índice. La uña está negra. El dolor insoportable. No respondo a correos y, las llamadas, las destruyo en el ambiente de luz.

La brevedad de Tomás se confunde con la ausencia de sombras. Hace calor en Sevilla. No sirve de nada ser de los primeros. Cada vez que disculpas tus actos me contengo. Todo es un perdón premeditado y activo. Y el perdón, en oficio, se convierte en medida, en sacrilegio.

Que yo te quiero, lo he dicho en inglés y en castellano. ¿Recuerdas? La vida que no olvidas y esos matices que se marchan para poder estar en el silencio, para poder estar contigo. ¿Lo has vivido? Busco el desconcierto entre las sombras y el zorro sigue llegando al pilón a beber a media mañana.

Este miedo es disciplina. Odio a los imbéciles de la disculpa, del poder y la nostalgia. Si digo sí, me das un corte. Vete con ellos. Son sabios. Hablan de la verdad y son tan falsos, que su poesía morirá como lo hacen las hojas del acebuche en la piscina.

No te quedes hoy un rato. Deseo que te marches. He tomado la Custom, y el dolor de este dedo me atosiga. Me aprisiona. Los aprendices de burro enseñan las orejas. Los hay filósofos, economistas, filólogos, traductores, profesores de idiomas. La vida solo crece entre los matices. ¿Lo has olvidado?

Cuando Juana invocó a las estrellas, una hoja de pilistra se torció. Miré la cara de la niña y una iluminación volvió de lejos. Era como un saludo. Una aproximación. Fuimos aire, agua, tierra, fuego. Me marché para casa con la cabeza hueca y la cara muy roja. Al día siguiente, en el colegio del Santo Ángel, te busqué en las esquinas, en las clases de francés, en el comedor de Marcela. No estabas. No volví a ver a la niña hasta pasados años. Era mujer. Casada y con hijos. Nos miramos sonriendo, y nos reímos tarde.

Este dedo molesta y duele. La fe mueve derrotas. El modo lo cocemos a la carta, con un poco de miedo. Con las manos vacías he perdido la suerte. Como lo hicieron aquellos escritores que se hicieron amigos del mundo de la lírica para poder recibir alabanzas. Que tu poesía es mala, cursi, poética, anticuada. Si te llamas Antonio, lo lamento, morirás como el ángel, con cara de capullo y versos por el suelo. El apellido cuenta, siempre indica. No abandono los actos cuando marchas despacio.

Me refiero, simplemente, a los ángeles. Los diablos existen. En el sur los motivos permanecen ocultos.

Que mala es tu poesía. Digo amor y me odias. El hielo se derrite. Seguirás recibiendo alabanzas de sordos, de ciegos y de tristes. El dedo duele mucho. Se ha apagado la dicha.

domingo, 7 de agosto de 2011

9 (Nueve)



Todo suena tan grande como esos ojos que reflejan los pensamientos. Interpreto palabras, matices, formas de vida incierta y un profundo desprecio hacia este huerto que el verano no deja madurar. Entre la falta de agua y la falsedad de esos amigos que me irritan, han salido unos cuantos pimientos, dos calabacines y algunas patatas. Si debo vivir de hambre moriré de grandeza. Deseo la lluvia, mirar tus ojos y correr como un ladrón que escapa sin su presa.

Recibo correos de Luis Alberto, de Jorge, de José Luis, de Aurora, de Rafa, de Fernando, de Elías y Alfredo… El móvil hace un extraño sonido cada vez que llega uno, y hoy he estado en un concierto. ¡Son tantos que me abrumo! La bandeja de entrada se incrementa por momentos y ando sin ordenador por un Madrid que aburre de día y acompaña de noche. ¿Lo has olvidado?

Sobre la cama del hotel veo murciélagos y polillas, no hay vicio. Es mi mente la que disminuye. Ya nadie entiende.

Juana era la tía de mi padre. Organizó, cuando tenía tres años, la boda. Aquella celebración que repito en los libros y en los versos. Un mocoso con alas, un balón en las manos y tres soldados de plástico verde. Me citó en aquel patio, junto a las pilistras. Era el caserón de Marqués de Comillas, en Puerto Real. Estaba con una niña que jugaba con muñecas y vestía de blanco riguroso. Nos cogió de la mano e inventó un sacrilegio que hoy sigue dando la lata.

Nunca comprenderé lo que quería la tía. Aquello que entendí fueron las galletas que mi padre me atizó al volver hacia casa.

Desde entonces a Juana la veía como a una bruja. El negro de su ropa, el moño y las horquillas en ese pelo gris, una sonrisa dulce como la de un ángel negro repartiendo flores. A su muerte, me olvidé para siempre de todos los desvíos.

Una tarde hace años, hace ya varios años, la encontré en el trayecto de un autobús de línea. Sin cortarme un pimiento, me dirigí hacia ella. Le pregunté por una calle de Sevilla. Respondió a mi consulta con gusto y con apremio. Hasta facilitó detalles de vías colindantes. No era la tía. Era igual pero distinta. Tenía su rostro, su pelo, su color de porcelana vieja. Su voz era más grave, su mirada sombría.

Dentro del autobús recibí una lección de espiritismo. Mi corazón se puso a ciento treinta en un instante. Me despedí correcto, di las gracias al cielo y a ella y corrí. Desde entonces no he parado. Fue la primera vez. No ha sido la última.

Al bajar del vehículo entendí que la esencia se manifiesta en trances, como si nuestra vida fuera un efecto de vacaciones sin destino. Mientras vivía con dios intenté, en dos momentos, que respondiera a esto. Nunca lo hizo. Miraba como un ángel y se comportaba como un diablo de tres años, con alas, un balón bajo el brazo y tres soldados de plástico verde.

sábado, 6 de agosto de 2011

El murciélago y la polilla



En Madrid hace calor. Me acerco a Sol y allí no hay indignados, hay cabezones, barbudos, hombres de mala fe y fortuna deshilada. Lo que podría haber sido nunca será. Y es que ya lo dijo mi madre: “Si debes escuchar, no hables primero”.

Una noche flamenca de arte a rebosar y la rabia contenida por la triste madrugada y el sopor de las calles de un Madrid semivacío y triste.

Me acuesto y me levanto. Un vaso de agua, un cigarrillo. Cierro los ojos y veo a un murciélago y a una polilla. Siempre ocurre lo mismo. Nunca es igual, pero siempre es así. El murciélago tiene la cara del presidente de una comunidad pasada (más feo que un vaso de agua caliente), y la polilla el rostro de su esposa (más cursi que la patata pelada), la primera dama. Ya me referí a ellos una vez aquí.

Unos amigos llaman desde Huelva. Desde aquella urbanización donde veraneé unos años y a la que nunca acudiré (ahora se ha convertido en el convento de San Bartolomé de las Casas). El famoso presidente (el murciélago), acompañado de su primera dama, la polilla, ha prohibido los cantes, los bailes, los saraos, las simplezas, el veraneo. Están tristes, sorprendidos.

No hay que molestarse. A los murciélagos se les arroja un poco de insecticida y a las polillas las matas con las chanclas.

Bienaventurados los amigos del murciélago y la polilla porque seguirán siendo gilipollas.

Bienaventurados los que realizan un sobrio régimen de adelgazamiento porque acabarán como ellos, gilipollas y manidos.

Bienaventurados los que resistan y bailen y canten, porque ellos verán a dios.

Bienaventurados los que siguen siendo tristes, porque serán los futuros presidentes.

La vida alrededor



Una mañana de estas tendré que soñar más de la cuenta. Para ello tomaré prestado de un rincón el libro de tapas oscuras al que siempre acudo y me sumergiré en el sueño. Aunque sea un instante tendremos suficiente. Seguro que si tú tomas el mismo ejemplar, tu memoria y su sueño te llevan a distintos horizontes, a enormes caminos de madera que recorren el cuerpo y la mente.

Y resulta que el libro nos acoge, nos gobierna, nos aplaude. Leer es vivir. Cada libro nos enseña que la vida y los sueños están en él.

viernes, 5 de agosto de 2011

Luis Alberto de Cuenca

Fernando Iwasaki

Libre de la tormenta



En los sitios visibles me siento junto al árbol. Miro al cielo, busco a las estrellas y saludo a los pájaros que siempre me visitan. Cuando soy invisible prefiero los garajes subterráneos, su frescor y silencio. La ingravidez del aire. Debo esconderme ahora, la vida me entristece. Las personas que habitan me distraen, me confunden, hacen que esté molesto. ¡No podíais iros todos! Un puñado de libros y nada más. No necesito más.

jueves, 4 de agosto de 2011

The Feelings



La diferencia entre la mala suerte y la sonrisa es el sentido común. Hay que vivir con coherencia. Maldito, bastardo, loco, calificaciones que apartan al más cuerdo de la verdad. Y resulta que se vive en una impostura manifiesta. Y no hacemos nada. Escuchamos, lamentamos, asentimos, y ahuecamos el ala, no vaya a ser que nos tachen de algo que no queremos asumir. Nuestra vida es falsa, completamente fingida. Y con miedo, mucho temor a la actitud lógica.

miércoles, 3 de agosto de 2011

The Face



Después de los naufragios siempre llega Leopardi. Acudo al libro amarillo de Colinas y a la misma página. La ciento sesenta y siete. El pastor deja de ser errante. He quemado las manos con el cristal de la chimenea. Arden. He sentido un brote de calor.

Cadión



"Es el amor lo que destruye al hombre". (N. Parra)

martes, 2 de agosto de 2011

Taurinos



En la fiesta del toro existen tres seres a su alrededor: el aficionado, el profesional y el taurino. Por ejemplo si a un taurino le preguntas por José Tomás, agacha la cabeza. El taurino no se moja nunca. Dicen que el taurino es pesetero, vive de ello, y respeta la fiesta y su entorno.

Me gusta (y me divierte) hablar con taurinos. Los pico y les hago que agachen la cabeza a menudo.

El doce de agosto, en Gijón, José Tomás dará la alternativa al novillero mexicano Diego Silveti. Talavante hará de testigo de lujo.

Diego es hijo de David Silveti. La admiración de José por el malogrado David era inmensa. En México le ayudó mucho, y le enseñó lo que un torero español debe saber de esas tierras.

Conocí a David en Sevilla de la mano de Joaquín Almero. Le he visto torear e impresionaba. De familia taurina hasta la médula, a su abuelo Juan le llamaban "El tigre de Guanajuato”.

Diego es como su padre, un gran maestro, y en Gijón, la feria de Begoña se convierte en taurina, los aficionados disfrutaremos.

Reflejo con morros



Era una mujer tan falsa que los besos los daba con morros a sus propias amigas. Un día su marido la dejó por impresentable. Ella se consolaba en el espejo. Engañaba a la figura que reflejaba.

lunes, 1 de agosto de 2011

Gente honrada



Cuando mi padre hablaba sobre el dicho del ladrón siempre decía:

Hijo mío –con su voz grave-, aunque el ladrón piense que todos son de su condición, hay que hacer ver al ladrón que hay gente honrada, y que su condición no es cierta”.

Entonces aprendí a diferenciar la realidad y el deseo.