BAJO una nube
muy gris reconozco que dios era Dios.
Me cansaban sus explicaciones, siempre todo en él eran argumentos pasados de
rosca para justificar lo que ya se sabe. Cuando habitaba en silencio le miraba
su rostro, escuchaba el mutismo.
Hay días en
los que pretendes demostrar y no eres consecuente, cansas, agotas. El diario de
su vida dejaba de tener sentido. Hablaba de lo mismo, repetía las ideas como
quien abre una puerta varias veces.
Este dios era Dios. El que habitó conmigo, el
que desperdició su eternidad para ser por un instante justo. No pudo amar. Se
conformó con observar las encinas aunque repetía, constantemente, frases sin
argumento, versos sin contenido.
Recuerdo mucho
a dios. Era la compañía, el verbo, la
premisa, como un endecasílabo. En ocasiones le pedía que dejara de hablar. Me
agotaba. Una lucha permanente entre el yo
y el nosotros sin pasar por el ellos.
Ahora todo es
distinto pero traigo a la memoria cómo descubrió el lunar de
Natalia, la libertad endemoniada de Jorge o las fotos de Nacho con Sharleen en
Londres.
Supo darme una
facultad natural condicionada por quien se siente esclavo de sí mismo. Licencia
o privilegio. Me apartó de la poesía para centrarme en el derecho a propagar la
propia voluntad del verso. Y en el verso la palabra, y en la palabra la
lectura.
Suena el
teléfono sin descanso. Miro la nube gris pero no hay viento, hay observancia. ¡Qué
lejos queda el centro y qué cerca se mantiene el árbol de dios! Hay que elegir. En ambos lugares encuentro el alimento. A las
puertas de uno con Platón, en el centro del otro con Parra.
Soy débil. No
poseo resistencia al fracaso ni al éxito. Me difumino en la nube y en su gris con
mi verde.
Fumo para
ceder fácilmente al afecto.
Escribo por resistencia a la moralidad.