LLORA
el sauce de las lágrimas. El verde. Aquel que posee un ojo y muchos brazos. Hablo
con la conciencia, no es una conversación larga pero sí provechosa. Desde la
ventana miro al sauce. La conciencia es eterna, sabia, humilde y placentera.
Habita en un trópico y viaja siempre en el lomo más oscuro de Platero. Durante
nuestras conversaciones nunca existió el desencanto, en cambio sí figuraban el desconcierto, las dudas, silencios,
despedidas. No habitó el daño ni las malas artes. Hay vida, desengaños,
conciencia de la conciencia.
Rafael
en El Parnaso reflejó algo así como
la entrada al centro del bosque más elevado. El único centro posible. Una
montaña muy alta y rocosa. Abajo: mentiras, falsedades, obstáculos. Hasta el
centro solo suben los sabios, los verdaderos, las conciencias. La poesía llama
al poeta, el poeta no hace poesía. La poesía nunca avisará al no poeta. Quien
diga que tiene libros de poemas posee dudas. ¿La sombra de ese ángel negro –la poesía–
te ha avisado? ¿De verdad? ¿No será ese crítico famoso y sin criterio que
fabrica a los no poetas como no poetas a su imagen y semejanza? Los aprendices
de lo absurdo.
Quien
disponga de medios de alabanza para fabricar aprendices se cubrirá de lodo, de
tierra de garbanzos, de mala vida. Cuando mueras sabrás lo que digo, antes
puedes creer. Anda cree. No creces. ¿No creces? Has vendido la sonrisa de
nuevo.
Dice la
conciencia que eso es la inconsciencia. El que no ve, el que no escucha, el que
no aprende. Ya lo decía Aristóteles.
Miro
para arriba. Apenas se divisan las nubes. La pared es escarpada y de difícil
acceso. Solo he logrado enterrar unos dedos y los zapatos en sus puntas resbalan
por la ladera. ¡Cuánto deseo! Amaría por subir. Encontrarme con Dante, con
Virgilio, con Rilke, con Leopardi, con Colinas, con don Nicanor, Platón, Juan
Ramón, Luis, Claudio… No son muchos. Son los necesarios. Las conciencias.
Los
recuerdos siguen sonando a despedida. Es la inconsciencia. Vuelve Parménides
con la manguera para regar al sauce. También de exceso de agua mueren los
árboles. Es la cordura. Debes aceptar que la distancia que existe entre la
poesía contemporánea y aquella que han escrito los que habitan en el centro,
allá arriba, es abismal. El hueco eterno donde habita el humo. ¡Joder, asúmelo! Deja
de ser inconsciente y sé consciente.
No hay
que leer lo de ahora con pasión. Tal vez con curiosidad, con limpieza. Vuelve al
centro. Aquí sigo con los dedos ensangrentados intentando subir. Estoy abajo.
Unos carajotes y aprendices me tiran de los pantalones. Seguro que desean que
les publique un libro. Escucho a lo lejos la risa de Juan Ramón y el rebuzno
del burrito.
El
sauce de las lágrimas ha dejado de llorar. El que era verde.