Llegó el día que dije a mis padres el deseo de estudiar una Carrera. Estaba convencido. Ellos me miraron, y sin soltar una lágrima comentaron: “No podemos sufragar ese gasto. Si quieres estudiar debes hacer algo”. Y comencé a trabajar entonces para pagar mis estudios.
Años después, y antes de fallecer, mi padre un día a solas me indicó: “Hijo mío, todo lo que tienes se lo debes a tus manos”. Y mucho más tarde, mi madre exclamó: “Javier, lo que tienes lo debes a tu cabeza”.
Ayer fue un día de esos en los que te visita el duende. El que está en nuestro subconsciente y aparece cuando tiene ganas. Ese que interfiere los actos y remordimientos sumergidos. Y sólo sabía repetir: “Artritis y migraña, artritis y migraña”. Una vez y otra vez.
Debo realizar más ejercicios de adiestramiento. En las manos y la cabeza sobre todo, no sea que alguno de los tres tenga algo de razón.
Años después, y antes de fallecer, mi padre un día a solas me indicó: “Hijo mío, todo lo que tienes se lo debes a tus manos”. Y mucho más tarde, mi madre exclamó: “Javier, lo que tienes lo debes a tu cabeza”.
Ayer fue un día de esos en los que te visita el duende. El que está en nuestro subconsciente y aparece cuando tiene ganas. Ese que interfiere los actos y remordimientos sumergidos. Y sólo sabía repetir: “Artritis y migraña, artritis y migraña”. Una vez y otra vez.
Debo realizar más ejercicios de adiestramiento. En las manos y la cabeza sobre todo, no sea que alguno de los tres tenga algo de razón.