martes, 30 de abril de 2013
lunes, 29 de abril de 2013
Los falsos
EL único principio que todo lo mantiene y lo sustenta
es el amor, el eros de Platón en Timeo, Banquete, Fedro. La entrega a los demás con verdad y virtud, sin peticiones.
En la falsa entrega no existe el
amor.
Los no sinceros
suelen elogiar falsamente, la ausencia del amor los condiciona. Los silencios
son parte de esa falsedad, y los silencios falsos suenan, retumban, son silencios sonoros, como el estruendo del
rayo en la nube que tiene forma de poema endecasílabo. Es la falsa entrega.
El amor es generosidad, y es también humildad. En el
amor no existen las compensaciones. El amor se regala en la propia naturaleza
de la superación y trascendencia.
Los falsos
silencios son siniestros. No provienen de arriba, de la claridad que
señalaba Claudio o el propio Platón, pero tampoco del infierno de Dante. Son
los silencios sin identidad, los silencios del humo, la naturaleza mortal que
todo lo envenena.
Los últimos días han resultado fríos, silenciosos. En
la rama de la encina dos gorriones se acurrucan en el plumaje ajeno, en Las nubes de Aristófanes.
domingo, 28 de abril de 2013
La propia pasión
¿CÓMO puede el no
poeta reconocer la existencia de la no
poesía? Se siente incapaz de aceptar su condición de no sincero, todo lo demás le viene grande como la palmera que tiene
secas las barbas y se mueve con el viento. Las hojas de la palmera emiten, con
la vanidad, un ruido constante, preciso y mal intencionado.
La no poesía
es no lectura, es consecuencia y
acto, simulación, ejemplo, beneficio. Y aquello que, al tacto, recuerde al
terciopelo dejará de vivir en el futuro.
El no poeta
no puede reconocer su falsa esencia, dejaría de ser un inmigrante para hacerse
emigrante de la palabra. Y el mundo es verbo, es creación y es sacrificio.
Utilizo el limpiador de calzado para abrillantar cuanto
encuentro a mi paso. Los versos que dejan de apasionar y precisan brillo, las
hojas de las pilistras en invierno y la nube que tiene forma de poema
alejandrino y ha dejado de ser, lleva encima a un no poeta que cree en sí mismo y no en la poesía.
Brillo, debo dar mucho brillo. Muevo el brazo derecho
con la pasión de alguien que odia la ciudad donde vive, el país que habita y
los versos de otros que dejaron de ser, por eso mismo.
Aquel en quien confías acabará como el injusto, sin sonreír,
llorando de la rabia. ¿Hay alguien verdadero? La presencia del verbo, el
sustantivo exacto y, por encima del centro indudable, la paciencia de dios que está enterrado en su árbol y ya
no pide nada.
Diferenciar la verdad de la mentira es el juego más
puro de la creación de uno. Pero verdad hay poco, todo es falso, tal vez el
rostro de A. en las madrugadas, cuando emite sonidos irreconocibles.
Sigo en la rama de encina, aprendiendo. Estoy junto
A., pegado a él. Acaricio su cabeza redonda con dulzura, con la propia pasión
de la lectura a Dante.
sábado, 27 de abril de 2013
Con premeditación
ODIO la compañía. Maldigo
los teléfonos. Presumo de soledad y siempre estoy rodeado de animales y de
naturaleza. Cerca de los cincuenta mi país me aburre, la ciudad donde vivo me
reprueba, el acercamiento es falso y está condicionado por la premeditación.
Dice el ángel negro que en
otra vida se suicidó, de ahí que su existencia está condicionada en la
premeditación.
Si doy un paso al frente te
marchas. Si escribo una carta destruyes el franqueo. ¿Agradecer la vida? ¿Qué
vida? ¿Pero hay vida? Sé de cosas que se cuentan…
La razón de la palabra es la frecuencia, la potencialidad, el reflejo
en el espejo. ¿No has descubierto que la presencia en el espejo nunca es igual
y siempre es semejante? Pero lo idéntico es pasado y el pasado no existe.
La templanza, cordura y sensatez,
aquello que perdí en la otra vida y en esta busco y anhelo, con premeditación. La
templanza es la armonía, la identidad del acto. La templanza es la razón de la
palabra, de la palabra poética, que es la palabra auténtica e indudable,
aquella que proviene del centro y se refleja en el espejo de marco marrón. La razón
de la palabra es la fusión de la ética y la estética. El canto del gorrión en
la rama de encina.
La razón de la palabra es la
claridad mayor que decía Cicerón, y
además su discurso en las noches de Marco Aurelio. La batuta de Toscanini, las
tres cruces de Parra, el sanatorio primero de Juan Ramón.
El marco verde ya es marrón
como la tierra que escarbo.
viernes, 26 de abril de 2013
Los atrevimientos
TE vi primero, tu brillante abrigo
negro, unas gotas de sal sobre la piel del mundo y mucha melancolía. Me dices
que reprima el amor con odio y el amor, como la virtud, no se contiene con
nada. Se te ocurren unas cosas que moderan la esencia de los atareados.
Frente al pueblo Pío, pío. En la presentación Pío, pío. Y cuando levantemos el vuelo Pío, pío. Se asustarán ustedes, pero es
la naturaleza.
Sobra todo lo demás. No hay
nada más allá. El pasado no existe, ayer es hoy y tú te marcharás.
Digo a Armando que deje mi
teléfono en el camerino, junto a la rosa roja, aquella que es un verso de
Salvago. Y al volver, justo en el instante azul de la sabiduría, me llamas con
el móvil. No suelo contestar a los números desconocidos, y mucho menos a
aquellos donde el remitente es una identificación falsa.
Vuelvo a la esencia.
Adquiero una coleta, una corbata azul y algo de parsimonia. Venden la
parsimonia a saldo, en las casetas del Renacimiento. Dicen que la meten en bolsas
de papel, junto al libro de aquel que aprendió a ser poeta por entregas y
enciclopedias.
Fumo tabaco rubio, cuando se
va el teñido de tu pelo aparece el color de la estación de las penas. Las cosas
que se te ocurren siempre. Olvida, olvida y olvida. No sabes olvidar. Vuelvo a
la carpeta, aquella que se aloja en la nube de la esencia, y respiro a Platón,
a Parra, a Rosales, a Juan Ramón.
Fumo tabaco rubio por amor a
los astros. Los apago mordidos, sin la continuidad del humo. Los atrevimientos
no existen, todos están provocados. Ni Caballero Bonald, ni Gamoneda. ¿Y qué
sabrán ustedes? Rilke, ¿hay que salir de ahí? Perfección es el verbo, libertad
el lenguaje, y palabra, he encontrado la palabra exacta de los atrevimientos.
Amo a las coristas
EN la rama de la encina no
hay gorriones personales, no existen los nombres ni apellidos. Todos son uno y
un solo gorrión es el universo de la esencia. Porque todo es igual y nada es
diferente. He dejado los anillos sobre la piel del mundo para poder dejar de
ser sin ser yo mismo. He perdido la llave que abre la puerta del centro y la
busco entre las hierbas aromáticas.
Sin anillos no puedo mirar a
los ojos a Pérez Galdós, ni leer a Platón, ni imaginar a los poetas con ética y
estética.
La manía es una forma de
vida cercana al laberinto. Hölderlin no estaba
loco. Los libros los agito como los medicamentos, antes del uso, mucho
antes del bocado que les doy en la lectura. Cuando los tomo entre las manos
molestan los anillos, los dos, y llamo al ángel negro para que ayude a
retirarlos.
No deseo ser gorrión,
prefiero la existencia del gusano que se arrastra por la tierra buscando su
camino en el suelo, y así poder alimentar al pájaro que, desde la rama de la
encina, todo lo divisa, todo lo sostiene.
El anillo es la justicia, la
templanza, la visibilidad de la poesía.
Los anillos aparecieron en
la azotea de Moguer. Diego, Juan, José Antonio, la imaginería, aquella variación con Arturo Toscanini de fondo –Juan
Ramón le admiraba-. La ética y la estética son similares a la creación y a la
interpretación. Mente y corazón. Ficción y mentira.
El anillo es la única verdad
posible, probable y virtuosa, como las interpretaciones de Toscanini de
Beethoven y Verdi.
Los sentidos descomponen la
realidad, la estética es miseria, las voces gritan. Quiero dejar de ser. Me
aburre la estética, me cansa la ética. Amo a las coristas, aquellas que poseen
la ética y la estética. Les daré los anillos, los dos.
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