La diferencia entre la mala suerte y la sonrisa es el sentido común. Hay que vivir con coherencia. Maldito, bastardo, loco, calificaciones que apartan al más cuerdo de la verdad. Y resulta que se vive en una impostura manifiesta. Y no hacemos nada. Escuchamos, lamentamos, asentimos, y ahuecamos el ala, no vaya a ser que nos tachen de algo que no queremos asumir. Nuestra vida es falsa, completamente fingida. Y con miedo, mucho temor a la actitud lógica.
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jueves, 4 de agosto de 2011
miércoles, 2 de marzo de 2011
The Feelings (18) (Segunda Inclinación)
Cada día que pasa tengo la fortuna de comprobar el silencio de la poesía. En la creación y en la lectura o recreación. Las presentaciones son odiosas. Los comentarios son insostenibles. Y hablar de uno mismo y de su obra, es patético. Paseo por Sevilla por la mañana y por Cádiz en la tarde. Largos recorridos. En soledad, sin compañía. Sonidos de ambientes que refrescan y enriquecen.
Respondo a todos y a cada uno de los libros que recibo para su publicación. No he dado un sí en seis meses. O me estoy volviendo purista o lo que escriben los aprendices es una auténtica mierda. ¿Cómo se puede comenzar un libro con axilas sudadas? ¿Y con estertores rastreros? Y no quiero mencionar el plátano de tu cadera.
Incluso un candidato indica que de su libro, una administración autonómica, comprará mil ejemplares. ¡Ni diez mil coño! Aunque tenga que hacer los cuadros con una regla.
Y la moda ahora es recibir poemas e ilustraciones o fotografías. Algún día, con tiempo libre, haré un collage, para la gratificación de los sentidos (comunes, se entiende).
Leo los libros de la final de un premio, y acabo por tirarlos todos. ¡Basura! ¡Gran basura! Le voy a decir al organizador que se cargue el premio. ¡No merece la pena! Todo debe ser silencio, gran silencio, enorme silencio, total silencio. (Un secreto: hay algunos que no pueden aguantarse, y el yo-mi-me-conmigo lo tienen hasta en el corvejón).
Algún día, cuando estés en el lecho de muerte, y el sacerdote te administre el sacramento de la extremaunción o esté dándote una hostia, no hace falta que recites de memoria las reseñas de tus libros, ni tus premios, ni lo cojonudo que eras mientras tenías pelos, en los huevos de aprendiz de poeta. ¡Ah! Pido disculpas, que los aprendices no tienen vello, poseen el patrimonio de poesía-depilación.
jueves, 3 de febrero de 2011
The Feelings (17) (Segunda Inclinación)
Vivo en una de las ciudades más bellas del mundo. Pero también en una de las más cursis, poéticas y horteras. Con un arzobispo impresentable, que mejor se hubiera quedado en Córdoba dando la lata y firmando pactos políticos y sociales. Nuestros habitantes están acostumbrados a leer a periodistas lamentables, y a escuchar a locutores gilipollas.
Y entre este panorama, medio desolador y medio cierto, el señor que hace huelga de hambre, sigue en el portal B de Viapol. A los ojos del mundo. A la vista de nadie.
Una compañía multinacional, con sede en Sevilla, quiere obligatoriamente los textos de un amamantado de Burgos y de Herrera. Un maestro frustrado que dejó la tiza por la palabra y la tele.
Le he pedido permiso a Alejandro Sergi para utilizar el título de una de sus canciones como verso. Espero la respuesta. Sevilla es tu misterioso alguien. Una ciudad pueblo. Anclada en el siglo quince y con tranvía.
Si tienes la fortuna de despertar a la hora de la siesta, sentirás el olor de las naranjas y la frustración de la impotencia. Los pijotillas se pelean y todos quieren cerveza gratis.
Es una bella ciudad, casi eterna, si no fuera por aquello de la clase media que corrompe. Los políticos destruyen. Alguien hace una guía de la ciudad para turistas, y en la página cuatro figura: “Cuidado con los robos”.
Sevilla es tu misterioso alguien.
jueves, 27 de enero de 2011
The Feelings (16) (Segunda Inclinación)
Dudas entre un diario y el encuentro. He descubierto que la mentira precede todas esas dudas del género humano. Pensé, en un momento de la vida, que hubiera sido bonito ser mujer. Ahora no me arrepiento para nada. Está bien todo así, como está.
Intento descifrar la maravilla, nuevamente, y sigo haciéndome líos. Son enormes, inmensos, y a veces, cuando quiero llorar, el destino se convierte en agonía. Y no apareces nunca. Quizá te sigan inundando las mentiras.
Muere el placer como lo hace la ciencia. España agoniza. Tu rostro se arruga poco a poco, y tu cuello. Tus ojos avanzan con el tiempo. La comparación no es posible. Mira que soy idiota. He repartido todas las cartas de la partida y no tengo nada.
Escribo una nota para no pensar. La presión en la cabeza se repite. Analizo todos y cada uno de los momentos que compartimos y faltaba ese lado de la vida en movimiento. Eras un poco artificial, y modesta, y elegante. Quiero escribirte algo. Lo que nunca se olvida. Pero no lo entregaré. Meteré la hoja entre los versos de González. Sin esperanza.
sábado, 22 de enero de 2011
The Feelings (15) (Segunda Inclinación)
Llevo un par de meses luchando con un poema. Una batalla feroz y descarnada. A verso por semana y apenas tengo cuatro. La idea está clara. Transparente. La ausencia de los antepasados, la realidad sombría y el recuerdo de la juventud cuando deseaba una muerte rápida y sin dolor. Y el final sorpresivo: déjame unos días para arreglar los papeles.
Siempre deseé acabar la vida mientras dormía. Ahora en cambio requiero unas semanas para cancelar cuentas, acudir al seguro y dejar las cosas más o menos establecidas. Es la nostalgia. El instinto de una supervivencia que se acaba.
Mientras hablaba con Francisco Bejarano recordaba los versos escritos, a ver si las luces del poeta iluminaban. Y lo han hecho. Luces cegadoras, cargadas de humo tabaquero. ¡Es grande Bejarano! Como lo es Elías Moro. No me aparto de su libro de Calambur El juego de la taba. Me tiene enganchado. Cada párrafo es un mundo y he descubierto un universo.
Pedro Sevilla invita a Arcos. Y me apetece mucho. Ahora que Cádiz está cerca puede que haya escapada.
Anoche, Antonio Rivero Taravillo habló del rigor de Serrano Cueto. Entre otras cosas. Pero me quedo con el rigor. Es cierto. Llamó mi atención sobremanera. En el verso, en la palabra, en el poema. Un primer libro muy digno. Velada agradable.
Recibí un abrazo de Emilio Durán tras muchos años. Hay abrazos que se requieren. La sinceridad de Romano y el sentido común de Julio Ariza.
Mis abuelos murieron. Mi padre falleció. Apenas quedan tías. Hay amigos que se ausentan para siempre. La ley de la vida es la ley de la muerte. Aunque publiqué el testamento en El violín mojado debo cambiarlo. Hago putadas. Grandes putadas. Pero Abel, no te demores. Tú nunca te demores, tienes un tercio de mis bienes.
El Yuyu no acude al Falla este año. Estoy muy triste. José Guerrero Roldán se ausenta. ¿A quién diremos cabrón desde el patio de butacas? Nadie arrojará los petrodólares desde el paraíso.
¡Yuyu, caaabrón! Y déjame unos días para arreglar los papeles.
Susana (40:04). ¡Qué querencia tengo, coño!
domingo, 16 de enero de 2011
The Feelings (14) (Segunda Inclinación)
Me muero por besarte. Pero te has empeñado en ponerte silicona en los labios, y cada vez que te doy un beso, tu boca me sabe a contratiempo. Una pena. Y mira que te quiero.
Esa mezcla entre recuerdo y silicona, hace que no comparta lo que un día te hizo daño. Déjame, mujer. Amo a un enigma. Eres joven y el traje negro me apasiona. Pero no me pone. Como no me ponen las opiniones de poetas juristas y contravertidos.
sábado, 15 de enero de 2011
jueves, 13 de enero de 2011
The Feelings (11) (Segunda Inclinación)
Nada es importante. Llevo unas horas en Madrid y no hace nada de frío. Me divierto. Jorge me tira de los pelos y le arrebato la copa. He dejado la Custom en casa. He traído el bajo Rochester.
Sierra es un tío grande. Muy grande. Lo del lobby es una anécdota. Vale mucho. Y le doy las gracias, merecidas. Con el libro de los niños me lo he pasado en grande. He encargado piruletas y globos. El miércoles disfrutaremos como enanos. Como ha sido tan importante la experiencia ya estamos con el libro de las ciudades. Cotta y Jurado han elegido. Me queda una. Londres y Barcelona. Falta la tercera.
Llevo unos meses con un poema sobre la pérdida de la virginidad de Tintín. Y no logro acabar el misterio. He roto diez mil folios. Nada es importante. Si te digo te amo me comes la cabeza, y no me gusta nada. La cabeza nada. Hay que comer otras cosas.
María me mira. Muy seriamente. Le hago un guiño un poco dañino. ¿Cómo he llegado hasta aquí? En Ave, mira, en Ave.
Siempre he puesto parches. Y ni tengo hobby ni lobby. Lo que no ves no se puede querer. Nada es tan importante como mi propia marcha.
Pido consejo en unos poemas y me sorprendo. ¿Mentiras? ¿Intereses? ¿Realidades? No hace nada de frío en Madrid. En la calle Lagasca escribo un verso. Siento un escalofrío de pronto. Es un bar. Jorge me mira. Le hago un corte de mangas. De camisas –se entiende-.
Milou llora. La cantante aparece con la entrepierna abierta de dichas y reproches. Dentro, justamente, de cuatro horas, he quedado. ¿Estaré preparado? ¿No? Sólo sé que estoy borrando lo que te ha hecho daño poco a poco.
Estoy cansado de la publicidad y en tu boca sigo encontrando rebeldía. Te amo. ¿Lo sabes? Sí, es cierto. ¿Qué hago ahora? María me mira. Milou llora. Bianca gime. ¡Qué puta vida llevo!
miércoles, 12 de enero de 2011
viernes, 7 de enero de 2011
The Feelings (8) (Segunda Inclinación)
Los cuentos de Bowles me apasionan. Entre tanto universo quemo la carta de los Reyes. Pido a mis amigos que me entreguen sus misivas para hacer lo mismo con ellas. En Siltolá levantó una hoguera repleta de deseos negativos para que se fundan en las miserias. Sólo queda lo bueno. A un poeta conocido que me entrega su carta le pido permiso para quemar también su obra completa. Hago un favor a la literatura.
Ahora no puedo escribir nada que no me guste. Hablo de la colaboración de José Mateos en el último número de Clarín, original y acertado. Necesario. Leo críticas que dan asco. La cultura de este país es una mierda. Sus suplementos culturales están cargados de mentiras, falsedades y la ausencia de objetividad es tan evidente, como lo es esta tarde.
Debo ser más romántico. No tomar a la letra las canciones y determinar simplemente lo efímero. Aunque todo se convierta en un desconcierto, debo agradecer. Debo pedir consejo. Tal vez escribir no sea lo único que quede. Y entre tanta insinuación, he sentido un pinchazo en la cadera de dimensiones considerables. Iba a felicitar a Aquilino y me quedé allí, junto a la historia que me cuenta un malagueño. Algunas facetas propias de un libro de viajes y mucha vida.
Amalia en una ocasión dijo que me quería. Tendría dieciocho años. La camisa huele a humo, a fuego. Y el fuego se puede querer. Todo arde y deseo aprender. Las sobras emiten un leve chasquido cuando se convierten en polvo. Como el grito de una caballa cuando la subes al barco con anzuelo y la agarras con fuerza entre las manos. Un silbido breve pero cortante.
Sigo escuchando historias del malagueño. En Tarragona, La Línea, Los Boliches, Córdoba. Toda una vida dedicada a un trabajo que le despide. Que le olvida. Se puede querer lo que no vives.
No he cumplido ni un solo propósito. Es bueno tener pena, respirar el aire, olvidar las razones. Sigo viendo tu luz, pero esta vez posee menos intensidad. Todo se apaga. La oscuridad no se puede querer.
Un nombre, Una aproximación al desconcierto. Y unos versos. No me queda nada más. De fondo, sigo escuchando al malagueño.
miércoles, 5 de enero de 2011
The Feelings (7) (Segunda Inclinación)
No puedo separarme de Ory, y entre día y día de su volumen respiro con Tirso en Tan largo me lo fiáis. O El Burlador. O quien sea. Tengo menos fe que Blanca de los Ríos buscando una autoría.
Desde muy joven, también los compañeros me miraban de otro modo. Era distinto. Ahora soy yo quien miro de otra forma. Puedo elegir la visión. Y a algunos los miro pero no los veo. Ni siquiera los observo. Sólo miro. El instinto y la intuición hacen que sonría.
Si dios hubiera existido alguna vez Dostoievski no habría escrito nada. La melancolía y la cólera se funden. Debo hacer una visita fugaz al infierno. Hay que saludar a los amigos antes que se acaben las vacaciones. Allí desde luego veré a quien quiero ver. Y todos conservan su autoría. No quiero nada del cielo. Ni de los poetas celestes. O celestiales. Para ellos todas sus grandezas. Y también sus mentiras. Odio los versos divinos. En el cielo no hay poesía. Hay tono manido.
Decía Novalis que la vida es una enfermedad. Y para ella no hay remedio. La belleza puede suplir la desesperación. Pero la belleza de Keats, no la vuestra.
Me agito. Desespero. Vivo. Y lo hago sin cauces. No tengo una carta de recomendación de dios. Ni de esa vieja puta religiosa que acude a misa todos los domingos. Ni siquiera mi apellido es compuesto. No estoy afiliado a ningún partido oficialista. Confío poco en las encuestas (siempre están hechas de antemano y con intereses). Lo hermoso me horroriza. No hay vida, sólo autoría.
Dice Ory: “El ego sólo está rodeado de basura, de las más bajas basuras. El ego es odioso y maloliente. El ego es una mosca enviscada en la suciedad de las pasiones y del sensorio”.
La vida es una pesadilla y estoy rodeado de gatos. De gatos que dicen escribir poesía.
martes, 4 de enero de 2011
The Feelings (6) (Segunda Inclinación)
A pesar de pensar en la muerte muy a menudo, es bello vivir. Todos los propósitos y enmiendas que otorgué a estas fiestas han desaparecido. Tomé entre las manos el tomo de Carlos Edmundo de Ory con su Diario y no consigo salir de él.
La cubierta está arrugada y el papel de Ocnos en los años setenta era de baja calidad. Y aún así el contenido atrae. Busco entre las páginas los encuentros con Isabel P. Traen recuerdos, de nombres, de escenas. Pepe Cala acudía a la calle Antonio Susillo acompañado de una joven morena que hablaba mucho. Con el paso del tiempo esa mujer fue hablando menos, y menos, como los versos de Cernuda.
Hoy un poeta da las gracias por una explicación. Ahora las cosas se hacen por correo electrónico. Antes había hasta diarios de la tarde. Le respondo: “Disculpa por las palabras, respeto tu obra y no soy nadie para opinar de ella, pero el libro era desigual”.
Una vez Pepe Cala me hizo una foto en la cafetería América. Cuando reveló la escena apareció un áurea en el reloj. Era un reloj rojo como las gafas. Nunca reproché las palabras de la joven. Como Ory disfrutaba de la compañía de Isabel P.
Hay un párrafo del libro del poeta de Cádiz que me ha interesado mucho. Fechado el lunes 12 de octubre de 1953.
“No hay poesía sin experiencia. No hay poetas jóvenes. La poesía es una operación del amor”.
Espero a Isabel P. tras la noche. No llega. Odio el amor. Siento repugnancia de la vida.
lunes, 3 de enero de 2011
The Feelings (5) (Segunda Inclinación)
La distancia entre la nostalgia y la ira es muy escasa. Apenas un hilo fino. Generalmente los resultados suelen ser desagradables. No quiero pensar. Mejor es no pensar, no recordar. Entonces llega la ira. Sin llamar. Imaginar y recordar me confunden. Estoy muy lúcido, y aprendo por momentos. La mayoría de los poetas y los editores de este país son gilipollas. Esa mezcla de nostalgia e ira, pero aderezadas con desconocimiento, cinismo y vanagloria.
No puedo decir más. Me resulta muy difícil. Ahora toca actuar. Dedico un libro a María, llamo a Manu y envío un mensaje a Elisa. Natalia se ha quedado solita. No puedo, de verdad. ¡Puñetera tercera inclinación! Me estoy estresando tanto que el estómago me deja listo. Y en fin de año, ensalada de col y pasas, regalo de la casa de Marta, y una copa. Una simple copa. Lo demás es eterno.
Estoy solo. Tremendamente acompañado de arañas y restos de gusanos. No tengo miedo. Una maravilla me acompaña. Es la suerte. A las once tomé las uvas. Y las doce leía a Joyce.
No me queda nada. He pintado la fachada con la barra de labios que olvidaste en la ducha aquella vez. Aquella vez. Hace ya tanto tiempo que el carmín caducó en el noventa y tres.
No consigo recordar qué pasó con la ofrenda. Borro todo lo que te hizo daño. Nunca he puesto parches. Voy de derecho, y si no acudo es que no hay nada. No consigo recordar qué pasó. No se puede querer lo que no fui, lo que no ves. Mi testamento está hecho.
Te quiero por la mañana, por la tarde, por la noche. ¡Qué barbaridad! Es un día malo, lo sabes y callas. No consigo recordar mi marcha, pero me fui. No he vuelto.
Si digo que te quiero te molestas. Si hablo de amor me odias. Por las tardes soy menos sexy. La cadera me duele un poco más. El pasado es mi día malo. Lo siento.
Rehago las galeradas de los libros de Cumbreño, de Olga, de Ropero, de Gahete. Es Vela de Gavia. ¡Qué maravilla! Dejo la copa encima de la mesa para despistar.
Es tarde, amanece. Lavo los recipientes donde han añadido la ensalada. No veo. Corro entre las flores. Mancho de barro los pies.
Amanece pronto. En la cama no hay nadie. Imagino tu presencia y sueño. Cierro los ojos. Estoy solo. Tropiezo con las poesías completas de Rosales y doy una patada al libro de Gamoneda. Me arrepiento, cada día tiene más lectores (o lectoras). Tomo ese libro entre las manos y acudo al baño. Es una poesía de baño. Un poco estreñida.
Tomo el móvil buscando un mensaje tuyo y encuentro nada. No se puede querer lo que no ves. No dejo de recordar momentos, alegrías, tu sonrisa. Dijiste adiós muy pronto. No dio tiempo de leer a Novalis. Un día, muy temprano, comunicaron tu muerte Loreto. Y desde entonces nunca supe de ti.
Quedan los acontecimientos que sucedieron entre octubre y enero. Un corto periodo de tiempo y de dicha. La vida. El testamento. Tu barra de labios. Te quiero, de verdad, pero no lo sabes. Es lo bonito. Lo demás es eterno.
Todo es nostalgia, y todo acaba en ira. Pero la furia no determina que la mayoría de los poetas y los editores de este país sean unos impresentables anónimos. Dentro de cincuenta años hablaremos.
viernes, 31 de diciembre de 2010
The Feelings (4) (Segunda Inclinación)
Me resulta tremendamente difícil atender la llamada de la segunda inclinación cuando en realidad las tres están unidas por un mismo padre. Intentar fundir la primera con la segunda para concluir con la tercera es tan evidente, como que los calabacines del huerto crecen hasta en invierno. Será la tierra. Será la edad.
Con esa edad, uno se atreve a despachar porciones de intelectualidad. Fragmentos de ocio y negocio a la aventura. Decía el otro día un escritor reconocido que el autor que a los sesenta años no haya hecho nada, lo tiene difícil, por no decir imposible. En ese caso lo mejor es solicitar una plaza en una residencia de ancianos volubles. Y tenía razón.
Convierto en esperanza los recuerdos, pero no los difundo. Los manifiesto. Hay una gran diferencia de criterio. Esa maldita bombilla se fundió cuando leía a Joyce. ¿Será por algo? Y al tomar la escalera para cambiar la lámpara, resbalé. Mi caída fue cierta. Pero terrible para mi maltrecha cadera. Desde entonces un bastón acompaña mis miserias. Un apoyo de sentido común.
Siento tantas cosas como mujeres pasan por la acera. Las hay de todo tipo y de diferentes colores. Las amarillas me encantan. Puedo seguir diciendo, pero me quedan las sobras. Este silencio no deja de callar. Las fotos en cambio dicen mucho de ti. Tu luz.
¿Cómo se puede definir la histeria en la poesía con preposiciones deshonestas? Un famoso editor publicó el libro de un poeta por concierto (acordado) pero no distribuyó ni un solo ejemplar. Para su gusto y satisfacción. Para su orgullo, halo o aureola.
Y ya estamos de nuevo con el puñetero prurito. Tenía todo y no queda nada. Nada. Lo siento. Se funden las inclinaciones intentando dar salida a tu regalo. Pero no me des nada por favor. No hace falta. Me conformo con poco. Y me peino diariamente.
jueves, 30 de diciembre de 2010
The Feelings (3) (Segunda Inclinación)
Con el amor suele pasar lo mismo que con las berenjenas. Si las dejas mucho tiempo en la mata se acaban arrugando. Y terminan siendo pasto de los bichos.
También se ponen amarillas y se hinchan. Es síntoma de la maduración. Por eso hay tanto poeta gordo.
Con la literatura pasa igual. El resentimiento suele ocupar un importante espacio en los escritores. Pero no se trata de un resentimiento sentido. Más bien se produce por compromiso mutuo. Veamos. Un autor analiza una obra ajena. Y la disfruta considerablemente. Pero ese autor tiene un nombre, unos apellidos, una reputación. Y a todo ese halo hay que añadir un círculo de amigos a los que está agradecido y ante los que tiene que justificarse.
Así, lo que en un principio era un deleite acaba convirtiéndose en pasto de los bichos. Berenjenas para no ir muy lejos.
La relación que mantiene un hombre y una mujer acaba siendo dubitativa, o deudable. Si ese escritor, en un momento concreto de su vida, hubiera optado por la sinceridad y la fidelidad a su propia obra (y a la ajena) nunca tendría resentimiento.
Todo es por culpa de la maldita aureola. Cuando voy por la calle me fijo. Ese tan estirado. Aquella tan elegante. Y el pobre cojo con el bastón y la gorrilla de pueblo mirando a uno y a otro.
Uno es de pueblo. Y a mucha honra. Pero si leo algo que me gusta (como cuando veo a una bella mujer) le quito la aureola y le digo:
- “¿Te apetecen unas berenjenas rebozadas?”.
También se ponen amarillas y se hinchan. Es síntoma de la maduración. Por eso hay tanto poeta gordo.
Con la literatura pasa igual. El resentimiento suele ocupar un importante espacio en los escritores. Pero no se trata de un resentimiento sentido. Más bien se produce por compromiso mutuo. Veamos. Un autor analiza una obra ajena. Y la disfruta considerablemente. Pero ese autor tiene un nombre, unos apellidos, una reputación. Y a todo ese halo hay que añadir un círculo de amigos a los que está agradecido y ante los que tiene que justificarse.
Así, lo que en un principio era un deleite acaba convirtiéndose en pasto de los bichos. Berenjenas para no ir muy lejos.
La relación que mantiene un hombre y una mujer acaba siendo dubitativa, o deudable. Si ese escritor, en un momento concreto de su vida, hubiera optado por la sinceridad y la fidelidad a su propia obra (y a la ajena) nunca tendría resentimiento.
Todo es por culpa de la maldita aureola. Cuando voy por la calle me fijo. Ese tan estirado. Aquella tan elegante. Y el pobre cojo con el bastón y la gorrilla de pueblo mirando a uno y a otro.
Uno es de pueblo. Y a mucha honra. Pero si leo algo que me gusta (como cuando veo a una bella mujer) le quito la aureola y le digo:
- “¿Te apetecen unas berenjenas rebozadas?”.
The Feelings (2) (Segunda Inclinación)
Según se indica en la teoría de las inclinaciones, la segunda inclinación es el amor como complemento del absurdo. La literatura siempre supera al propio amor. Y eso se pretende, se intenta, se trabaja. No siempre se consigue, pero merece la pena luchar por unos ideales para nada compartidos.
En este sentido la segunda inclinación se manifiesta en los recuerdos de aquellas mujeres que fueron capaces de hacer dudar. En algunos casos la duda fue mayor que en otros. Y a veces nunca llegó el amor.
Comenzamos con Susana. Años ochenta. Principios. Una historia en Turquía y una descripción de la palabra.
Entonces el corazón siempre estaba entre los dedos.
ES DOMINGO, el periódico dice que un grupo de australianos pretende realizar una expedición al Himalaya. ¿No recuerdas, Susana, aquella expedición?
Habíamos previsto todo el viaje, era un viaje sin límites: en Valencia un carguero de bandera turca nos llevaría directo hacia su patria. Ya sabéis amigos que la patria de un turco está siempre repleta de bandidos, y la patria de un santo es la patria de todos, de todos los que he visto sin patria y nunca han visto al santo, ¿no es cierto?
No sólo hay miserables en Turquía, también los hay en casa, en una esquina, en esos ascensores de grandes edificios, y al mirarlos, el empresario siente una composición inmaculada, como una aparición.
Quedamos en Turquía y el Tíbet lo inventamos, lo imaginamos. Tanta miseria estaba pidiendo algún consuelo y tú eras un consuelo, una ilusión que a veces pretendía ser australiana, y andabas de puntillas, y eras un canguro de puntillas.
¿Dime si no son ciertas mis verdades? ¿Dime si ese viaje no hizo más que separarnos? Y eso que los viajes son los virajes de una vida, pero siempre es verdad que un viaje mal previsto acaba como el nuestro: en la separación anticipada.
EN Turquía había un negro de grandes labios que se enamoró de ti, y no dejaba de acosarte por las calles pues te decía piropos turcos que son inteligibles.
Yo me reía, tú te reías y él se reía con lágrimas cuando pasabas por su lado y no le hacías ni caso. El pobre negro miraba tu cuerpo con tanto desconsuelo que por los poros de su piel saltaban chispas. Y no eran chispas negras, porque el amor que un hombre siente lo mismo da que sea de explosión o de remordimiento, lo que importa es que ama.
SUSANA se acostaba vestida doblemente para evitar que el negro se tentara, porque un negro es un hombre y el nuestro había acordado enseñarnos la ciudad con tal de estar más cerca de la moza. Y aceptamos, no sé porque aceptamos pero fuimos, éramos para el negro dos bandidos de lujo en otra patria, dos bandidos distintos, porque siempre robábamos los trajes y siempre los pagábamos. Hasta que se acabó el dinero, hasta que los bolsillos dijeron “c’est fini”, hasta que nuestros padres bien amados por carta escrita a pluma acordaron cortar el suministro económico, como si se cortara la energía una noche de huelgas y todos los huelguistas tuvieran que llevar una pancarta y una vela en las manos.
EL negro no era malo, si miraba a Susana y la veía con hambre corría al supermercado para comprar detalles, detalles alimentarios, que aunque fueran detalles nos calmaban, porque un detalle puesto con acierto es capaz de cambiar hasta un destino, y nos cambiaban, como un gobierno busca el cambio en las declaraciones: el negro era el gobierno, nosotros, electores con hambre, (siempre ocurre lo mismo todos los electores tienen hambre y acaban votando, cuando la realidad mejor sería que fuese de otro modo, que acabasen comiéndose al gobierno).
Nosotros más de una vez pensamos en comernos al negro, no por hambre, ya entienden, sino por repugnancia, porque uno en esta vida acaba por comerse hasta lo que más odia, acaba por comerse su esperanza.
UNA tarde en las calles de la capital nos sorprendió una revolución. Las mujeres corrían de un sitio a otro, como queriendo dejar constancia de su fuerza, y los hombres lloraban, todos menos el negro que con fuerza y arrogancia nos indico un pequeño hueco entre los muros, un hueco de salvación.
Fue la primera vez que el negro se acerco a Susana, le decía cosas al oído, cosas de amor, no eran intuiciones, ni deseos, más bien tenia obligación de revoluciones, pues estaba excitado.
Susana que no es tonta, en un descuido súbito y sonriendo le dijo en voz alta:
“Hablas de amor muchacho y te sudan las manos,
¿No será que los negros tienen el corazón entre los dedos?”
Y el negro optó por irse, un turco que era negro y nos quería, pero era obligación, su obligación, dejarnos en Turquía mientras llorábamos, mientras soñábamos.
EL mar en Estambul es una caja de zapatos, le llaman mar de Mármara y siempre lleva el agua en tarjetas de visitas, porque viaja muchísimo, entra por un estrecho y muere en otro.
El mar en Estambul está llorando, y gusta ver sus lágrimas absurdas, ya que un mar es un mar y por mucho que corra, muera o se aprisione tiene fuerza suficiente para evitar tristezas, porque el mar nos alegra, el mar nos adelanta los días de ola en ola, y cuando una ola muere hay otra que pervive.
En este sentido la segunda inclinación se manifiesta en los recuerdos de aquellas mujeres que fueron capaces de hacer dudar. En algunos casos la duda fue mayor que en otros. Y a veces nunca llegó el amor.
Comenzamos con Susana. Años ochenta. Principios. Una historia en Turquía y una descripción de la palabra.
Entonces el corazón siempre estaba entre los dedos.
ES DOMINGO, el periódico dice que un grupo de australianos pretende realizar una expedición al Himalaya. ¿No recuerdas, Susana, aquella expedición?
Habíamos previsto todo el viaje, era un viaje sin límites: en Valencia un carguero de bandera turca nos llevaría directo hacia su patria. Ya sabéis amigos que la patria de un turco está siempre repleta de bandidos, y la patria de un santo es la patria de todos, de todos los que he visto sin patria y nunca han visto al santo, ¿no es cierto?
No sólo hay miserables en Turquía, también los hay en casa, en una esquina, en esos ascensores de grandes edificios, y al mirarlos, el empresario siente una composición inmaculada, como una aparición.
Quedamos en Turquía y el Tíbet lo inventamos, lo imaginamos. Tanta miseria estaba pidiendo algún consuelo y tú eras un consuelo, una ilusión que a veces pretendía ser australiana, y andabas de puntillas, y eras un canguro de puntillas.
¿Dime si no son ciertas mis verdades? ¿Dime si ese viaje no hizo más que separarnos? Y eso que los viajes son los virajes de una vida, pero siempre es verdad que un viaje mal previsto acaba como el nuestro: en la separación anticipada.
EN Turquía había un negro de grandes labios que se enamoró de ti, y no dejaba de acosarte por las calles pues te decía piropos turcos que son inteligibles.
Yo me reía, tú te reías y él se reía con lágrimas cuando pasabas por su lado y no le hacías ni caso. El pobre negro miraba tu cuerpo con tanto desconsuelo que por los poros de su piel saltaban chispas. Y no eran chispas negras, porque el amor que un hombre siente lo mismo da que sea de explosión o de remordimiento, lo que importa es que ama.
SUSANA se acostaba vestida doblemente para evitar que el negro se tentara, porque un negro es un hombre y el nuestro había acordado enseñarnos la ciudad con tal de estar más cerca de la moza. Y aceptamos, no sé porque aceptamos pero fuimos, éramos para el negro dos bandidos de lujo en otra patria, dos bandidos distintos, porque siempre robábamos los trajes y siempre los pagábamos. Hasta que se acabó el dinero, hasta que los bolsillos dijeron “c’est fini”, hasta que nuestros padres bien amados por carta escrita a pluma acordaron cortar el suministro económico, como si se cortara la energía una noche de huelgas y todos los huelguistas tuvieran que llevar una pancarta y una vela en las manos.
EL negro no era malo, si miraba a Susana y la veía con hambre corría al supermercado para comprar detalles, detalles alimentarios, que aunque fueran detalles nos calmaban, porque un detalle puesto con acierto es capaz de cambiar hasta un destino, y nos cambiaban, como un gobierno busca el cambio en las declaraciones: el negro era el gobierno, nosotros, electores con hambre, (siempre ocurre lo mismo todos los electores tienen hambre y acaban votando, cuando la realidad mejor sería que fuese de otro modo, que acabasen comiéndose al gobierno).
Nosotros más de una vez pensamos en comernos al negro, no por hambre, ya entienden, sino por repugnancia, porque uno en esta vida acaba por comerse hasta lo que más odia, acaba por comerse su esperanza.
UNA tarde en las calles de la capital nos sorprendió una revolución. Las mujeres corrían de un sitio a otro, como queriendo dejar constancia de su fuerza, y los hombres lloraban, todos menos el negro que con fuerza y arrogancia nos indico un pequeño hueco entre los muros, un hueco de salvación.
Fue la primera vez que el negro se acerco a Susana, le decía cosas al oído, cosas de amor, no eran intuiciones, ni deseos, más bien tenia obligación de revoluciones, pues estaba excitado.
Susana que no es tonta, en un descuido súbito y sonriendo le dijo en voz alta:
“Hablas de amor muchacho y te sudan las manos,
¿No será que los negros tienen el corazón entre los dedos?”
Y el negro optó por irse, un turco que era negro y nos quería, pero era obligación, su obligación, dejarnos en Turquía mientras llorábamos, mientras soñábamos.
EL mar en Estambul es una caja de zapatos, le llaman mar de Mármara y siempre lleva el agua en tarjetas de visitas, porque viaja muchísimo, entra por un estrecho y muere en otro.
El mar en Estambul está llorando, y gusta ver sus lágrimas absurdas, ya que un mar es un mar y por mucho que corra, muera o se aprisione tiene fuerza suficiente para evitar tristezas, porque el mar nos alegra, el mar nos adelanta los días de ola en ola, y cuando una ola muere hay otra que pervive.
miércoles, 22 de diciembre de 2010
The Feelings (1) (Segunda Inclinación)
AMAR siempre se escribe con hache intercalada.
Debe ponerla en medio, entre la i y la o.
No es bueno complicarse.
Total si son tres días y hemos gastado cinco,
para qué desatar lo imprevisible.
Recuerde, amar, al igual que estipendio,
debe escribirse así, con hache.
Y debe dar igual que usted sea peluquera,
cajera o cocinera. Amarse por minutos
no concibe de fraudes, ni siquiera de oficios vespertinos.
De día nos pela el alma y de noche la tibia.
Segunda inclinación, o misión, o concierto.
Tengo las cartas malas. Esta partida sobra.
No dio nunca lo mismo ser letra o alfabeto.
No me conviene hablar, hablar no me conviene.
Aunque debo decir, si es usted quien me escucha,
que amar se escribe siempre con hache intercalada.
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