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jueves, 14 de marzo de 2013

Y ustedes que creían que el idiota era yo




La crisis que padece la humanidad es una situación complicada para las finanzas, la sociedad, los valores y hasta para los poetas. No para la poesía que seguirá inalterable por los siglos de los siglos.

La burbuja poética afectó a los no poetas que se creían poetas y han dejado de serlo. Por eso andan revueltos, nerviosos, hasta puede decirse que violentos e insustanciales.

Claro, acostumbrados a publicar su librito al año, sus colaboraciones en los medios de comunicación y en revistas prolijas, lecturas donde abonan la estancia y el desplazamiento, y hasta recibir las comisiones de los comisionistas del verso triste.

Pero de pronto todo eso se viene abajo y se encuentran con cinco libros inéditos, una docena de colaboraciones y las venas hinchadas como el aire que rellena la burbuja de la mentira.

Como en aquella canción de Sabina que habla del marcapasos que hace interferencias en la frecuencia del televisor, todo es pasado. Aquello que no existe y nunca ha dejado de ser, la vanidad, el yomimeconmigo. Brujos, como la bruja de la segunda mujer del cantante de Úbeda, la Maruja, sí, la del tacón de aguja. Los no poetas, las marujas de la rima asonante y consonante.

La crisis que pasamos hará una buena limpia en la poesía española. Más que mal, hará bien.

Y ustedes que creían que el idiota era yo.




miércoles, 9 de noviembre de 2011

Memorias de un comerciante de versos (Siete)



En el mundo editorial hay dos mafias fácilmente definibles. La primera son las asociaciones de editores y la segunda las distribuidoras.

Los amigos de los políticos de turno y menosprecio acaban como directores ejecutivos de las asociaciones de editores. Así, cuando había ayudas, estaban presentes en todos los repartos y favorecían a sus contactos, allegados o simpatizantes, amén embolsarse el máximo posible de la tarta. Se ha editado basura en este país. Si hablamos de crisis como derroche, en libros publicados se puede hacer una inmensa exposición de motivos.

Una comunidad autónoma mediocre, con publicaciones que inundan los sótanos de sus administraciones públicas, que se pudren, y ni siquiera llegan a las bibliotecas. Así es España, un país de cantina, mariachis y pelotazos.

Con la llegada de los recortes un conocido me enseñaba unas publicaciones, promovidas por una asociación de editores, sin más interés que el papel, la tinta y el olor. Las ayudas persisten para los enchufados, aunque no se tenga dinero para las farmacias.

Los editores asociados suelen tener una revista de reseñas donde publicitan sus obras. Las del ejecutivo salen en portada, las otras deben pagar un canon que oscila entre los libros editados en un año y las letras que el banco rechaza. Un pellizco.

Las distribuidoras llegan a controlar a las editoriales. Se llevan el 60% del precio de venta al público, pagan a noventa días y ¿quién controla sus liquidaciones? Dicen que tienen a unos comerciales que enseñan las novedades a las librerías y éstas deciden.

Así los autores siempre están enfadados con la editorial. Su libro no aparece en la papelería de la esquina de su casa junto a las novedades de Paulo Coelho o Pérez Reverte.

Los autores son graciosos. Quieren su obra en el escaparate, entre las lunas, en formato destacado y con un poco de neón.

Si ningún editor mandara sus novedades a las distribuidoras y remitieran, mediante una logística controlada, los libros directamente a las librerías, se acabaría una mafia. Pero claro, entonces te multarían de la asociación de editores. El director ejecutivo, enchufado y amigo del político que gobierna en la comunidad, tendría capacidad para controlar tus decisiones, incluso de retirar tus obras de la librería.

Por fiscalizar y manipular se hace hasta en los descuentos. ¿No se puede vender al precio que salga en gana? ¿No estamos en un país libre? ¿Qué siglo es éste?

Y entre todas estas cosas, el autor sigue llamándote, escribiéndote o mandándote sms, preguntando las librerías dónde se encuentra su obra magna. Es que tiene amigos que han ido a un lugar y no está su libro.

Un librero amigo y listo, me dijo una vez que había autores –con gafas de sol y gorro- que habían preguntado por una obra (suya y propia desde luego). La vanidad por encima de la cacharrería.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Memorias de un comerciante de versos (Uno)



Apunta Colinas que el tiempo es cruel con lo falso de la literatura. Más que excesivo es certero y acertado. Incluso diría que ocurre siempre. Es la otra realidad, la que no se conoce en vida.

Pero también esa otra realidad, que indica el autor de La tumba negra, es la poesía, la palabra que viene después de las razones que ya no sirven.

He leído un poema de un autor sudamericano que me ha fascinado. Y he llamado urgentemente y de inmediato. Así acontece la vida. El que pueda entender que atienda. Improvisar es error, juicio falso.

Uno ya se ha cansado de los envíos que aluden a la responsabilidad e incluso, de las opiniones, definiciones, vanas certezas. El descubrimiento es una virtud como también lo es la paciencia, la honestidad y el equilibrio.

He planteado publicar las liquidaciones de ventas de todos los autores que editan, de todos. Con nombre y apellidos (los dos). Más de uno derivará en sobresalto, es la otra realidad. Creo que hacemos un favor a las editoriales de la competencia. Las cartas de apresto y desagravio son tan excesivas que uno piensa en lo falso de la literatura.

Un autor muy conocido ofreció cinco mil euros por la publicación de un libro de poemas. Uno de los maquetadores, presto y veloz, dedujo que con esa cantidad se hubieran editado tres Vela de Gavia. Pero no se publicó. Otra editorial de poesía lo hizo.

Hay jóvenes que hasta ofrecen su conjunto de sentidos orgánicos por ver en papel sus versos. Y ante la negativa se autojustifican en la propia condición. Lo triste es que nunca verán la luz, lo que escriben no es poesía (algunas pueden ver la luz en manifestaciones terribles y no literarias). No me dolerán las críticas si no vienen de la otra realidad, la verdadera.

Ser editor es una cabronada. Una incomodidad. Una injusticia. Si no fuera por esa otra realidad, que pocos pueden observar, no merecería la pena.

Se hace tarde y vale la pena poder leer, descubrir, acertar o errar. Todas las razones nos sirven, absolutamente todas. Es tardísimo.