lunes, 26 de abril de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XIII)



Se reúnen cinco poetas, de distinta procedencia y diferente versificación, en Siltolá una noche de abril. Las copas las sirve dios, que escucha atentamente todas y cada una de las conversaciones.

Un poeta valenciano, afín a los poetas valencianos, habla de la pureza del lenguaje y el hermetismo como riqueza lírica.

Un poeta gallego, de gran sabiduría y conocimiento, comienza a citar a autores de los cincuenta, y se queda ahí. Dice que más allá no hay nada. Bueno la nada no es el todo aunque aparente ser. Forma y fondo sin contemplaciones.

El lírico madrileño, austero y casi mendigo, reconoce que visita Hiperión de vez en cuando y acude a los actos literarios para conocer, formarse y comer algo en los aperitivos finales. De poesía habla poco. Su estómago es más importante. Prefiere tenerlo en silencio.

Otro poeta, de procedencia desconocida (nació en una provincia, reside en otra, y se siente identificado con ninguna) sólo lee a los clásicos y a autores de principios de siglo, y a ser posible extranjeros. La poesía española no le completa ni le satisface.

El anfitrión, poeta gaditano, permanece en silencio. Se ha limitado a escuchar, a leer el libro que Abel Feu le acaba de regalar (una edición de Platero y yo de los años cuarenta ¡cuántos Platero y yo tendrá!) y a beber los MM que dios prepara con amor y premura.

Conclusión: la poesía es desconocimiento, vacío y una dosis superior de tequila en el MM hace que se recite a Catulo casi de memoria. Y Catulo no es el único que bebe.