domingo, 21 de agosto de 2011

23 (Veintitrés)



Richard Middleton tenía un rostro terrorífico. Sus ojos en la foto permanecían intactos. Conocedor de seres de otro mundo, de fantasmas y duendes, era muy necesario encerrarme con él. El mar guarda secretos, como también los guarda la papelera blanca donde caen los poemas que nadie reconoce.

En los últimos meses habré arrojado cientos, pero ahora ninguno aparece. Es extraño, es confuso.

Reduzco a tres autores la grandeza de ahora. TRR tiene razón. Es difícil leer los artículos de nuestros suplementos. Siempre la misma gente, siempre los que figuran, siempre escriben lo mismo. ¿Dónde está la calidad, el acierto?

Como un barco fantasma los grandes literatos permanecen ocultos. No escriben para nadie, reportan beneficios a la necesidad. Son humildes, sinceros (con obra, hechos y propios resultados). Si salen en las fotos, muestran el rostro humano. Si entran en el laberinto encuentran la salida.

Mauricio Wiesenthal es uno de ellos. También Pablo d’Ors. Por último Alberto Manguel. Siempre habitan fantasmas en los buques del fuego. Literatura gris, ingleses, irlandeses. Los matices se encuentran en la lengua de origen.

Vuelvo a Barrie. El humor de Wallace Irwin apasiona, aunque prefiero sus versos. Pudo dejar escrito Stevenson mil cosas, pero Irwin captaba la verdad, lo que nadie prefiere para escribir poemas. La papelera blanca está llena de hojas. Y debajo, en el fondo, está la sombra de un barco y un girasol ya seco.