jueves, 17 de noviembre de 2011



La tía Juana solía decir que los veranos eran un regalo de dios, y el sudor de la frente era algo así como la expulsión de las malas intenciones. Desde entonces uso pañuelo, los instintos dañinos los guardo en el bolsillo.

Esta noche en la azotea he visto el cielo de Moguer. Me acompañaban Diego y Juan. Las luces del Puerto Rico molestaban. Mañana tendré que decir a Ernesto que apague el cartel luminoso más allá de las dos de la madrugada. José Antonio permanecía en la casa reparando el torso de un San Juan.

El poeta es un apóstol, un propagador del misterio, e inmediatamente después es la postura, la calificación del género.

Diego ha recitado “Mariposas negras” y Juan (el poeta que no el apóstol) poemas de El jardín mojado. He permanecido en silencio. Molestaban las luces. La claridad en la frente es el desorden, un grave desconcierto. Es la perturbación de los versos de otros, un simple impedimento.

Dicen que ahora José Antonio apenas recuerda. Ventura y otros amigos íntimos le cuidan en el día, por la noche descansa. José Antonio era bueno. Tenía la voz pequeña pero firme. La tía Juana falleció antes, mucho antes.

El esclarecimiento es nuestra voluntad, el centro donde se iluminan los espectros, lo visible y las malas intenciones.