29. Un sueño que empieza en mediodía
Es mediodía. El
parque se alimenta de sus hojas, los designios que suelen ser misterios, las
jornadas que no figuran en el calendario. Es diciembre. El suelo apenas blanco
por un hielo malvado y este frío, este gastado frío que rompe aquel perfume de
la felicidad. Juana aparece ahora, es la tía de mi padre. Cuando tenía tres
años organizó una boda. Desde entonces yo sigo siendo el novio. Un patio de
naranjos y pilistras, una anciana de riguroso negro, y un moño blanco y seco.
La novia con muñecas y un babi de colegio. Y entonces me di cuenta que había
llegado el arte. Era diciembre, misterioso y sincero, como son los diciembres.
Siempre es lo mismo, la silla en la ventana y una sombra que canta si no somos
amigos.
Envidio mucho a
Juana, su buena voluntad y el deseo de forjar una ilusión que muere por su
nombre. Mientras se apaga el día, la forma de una rama me recuerda a la novia. Sus
ojos de estaciones y una dulce pregunta que sigue en mi cabeza: ¿Quién eres?
Mi amor no tiene
inicios, estos zapatos negros de charol dañan el alma. Se marcha el mediodía y
el parque va sembrando los himnos de la vida. Los cantos de sirenas se quedan
con mi mundo, también por estas cosas hemos de dar las gracias. Según dicen los
sabios, suele ser en diciembre cuando la duda se convierte en poema, y aprendes
de nosotros. El poema es un sueño que empieza en mediodía.
Cuando marcho hacia
casa un foco extraordinario ilumina el camino. Admito que he jugado indefenso, imaginando
pájaros y luces. Nunca seré este hombre adecuado, ni aquel torpe resumen que
unos padres soñaron una vez, en un diciembre frío.
(Mediodía en Kensington Park)
(Ilustración: La boda, por Pablo Pámpano Vaca, 2012)