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miércoles, 27 de noviembre de 2019
martes, 26 de noviembre de 2019
lunes, 25 de noviembre de 2019
domingo, 24 de noviembre de 2019
sábado, 23 de noviembre de 2019
viernes, 22 de noviembre de 2019
jueves, 21 de noviembre de 2019
Mark Twain
Mark Twain: La decadencia del
arte de mentir
Cierto día, un médico benévolo
(que había leído las historias de moral) se topó con un perro vagabundo que
tenía rota una pata. Llevó al pobre animal a su casa, y después de curársela y
vendársela, le devolvió al pequeño vagabundo su libertad, y no volvió a pensar
en el asunto. Mas, cuál no sería su sorpresa, cuando una mañana, unos días
después, al abrir la puerta encontró que el agradecido can lo estaba esperando
allí pacientemente, en compañía de otro perro vagabundo, al cual, quién sabe
por qué accidente, se le había roto una de sus patas. El bondadoso galeno
corrió a atender al animal dolorido, y no olvidó observar la inescrutable
bondad y misericordia de Dios, que había tenido a bien emplear un instrumento
tan noble como el pobre perro callejero para inculcar, etc.
A la mañana siguiente, el bondadoso
médico se encontró a los dos perros, pletóricos de gratitud, esperándolo en la
puerta, y con ellos a otros dos… inválidos. Los curó sin demora, y los cuatro
siguieron su camino, dejando al bondadoso doctor una vez más sobrecogido por
sus pensamientos piadosos. Pasó el día y llegó la mañana. En la puerta estaban
ahora los cuatro perros restablecidos, junto con otros cuatro que requerían ser
tratados. Transcurrió también aquel día, y llegó una nueva mañana; y ahora eran
dieciséis los perros, ocho de ellos recién lesionados, que invadían toda la
acera, y obligaban a los transeúntes a dar un rodeo. Por la tarde, todas las
patas rotas habían sido arregladas, pero entre los pensamientos piadosos del
buen médico estaban comenzando a filtrarse obscenidades involuntarias. El sol
volvió a salir una vez más, para mostrar treinta y dos perros, dieciséis de los
cuales tenían alguna pata quebrada, que ocupaban la acera de la mitad de esa
manzana, mientras los curiosos humanos llenaban el espacio sobrante. Los aullidos
de los animales heridos, las serenatas de los recuperados y los comentarios de
los ciudadanos noveleros formaban un gran e inspirador alborozo, hasta el punto
de que el tráfico hubo de ser interrumpido en aquella calle. El buen médico
contrató un par de cirujanos asistentes, y consiguió concluir esa obra de
beneficencia al anochecer, no sin antes tomar la precaución de abandonar la
iglesia a la que pertenecía, con el objetivo de poderse desahogar con la
laxitud requerida por el caso.
Pero algunas cosas tienen su
límite. Cuando una vez más amaneció y el buen médico se asomó para ver una
muchedumbre de perros suplicantes y clamorosos, exclamó:
—Debo darme por vencido y
reconocerlo: los libros de moral me han engañado. Sólo cuentan la parte bonita
de la historia, y ahí se detienen. Tráiganme la escopeta. ¡Esto ha ido ya
demasiado lejos!
Y diciendo estas palabras, salió
como una tromba con su arma, con la mala fortuna de que le pisó la cola al
primer perro que había curado, el cual, ni corto ni perezoso, le mordió en una
pierna. Lo que sucedió fue que la grandioso y noble tarea en que este chucho se
había comprometido había engendrado en él un entusiasmo tan poderoso y
creciente que se le consumió la mollera y finalmente enloqueció. Un mes
después, cuando el benévolo médico yacía en su lecho de muerte, presa de la
hidrofobia, convocó a sus acongojados amigos a su alrededor y les dijo:
—Cuídense de los libros. Cuentan
sólo la mitad de la historia. Cuando un pobre perro desgraciado les pida ayuda
y ustedes no estén seguros de los resultados que pueden derivarse de su
benevolencia, concédanse el beneficio de la duda y asesinen al suplicante.
Y diciendo estas palabras, volvió
su rostro hacia la pared y entregó su alma.
miércoles, 20 de noviembre de 2019
Cervantes
Cervantes: Don Quijote
—¿Quién va allá? ¿Qué gente? ¿Es
por ventura de la del número de los contentos, o la del de los afligidos?
—De los afligidos —respondió don
Quijote.
—Pues lléguese a mí —respondió el
del Bosque—, y hará cuenta que se llega a la mesma tristeza y a la aflición
mesma.
martes, 19 de noviembre de 2019
Mark Twain
Mark Twain: La decadencia del
arte de mentir
Un joven y paupérrimo escritor
principiante había intentado en numerosas ocasiones que le aceptaran sus
manuscritos. Desesperado, y cuando sólo le esperaban los horrores de la
inanición, le expuso su caso a un escritor consagrado, implorándole consejo y
ayuda. El generoso caballero inmediatamente dejó de lado sus propios asuntos y
procedió a leer con detenimiento uno de los manuscritos rechazados. Concluida
su altruista tarea, le dio un cariñoso apretón de manos al joven y le dijo:
—Creo que sus páginas tienen
calidad. Vuelva el lunes.
El día señalado, con una sonrisa
dulce, pero sin decir palabra, el célebre autor desplegó una revista todavía
húmeda a causa de la tinta. Cuál no sería la sorpresa del pobre joven al
descubrir su propio artículo sobre la página impresa.
—¿Cómo podré —dijo, hincándose de
rodillas y estallando en lágrimas— expresarle mi gratitud por su noble
conducta?
El escritor célebre era el famoso
Snodgrass, y el pobre escritor principiante, rescatado así de la oscuridad y de
la miseria, se convirtió en el igualmente famoso Snagsby. Sirva este hermoso
incidente para enseñarnos que debemos prestar un oído caritativo a los
principiantes necesitados de ayuda.
A la semana siguiente, Snagsby
regresó con cinco cuentos rechazados. El escritor célebre se sorprendió un
poco, porque en los libros de moral el joven luchador solamente necesitaba un
empujoncito. No obstante, revisó minuciosamente los papeles, retirando flores
innecesarias y desterrando unos cuantos acres de adjetivos inadecuados, y de
ese modo consiguió que le aceptaran dos relatos.
Transcurrida más o menos una
semana, el agradecido Snagsby se presentó con otra remesa. El escritor célebre
experimentó un íntimo sentimiento de satisfacción la primera vez que le había
dado muestras de amistad al empedernido novel, y al compararse con las personas
generosas de los libros salía bien librado. Pero ahora estaba comenzando a
sospechar que se había topado con algo nuevo en el capítulo de los episodios de
nobleza. Pese a que su entusiasmo se fue enfriando, fue incapaz de rechazar al
novato y esforzado escritor que se aferraba a él con una familiaridad y una
confianza tan plenas.
El resultado fue que el escritor
célebre fue apabullado por el pobre novel. De nada sirvieron sus débiles
esfuerzos para liberarse de su pesada carga. Todos los días tenía que estarle
dando consejo y aliento; permanentemente tenía que procurar que las revistas lo
aceptaran, y luego, rehacer sus escritos para volverlos presentables. Cuando el
joven aspirante por fin despegó, alcanzó la fama de manera meteórica
describiendo la vida privada del escritor célebre con un humor tan cáustico y
tal lujo de detalles hirientes, que el libro se vendió en cantidades
astronómicas y al célebre escritor se le rompió el corazón por haber sufrido
tamañas mortificaciones.
Mientras exhalaba su último
suspiro dijo:
—¡Qué dolor! Los libros de moral
me han decepcionado, pues no relatan la historia completa. Amigos míos,
cuídense de los escritores principiantes que luchan por ser aceptados. Aquél a
quien Dios considera digno de morir de hambre, que no lo rescate el hombre
presuntuoso, pues será a costa de su propia ruina.
lunes, 18 de noviembre de 2019
Cervantes
Cervantes: Don Quijote
Señor, en eso no hay que reparar,
que bien puede ser que los regidores que entonces rebuznaron viniesen con el
tiempo a ser alcaldes de su pueblo, y así, se pueden llamar con entrambos
títulos; cuanto más, que no hace al caso a la verdad de la historia ser los
rebuznadores alcaldes o regidores, como ellos una por una hayan rebuznado;
porque tan a pique está de rebuznar un alcalde como un regidor.
Un poema de "Mediodía en Kensington Park"
Un poema de Mediodía en
Kensington Park (2015) en la antología Streets Where to Walk is to
Embark. Spanish Poets in London (1811-2018), editada por Eduardo Moga y
traducida por Terence Dooley para la editorial Shearsman Books. Muchas gracias.
Giovanni Pico della Mirandola
Giovanni Pico della Mirandola: De
la dignidad del hombre
Todo lo cual yo, no sin
grandísimo dolor e indignación, lo digo, no contra los príncipes, sino contra
los filósofos de este tiempo, los que piensan y proclaman que no vale la pena
filosofar, porque para los filósofos no hay establecidos ningunos premios, ninguna
paga, como si no bastara esto para demostrar con ello que no son filósofos.
Pues, si toda su vida está puesta en la ganancia o en la ambición, claro es que
no abrazan el conocimiento de la verdad por sí misma.
domingo, 17 de noviembre de 2019
sábado, 16 de noviembre de 2019
Cioran
Cioran: Breviario de
podredumbre
Somos injustos con los Nerones o
los Tiberios: ellos no inventaron el concepto de herético: no fueron sino
soñadores degenerados que se divertían con las matanzas.
Los verdaderos criminales son los
que establecen una ortodoxia sobre el plano religioso o político, los que
distinguen entre el fiel y el cismático.
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