jueves, 30 de diciembre de 2010

The Feelings (2) (Segunda Inclinación)



Según se indica en la teoría de las inclinaciones, la segunda inclinación es el amor como complemento del absurdo. La literatura siempre supera al propio amor. Y eso se pretende, se intenta, se trabaja. No siempre se consigue, pero merece la pena luchar por unos ideales para nada compartidos.

En este sentido la segunda inclinación se manifiesta en los recuerdos de aquellas mujeres que fueron capaces de hacer dudar. En algunos casos la duda fue mayor que en otros. Y a veces nunca llegó el amor.

Comenzamos con Susana. Años ochenta. Principios. Una historia en Turquía y una descripción de la palabra.

Entonces el corazón siempre estaba entre los dedos.


ES DOMINGO, el periódico dice que un grupo de australianos pretende realizar una expedición al Himalaya. ¿No recuerdas, Susana, aquella expedición?

Habíamos previsto todo el viaje, era un viaje sin límites: en Valencia un carguero de bandera turca nos llevaría directo hacia su patria. Ya sabéis amigos que la patria de un turco está siempre repleta de bandidos, y la patria de un santo es la patria de todos, de todos los que he visto sin patria y nunca han visto al santo, ¿no es cierto?

No sólo hay miserables en Turquía, también los hay en casa, en una esquina, en esos ascensores de grandes edificios, y al mirarlos, el empresario siente una composición inmaculada, como una aparición.

Quedamos en Turquía y el Tíbet lo inventamos, lo imaginamos. Tanta miseria estaba pidiendo algún consuelo y tú eras un consuelo, una ilusión que a veces pretendía ser australiana, y andabas de puntillas, y eras un canguro de puntillas.

¿Dime si no son ciertas mis verdades? ¿Dime si ese viaje no hizo más que separarnos? Y eso que los viajes son los virajes de una vida, pero siempre es verdad que un viaje mal previsto acaba como el nuestro: en la separación anticipada.

EN Turquía había un negro de grandes labios que se enamoró de ti, y no dejaba de acosarte por las calles pues te decía piropos turcos que son inteligibles.

Yo me reía, tú te reías y él se reía con lágrimas cuando pasabas por su lado y no le hacías ni caso. El pobre negro miraba tu cuerpo con tanto desconsuelo que por los poros de su piel saltaban chispas. Y no eran chispas negras, porque el amor que un hombre siente lo mismo da que sea de explosión o de remordimiento, lo que importa es que ama.

SUSANA se acostaba vestida doblemente para evitar que el negro se tentara, porque un negro es un hombre y el nuestro había acordado enseñarnos la ciudad con tal de estar más cerca de la moza. Y aceptamos, no sé porque aceptamos pero fuimos, éramos para el negro dos bandidos de lujo en otra patria, dos bandidos distintos, porque siempre robábamos los trajes y siempre los pagábamos. Hasta que se acabó el dinero, hasta que los bolsillos dijeron “c’est fini”, hasta que nuestros padres bien amados por carta escrita a pluma acordaron cortar el suministro económico, como si se cortara la energía una noche de huelgas y todos los huelguistas tuvieran que llevar una pancarta y una vela en las manos.

EL negro no era malo, si miraba a Susana y la veía con hambre corría al supermercado para comprar detalles, detalles alimentarios, que aunque fueran detalles nos calmaban, porque un detalle puesto con acierto es capaz de cambiar hasta un destino, y nos cambiaban, como un gobierno busca el cambio en las declaraciones: el negro era el gobierno, nosotros, electores con hambre, (siempre ocurre lo mismo todos los electores tienen hambre y acaban votando, cuando la realidad mejor sería que fuese de otro modo, que acabasen comiéndose al gobierno).

Nosotros más de una vez pensamos en comernos al negro, no por hambre, ya entienden, sino por repugnancia, porque uno en esta vida acaba por comerse hasta lo que más odia, acaba por comerse su esperanza.

UNA tarde en las calles de la capital nos sorprendió una revolución. Las mujeres corrían de un sitio a otro, como queriendo dejar constancia de su fuerza, y los hombres lloraban, todos menos el negro que con fuerza y arrogancia nos indico un pequeño hueco entre los muros, un hueco de salvación.

Fue la primera vez que el negro se acerco a Susana, le decía cosas al oído, cosas de amor, no eran intuiciones, ni deseos, más bien tenia obligación de revoluciones, pues estaba excitado.

Susana que no es tonta, en un descuido súbito y sonriendo le dijo en voz alta:

“Hablas de amor muchacho y te sudan las manos,
¿No será que los negros tienen el corazón entre los dedos?”

Y el negro optó por irse, un turco que era negro y nos quería, pero era obligación, su obligación, dejarnos en Turquía mientras llorábamos, mientras soñábamos.

EL mar en Estambul es una caja de zapatos, le llaman mar de Mármara y siempre lleva el agua en tarjetas de visitas, porque viaja muchísimo, entra por un estrecho y muere en otro.

El mar en Estambul está llorando, y gusta ver sus lágrimas absurdas, ya que un mar es un mar y por mucho que corra, muera o se aprisione tiene fuerza suficiente para evitar tristezas, porque el mar nos alegra, el mar nos adelanta los días de ola en ola, y cuando una ola muere hay otra que pervive.