Hago balance. A los 50 uno recuerda, promete poco, escucha, pero sobre
todo lee. Cada día que pasa me importa un poco menos todo lo que rodea a la
mentira y a la palabra. Amo el silencio. Los que hablan me aburren, los que
lloran me cansan, los que se justifican los detesto.
Tan solo acudo a los que guardan silencio, a aquellos que viven y no
mencionan el ápice de falsedad en labios verticales.
Se ha roto el cenicero. Tomo el cepillo para limpiar los restos del
naufragio. Hay cristales debajo de la mesa. Hago balance. Recuerdo como tapaba
los oídos en el baño de pequeño. Mi padre siempre gritaba.
Leí El Quijote, El guerrero del antifaz, los fascículos
de Purk, el hombre de piedra. Y Ulises.
Vivir también precisa su epitafio.