viernes, 25 de junio de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XLVI)



Dice el poeta Elías Moro que si en el siglo VI ya se escribía como Llywarch Hen, nosotros no hemos hecho más que empeorar la lírica. Acertada reflexión de Moro.

Un idioma britónico, y una traducción impecable de Antonio Rivero Taravillo para determinar la esencia y la pureza.

No dejamos de sorprendernos con la lengua. Bien aplicada es capaz de determinar fabulaciones (como las que realiza Jesús Cotta), muestras de humanidad (baste leer a J. J. Cabanillas), reflexiones internas de literatura creativa (Tomás Rodríguez Reyes) o tan sólo libertad literaria exquisita (Enrique García-Máiquez o Aquilino Duque).

Es la lengua nuestro portal del cielo, entendido como traslado, como dulzura.

Todo se acaba. La ilusión que tenemos en las cosas manifiesta ímpetu, pero éste es muy temporal, finito.

En pleno siglo VI, el poeta Taliesin, galés y oscuro, viajó al cielo y al infierno, y lo hizo en varias ocasiones. Utilizó la lengua para determinar lo invariable de las cosas, para encender la duda entre sus semejantes.

Empeoramos la lírica con el desconocimiento de la lengua, que es misterio.

“Nadie sabe si soy pescado o carne”.