viernes, 4 de junio de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XXXIV)



Entre árboles, en el campo. En una carretera perdida en la que a veces, y por casualidad, pasa algún vehículo, he visto a una joven de apenas trece años en la parada de un autobús rural. Esperaba impaciente, dando vueltas.

Delgada, pequeña, como si de nada se tratase, se impacientaba mientras transcurrían los minutos. Al tiempo, un joven imberbe y de edad similar, aparecía sobre una moto.

Era una Rieju, campera y con flecos de skay en los puños. Al levantarse del sillín y sobre él se leía I LOVE CHARINI. Un derroche de amor donde descansar.

Charini y el joven se abrazaron apasionadamente. La moto soportaba unos cántaros de leche recién ordeñada. El pedal inclinó la motocicleta, y con ello la leche rebosaba por la amplia boca del recipiente.

Hoy he recordado la agonía de mi padre. Sobre todo el instante cuando el sacerdote le dio la extremaunción. Casi fallecido intentó ponerse de rodillas para recibir el sacramento con gloria. Las cosas de la vida.

Los jóvenes prosiguen en sus manifestaciones de cariño y se viene a la cabeza los últimos momentos de mi padre. ¿Por qué será?, pregunto impaciente. Hablo con dios y no puede dar una respuesta.

Tomo un libro de poemas entre las manos y por mucho que busco nunca encuentro ese verso final de I LOVE CHARINI, cuando la grandeza de su manifestación lo enorgullece.

El olor de la leche y de las vaquerías se impregna por todo el sentido de la duda. Es un olor muy fuerte, parecido al de la muerte.

Repito poemas antiguos en la cabeza y ninguno satisface la curiosidad ni el desasosiego. Estoy entre árboles, en el campo.