Ha muerto dios. Se ha complicado una cosa con otra y no ha podido salvar la distancia entre la línea y el círculo. La eternidad es más inmensa. El océano más azul.
La noticia ha sentado mal a todos, salvo a un tal Dostoievski. “¡Ahora todo está permitido!” Es lo que repite por donde anda, o por donde caen sus libros.
Es curioso, pero en el velatorio no hay poetas presentes. El pastor, que no para de llorar y aferrarse a su entendimiento, el jardinero, los vecinos. Mañana plantaremos en Siltolá un Eleagnus angustifolia, un árbol del paraíso. Frondoso, verde, de reducido tamaño. Le gustaba mucho a dios el tono gris de algunas de sus hojas, y a veces con el fruto, hacía un cóctel en el MM.
A la sombra del árbol enterraremos sus cenizas. Dispersas junto a las raíces.
La vida es un límite justo entre la poesía y la esperanza. La muerte es su contemplación.
Ha pasado desapercibido totalmente. Apenas unos íntimos y la más absoluta sencillez. Es la muerte de los sabios.
Voy a salir unos días. Tengo que afrontar la nueva realidad de la conversación incompleta. Quiero hacer un viaje, un largo y generoso viaje. Su cuerpo descansará del fuego en la tierra, el agua hará crecer y el aire se romperá en los límites trasladando su voz, su respiración, sus risas.
Decimos adiós con la esperanza de que vuelvan a brotar las cosas que están bajo el sol. No podemos oponer los sentidos con los pensamientos, ni siquiera sus objetos.
Una realidad es firme, ha muerto dios.
La noticia ha sentado mal a todos, salvo a un tal Dostoievski. “¡Ahora todo está permitido!” Es lo que repite por donde anda, o por donde caen sus libros.
Es curioso, pero en el velatorio no hay poetas presentes. El pastor, que no para de llorar y aferrarse a su entendimiento, el jardinero, los vecinos. Mañana plantaremos en Siltolá un Eleagnus angustifolia, un árbol del paraíso. Frondoso, verde, de reducido tamaño. Le gustaba mucho a dios el tono gris de algunas de sus hojas, y a veces con el fruto, hacía un cóctel en el MM.
A la sombra del árbol enterraremos sus cenizas. Dispersas junto a las raíces.
La vida es un límite justo entre la poesía y la esperanza. La muerte es su contemplación.
Ha pasado desapercibido totalmente. Apenas unos íntimos y la más absoluta sencillez. Es la muerte de los sabios.
Voy a salir unos días. Tengo que afrontar la nueva realidad de la conversación incompleta. Quiero hacer un viaje, un largo y generoso viaje. Su cuerpo descansará del fuego en la tierra, el agua hará crecer y el aire se romperá en los límites trasladando su voz, su respiración, sus risas.
Decimos adiós con la esperanza de que vuelvan a brotar las cosas que están bajo el sol. No podemos oponer los sentidos con los pensamientos, ni siquiera sus objetos.
Una realidad es firme, ha muerto dios.