domingo, 15 de agosto de 2010

The Face (dieciséis) (Tercera Inclinación)



Es cierto que el silencio lo cura todo. Callar para vivir y abstenerse del recuerdo. Si algo no te gusta, silencio. Si alguien no apasiona tu lectura, silencio. Esa pasividad u omisión puede provocar nervios, desesperanzas y a veces desata la locura.

Leía a un crítico y recordaba a quien a él no gustaba. Coincidía en el gusto y el olfato. Pero ahora pasan casi veinte años y hemos habitado en silencio. Apenas recordaba ese nombre que ha venido a la memoria.

Por su cargo, muchos recibieron favores. No escribí, no saludé, no hice reseñas de sus libros. No recibí presentes nunca pretendidos. Siempre silencio.

Es injusta la crítica literaria, y si es de El País, mucho menos equitativa. Repiten las firmas de los comerciantes de libros que llenan las grandes páginas sin aparente definición. Silencio.

Debemos permanecer sentados. Faro es una ciudad preciosa pero los aviones casi sobrevuelan tu cabeza. He recorrido la antigua villa y la moderna. He tomado café mientras escuchaba un concierto de viento. Un poco asonante y sin tono, pero guardaba el ritmo.

Aunque el suelo y las calzadas de piedra rústica son bellos, molestan mi tobillo y la cadera. Unos negros restauraban una acera de la catedral. Mucho ruido. Los turistas se sentaban en los veladores a tomar algo con tapones en los oídos. No escuchaban nada.

Salí de Faro en silencio. Los aterrizajes y despegues y las restauraciones han llenado de decibelios mi cabeza. Intenté poner música en el viaje pero no escuchaba nada. Como una incorrecta interpretación de Heráclito en los sentidos.

Tomo el suplemento cultural de El País, y lo arrojo por la ventana del coche. Cuatro puntos menos. La literatura requiere silencio.