sábado, 14 de julio de 2012

En Vilna con Stendhal


¡QUÉ no daría yo por besar el lunar de la espalda! El del deseo, la falta, la locura. Paseo por Vilna con Stendhal. Desde el 2009 ha mejorado el sentido y la sensibilidad de la ciudad gamma.

Tengo que aprender los comportamientos sociales de los lunares. Ante un beso, una leve caricia con la yema de los dedos, un soplido suave. Todo suena a despedida. En el centro del corazón hace frío. No es diciembre.

¡Qué no soy crítico! Soy contemporáneo y todo cuanto eso implica: la capacidad de recomenzar antes que el tiempo acabe, nunca aceptar lo que nos llega sin el previo análisis. La rigurosidad lírica me la paso por el arco del triunfo parisino.

Después de todos estos años sigo leyendo a Juan Ramón. Hoy salto sobre su cama y enciendo y apago la lámpara de su mesa de trabajo. Una voz sobria y melancólica me llama. Es Juan. Desde su oscuro despacho me invita a que baje deprisa las escaleras de la casa-museo.

Estoy en la azotea con José Antonio. Aprovecha que hoy el tiempo es cómodo para limpiar con una brocha diminuta el rostro de una madona roja como el sauce. Le observo. Su cara hermética tiene los ojos en la virgen.

Lo quise todo. Perdí la vida una noche de diciembre. Tenía el teléfono en la mano y el libro de Leopardi sobre el sofá de color blanco roto. Los cojines marrones por el suelo, con los cuadernos. Pensé que el verso infinito era un lunar, tu lunar. Y lo acariciaba mientras repetía sobre la piel del mundo.

Fue una noche de gozo. Como una suite. Pero aun así me sigo preguntando si la poesía de ahora permanece. Responden las hormigas con una negación de cabeza. Ellas también prefieren a Juan Ramón. ¡Qué locura! ¡Cuántos no poetas! Los no sinceros no saben ni entienden de matices, de desvíos. Y lo tienen a huevo.