lunes, 10 de mayo de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XVIII)



He tenido mala fortuna, mal ángel –como dirían algunos-. Dejé un libro encima de la mesa del comedor y al llegar por la noche, a dios le ha afectado. No para de repetir una frase de la antología de Parra. Y la repite de nuevo, es una obsesión.

Tienes el apellido de tu padre, y sigues viviendo de él. Poeta hombre o poeta mujer. Mal nacido. Ignorante. No puedes construir dos frases con sentido y publicas poemarios que papá o mamá recomiendan. Un día no muy lejano en la presentación de un libro tuyo, un desconocido te solicitó una dedicatoria. Se llamaba Eusebio, y le has colocado la “H” a ese nombre. ¿Y escribes poemas? ¿Eres capaz de articular una simple conversación indeterminada?

Me está cansando y poniendo nervioso la dichosa frasecita de dios. ¡No tuve que haber dejado el libro!

En el proceso de la creación no intervienen muchos factores, aunque creas lo contrario. Factores escasos, pero mucha alma, sentido común y remedio.

Se han muerto las mimosas. En su lugar he plantado un abeto y una falsa pimienta. ¿Habrá suerte?

No perdamos la suerte, pero tampoco dejemos que crie malvas. La fortuna es un bien escaso desconocido.

Se ha acercado dios a mi despacho, y en voz baja ha repetido la frase:

“Es el amor lo que destruye al hombre”.