miércoles, 19 de mayo de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XXV)



Debes ir a tu aire, no dejes que te lleven. Olvídate del mundo y date una vuelta por él. Así, desnudo, sin papeles. Nunca llevo encima el dni, total, molesta en los bolsillos. En las manos sudan los libros que van quedando en las paradas.

En una cafetería dejé a Trapiello, en otra a Blanca, en la librería de mi amigo a Pilar. Yo voy prestando todo lo que tengo. Menos el coche. ¡Nunca dejes el coche! Es un error hacerlo y después te arrepientes.

Está dios enfadado. Lleva unos días terribles. Le invité a un whisky en la piscina y encendió una pipa sin mirar. ¡Estos topos acabarán en el skimer! Se lo comen todo. Los versos de Neruda son ahora unas hojillas manchadas de baba.

Tanto hablar de Miguel Hernández provoca dos acontecimientos. Uno de amor y otro de odio. Que fue un gran poeta no lo duda nadie, pero los acontecimientos se realizan a salto de mata. Lamentable el homenaje en Sevilla. ¡Qué altura! ¿Qué altura?

Silba, lleva las manos en los bolsillos y usa sombrero. El calor aprieta ahora un poco.

Dice Juan Carlos Aragón que el Carnaval es un concurso de letras, y que dentro huele a hospital (yo diría a podrido). Tiene razón. A hospital terminal. Pero echo de menos la fiesta, ese concurso, esas letras. De momento me conformo con los poemas de Aragón que revisamos, letras, sí, pero letras de altura.

Aire y altura. Dos palabras unidas por vocales. Toma un poco de aire para coger altura. Y saluda en los pasillos a Tomás Rodríguez Reyes para hablar de José Luis Rey (¡Silencio, se rueda!).

Alguien me envía un mensaje y dice que ha saludado a Gimferrer. ¡Coño, qué poeta más feo! ¿Qué altura?

Sigo a mi aire, leyendo a Cabanillas, José Julio. Aire y altura sin dudarlo.