miércoles, 24 de noviembre de 2010

The Face (setenta y cinco) (Tercera Inclinación)



Prefiero un paraguas de mano a una copa en vaso de plástico. Mai sonríe. Le pregunto por su voz de tonta del bote y asiente. Es la prueba de la simplicidad de Platón. En el Fedón. El cuerpo es mortal, es la parte visible. Como el plástico del vaso. Como tu propia voz.

En las últimas semanas he mantenido dos conversaciones importantes para manifestar la grandeza de Platón. No ya como el mejor filósofo de la historia, sino como el mejor poeta de todos los tiempos.

La primera ocurrió en Barcelona a principios de mes. Con Gregorio. Y la segunda en Sevilla con Tomás. Siempre llevo pañuelo. Un ser invisible que no se deja ver. Oculto en el bolsillo es voluntario, siempre cerca de dios.

Debes ser semejante y consecuente. Ambas cosas están unidas por el tono poético. Pero además añades, como buen hacedor, la originalidad del principio. Sigamos el camino. ¿Es difícil? Pero no es imposible. No hay nada posible ya que todo es único. Lo bueno y lo malo. Y el bien es escaso.

Consideramos los versos como el que considera los objetos. Gran error. Lo hacemos con la propia vida. Sigo buscando los poemas que he perdido, sin quererlo, y que me diste antes de ayer. No sabemos disfrutar mientras la lluvia lo ocupa todo. Ha llenado ese vaso. Ha manchado el alma. El sentido está mojado.

El efecto del ritmo ha sido superado por la naturaleza invisible. Seguimos escribiendo, muy de tarde en tarde. No nos gusta el resultado. No debemos dar salida. Al igual que el alma, esos versos no pueden tener salida. No pueden ser vistos, ni leídos.

Desde hace una semana no retiro las bellotas del porche. Todas están picadas por los bichos. Las que han caído al pilón tienen una nube de humedad. Las encinas sonríen como Mai. El viento les hace tener voz de tonta del bote. Las hojas cortan.

No sé si vivo en Siltolá o en Dodona. Y a veces no soy justo. Soy poeta.