viernes, 10 de septiembre de 2010

The Face (treinta y tres) (Tercera Inclinación)



Todos los escritores son unos tiesos. Algunos escriben en periódicos. Los que esperan ganar el oro y el moro se mueren de asco. Luego los tiesos son escritores. Los periódicos se mueren de asco. Y pobre aquel que espere ganar algo.

La miseria siempre ha acompañado al poeta. Salvo algún conde o duque que viene vagamente a la memoria, con suerte o consorte. Además de estrafalarios versos cortesanos de escaso valor literario.

Hambre nunca han pasado. Algunos se han comido lo que sea con tal de evitar el ayuno y la abstinencia. Pero nunca hicieron bien la digestión. De ahí esa máxima prudente, y bien resabiada, que indica que el poeta como los caracoles se beben su propio caldito.

Hace muchos años conocí a un escritor interesante. Además de llevar su casa a cuestas, también paseaba su producción. En los momentos de creación álgida, regalaba lo que escribía por la calle. Instaló una biblioteca de consulta en el metro y los estudiantes universitarios con inquietudes acudían a leer su poesía.

Una vez le quisieron avisar, pues había ganado un importante premio literario. Como en la plica indicó el metro como estancia permanente no lograron localizarle. El galardón pasó a otro poeta de renombrado apellido y pobre obra.

Cuando tomo entre las manos la obra del beneficiado, que indica siempre en su currículum, y en negrita, el premio conseguido, recuerdo el metro, las hojas de papel y su rostro.

No conservo ningún verso del poeta interesante, y eso que me regaló una infinidad de papelitos. Alguno viene a la cabeza incompleto.

Eso le pasó por tieso. Por no escribir en los diarios. Por regalar lo propio y olvidar lo ajeno. Por ser feo. Por guardar las palabras en una mochila de color azul. Por vivir. Por ser un gran poeta.