lunes, 25 de julio de 2011

3 (Tres)



Entro en una rotonda cerca del Palacio de Lecumberri, junto al eje de Hilanderos. Hago el ceda el paso. Todos los vehículos hacen lo mismo. De pronto la rotonda se convierte en un círculo cerrado de expresión. Un atasco de coches, de personas, de sombras. Nadie disminuye, ni ofrece resistencia. Busco un agrupamiento, un policía auxiliar, una triste aproximación a este desconcierto de cláxones y de luces.

Es la compensación de estar presente. He quedado en un café cercano al jardín de Oaxaca. Vienen a darme pistas. Incluso alguien por teléfono ha dicho que tiene fotografías. ¿Imágenes o proyecciones? He salido corriendo hacia la cita. Han faltado los versos que soy incapaz de escribir esta mañana.

La crítica en España me abruma. ¿Se hace de verdad o de risa? He leído a TRR y su opinión sobre los que se hacen llamar sabios (¿no serán animales hábiles?), esos que permanecen en la universidad y en las alturas. Y no han leído nada, poco, lo justo para acabar su doctorado en torno al tema de un eje central, como esa rotonda atascada. Por favor, señores críticos, profesores, estudiosos del arte, lean, comiencen a leer su ausencia de límites. En vuestras vidas todo son desvíos.

Después tendrán que presentar publicaciones. ¿Publicaciones? En la universidad no existe el arte. Todo funciona en torno a una acreditación que llega fácil. Es una justificación, un desencanto. Una vez, un poeta muy justo que iba a recibir un honoris causa, respondió al nombramiento con una carta de antijustificación.

Fuentepiña se muere, la rotonda es una arteria múltiple de engendros, los profesores universitarios no han leído al premio Nobel. Y aquí espero las fotos. Una señal que alumbre la búsqueda de años.

Pido un café asqueroso que sabe a margarina. El segundo un poco mejor con unas gotas de leche. El hombre siempre es ángel, pero también es diablo. Un lago como centro del bosque y una tierra que ahora está seca por estas estaciones. Deliro por culpa de esta bebida repugnante. Entra un joven con sombrero. Lleva paraguas rojo. Es la señal. El símbolo del ángel.

Como si Satanás cantara, ha empezado a contarme todas sus experiencias. Me ha pedido el regalo, la dotación por los hechos. Tengo que ver las fotos. Serio y seguro le exijo las imágenes. Abre un sobre marrón. Saca tres instantáneas.

Salgo de la rotonda cerca del Palacio de Lecumberri. Esta vez muy fluido. No he hecho el ceda el paso. De reojo miro el sobre marrón sobre asiento contiguo. El ángel me aprisiona, el diablo me habla. Debo llegar a casa, antes compraré un álbum; no serán las primera, ni siquiera las últimas. Una vida mediocre como la esos profesores del arte.