lunes, 9 de enero de 2012



DISCUTÍA con los filósofos con esa simpatía propia de los atareados. Y en ese mismo instante llegó la muerte y su principio de ejemplaridad. Suele presentarse puntual, sin atrasos, saluda en voz muy baja y estrecha la mano con vigor e insistencia, para no dejar que te escapes.

Dice Quevedo que te servirán de mozo y viejo, de cuna y sepultura. ¿Me ha mirado la cara? –insinué a la triste figura del acierto-. Pretendía retrasar algo más la marcha de las horas, no dilatar la fuerza de la falsedad de su rostro y esa voz de estilos cambiados que siempre, absolutamente siempre, muestra correspondencias.

La lucha de la vida con la muerte se produce al mediodía, cuando calienta el sol, en pleno invierno. Nos sentimos más cerca, más capaces, más con nosotros.

Hoy le vencí, no sé mañana. Cervantes, Azorín, Dante y Platón, me ayudan por las noches. En el frío de lo oscuro os leo con cariño y ansiedad. Vuestras líneas me apasionan. Es la clarificación.

¿Qué si es hermético Caballero Bonald? ¿Y tú, muerte, me lo preguntas? El poeta es hermético cuando te tiene cerca. Cuando observa tus ojos, cuando escucha tu voz, cuando oye tus pasos. Hermético quiere decir despótico, simpático, ejemplar, pero nada atareado.