miércoles, 4 de enero de 2012



EL capítulo número treinta y tres de Fábula es el que dice que el amor destruye al hombre. Pero también indica, y en eso es importante, que la familia deshace al ser humano.

Nuestra existencia es un accidente. Nadie ha pedido nacer y nos hemos encontrado en un mundo, en una sociedad compartida, con unas obligaciones y unos derechos irrenunciables. El ser humano por naturaleza es no familiar, aunque demos apariencia de lo contrario. Es solo apariencia.

Una causa accidental ha motivado un enorme accidente. Acabamos por acostumbrarnos a lo que somos, lo que tenemos y a nuestra familia, que sin ningún derecho, nos ha hecho nacer.

Nada es lo que parece. Hasta tenemos hambre y acabamos queriéndonos, amándonos, existiendo. Pero todo es mentira.

La soledad y el silencio son completamente incompatibles con la familia, con el amor, con la mera nostalgia. Pero también inducen al error dios, la política, el mundo y su suciedad.

Hasta la propia poesía acaba siendo extraña. Pero eso aparece en el capítulo cuarenta de Fábula. Todo es mentira, falso. Las sombras mienten, las personas no tienen conceptos, todo el mundo busca la libertad y la libertad sonríe.

No se puede ser hombre y poeta a la vez. Es duro, sacrificado, permanente. Pero es la única verdad. La conformidad del énfasis.

No podemos leer a poetas vivos. Todos son falsos. Ni muertos recientes. Pongamos como frontera a Juan Ramón Jiménez. Me quedo en los presocráticos, allí. Un horizonte temporal hermoso y amplio, y una pureza que nos ha llegado corregida.

Lo de ahora es veneno, engañoso y fingido, simulado. Incierto, con intenciones. Todo tiene una causa y la nuestra es no hacer caso a las causas.

La conformidad del énfasis. Vivir sin vivir y ser poeta sin intereses mundanos. La naturaleza no entiende de principios.