lunes, 4 de junio de 2012

La estantería marrón


POR el miedo a la costumbre. Eso suele ocurrir. Tomo el libro de un autor entre las manos. Durante las últimas semanas todos los suplementos literarios le habían dedicado reseñas. ¡Malo!, me dije. No hay un solo crítico que fabrique reseñas, las redactan por interés, amistad o miedo a esa costumbre.

Resulta que este autor es conocido, escribe bien, es correcto. Tiene sus seguidores, admiradores de todo cuanto haga. Si hablas un día con él da la sensación de habitar en el último peldaño de una escalera sin fin, pero no es así. Sabe que es la poesía el arte que le llevará a esencia, por eso no la abandona, aunque ahora para poder comer se escriban cosas miserables.

Tener oficio de poeta no significa ser poeta. Escribir correctamente tampoco.

Disfruté con la lectura del libro, incluso señalé dos poemas doblando el pico a la página. Pero no inmortalizó su palabra la razón de la palabra. Ni siquiera provocó la angustia que todos deseamos. La erudición no es sinónimo de poesía. Lo es de opulencia.

He guardado el poemario junto a otros que tienen hojas señaladas. En la librería azul, que está junto a la amarilla. Esa librería la tengo decorada con una zapatilla, velas, la foto de Pitingo dedicada con cariño y varios marcos.

Vuelvo a la librería marrón. Tomo a Colinas, a Parra, a Rilke, Pound, Eliot, Novalis. Allí está también Leopardi, Juan Ramón, Claudio, Dante, Platón. Lo marrón es inagotable. Lo azul tiene oficio.

Por el miedo a la costumbre. El alma sirve al cuerpo de instrumento como la poesía a los razonamientos. Ahora recuerdo a Plotino.  

Llora la soledad. Pienso en lo verdadero. Tengo frío. Esta noche de abril se nos va complicando cuando detengo el tiempo. La sonrisa que aparentas es mi único destino. Aunque digas que me quede salgo corriendo. Discúlpame, es el miedo a la eficacia.