sábado, 9 de junio de 2012

Tercera Guerra Mundial: la arbitrariedad


MI madre era una buena mujer. Tenía un exquisito don sobre las personas. Les ayudaba, lograba visionar y arreglar todo lo permisivo. Cada ejercicio deterioraba su salud física, pero el interesado recibía beneficios.

Aquellas cuestiones de difícil resolución le llevaban más tiempo de la cuenta. Una duración posesiva e indiscriminada. En alguna ocasión la pude contemplar baja de forma física. El trabajo había sido excesivo.

Días antes de morir, ese fatídico enero de este año, me comentó con voz muy baja: “Hijo, ha comenzado la tercera guerra mundial”. Prosiguió: “Ahora las guerras se hacen de otro de modo, no son batallas, dependen de la arbitrariedad”.

No he parado de dar vueltas a sus palabras cercanas. La tercera guerra mundial ha comenzado. Son luchas políticas, caprichos premeditados, rescates financieros. Todo está determinado: Grecia, España, dentro de poco Italia. El Sur verdadero, la esencia y el origen, molesta al norte.

Se mantiene la discordia, el mal gusto, la invasión. Se precisa de una fuerza superior capaz de reconducir las voluntades. La pasividad es sinónimo de efervescencia. Hay que actuar, eliminar todo aquello que sobra y comenzar de cero con una paloma en la mano y una historia que no enseñarán en los centros educativos.

Hoy no hemos perdido a un presidente de gobierno, hemos dejado de ser España.

En Europa hay una luz que habita por encima de todos los principios. Dice llamarse nube. Parpadea con el sol. Junto a la luna tiembla, pasa frío. La ausencia de esa luz se llama arbitrariedad.