La tía Juana poseía una destreza singular a la hora de confeccionar
chalecos de lana. Era eficaz, rápida y correcta en las terminaciones. En casi
todas las fotos que poseo de esa época aparezco con muestras de su quehacer. Su
presencia en las instantáneas provoca remordimientos.
La tía Juana salía poco de su patio, en él era feliz, allí encontraba
el alimento. Una tarde no bajó. Buscamos en su casa el rastro y apareció el
consuelo. Yacía sentada sobre su mecedora con radio puesta. La tía Juana había
fallecido.
Descubrí muy joven la finalidad de la vida y la muerte, el amor
verdadero y el sentido primero de la razón de la palabra auténtica.
Ahora sigo con Fábula. Sus
más de mil quinientas páginas asustan. Hace unos meses hallé otras miles de
páginas inéditas, escritas en cuadernos, cuadernos marrones. Las leo y las
anoto, complemento el origen, aunque pienso que en estas anotaciones se
encuentra la verdadera razón de esas palabras.
La tía Juana tenía una voz que nunca más logré escuchar. Aunque es
imposible olvidarla, también la clasifico. Lo hago por vicio y por virtud.
Si no existe la verdad, ya que todo es mentira, ¿cómo voy a respetar a
los gilipollas que se creen en posesión de esa verdad?