jueves, 31 de mayo de 2012

Darán cuenta los necios


HABLO conmigo mismo. Cada vez que abro la boca para respirar miles de mosquitas blancas se adentran en mi garganta. Trago. Exhalo. Me alimento de cuerpos diminutos, molestos, egocéntricos.

Dos ranas verdes se escondieron en el contenedor de la basura. El que siempre tiene una bolsa negra. Cuando acudía a arrojar las malas ramas daban un salto grande hacia arriba pero no conseguían su objetivo. Pretendían vivir, respirar, alimentarse de la mosca blanca.

El verde de las ranas es eléctrico, brillante. ¿Hay humedad en su silencio? ¿Hay consideración? Llevo un rato agachado, de rodillas. Recorto las hojas sobrantes y arranco las hierbas de la despoblación. Calmo la sensación de angustia con la desesperanza. Pablo me manda un video donde se promete la ayuda y la honra. Diego sueña que arrojamos los libros a un río desde un puente. Ana lucha por la acreditación obligada.

Esta vida es una puta mierda. Existe el hambre, habitan los discípulos de la mediocridad. En la naturaleza no existe la poesía tal y como la conocemos, renace el centro, el centro indudable. La pura observación. El verso prometeico.

Paseo por Siltolá con Vázquez Montalbán. Le suplico que me enseñe su educación sentimental. Guarda silencio. Es una sombra. Corro hacia las ranas y levanto la tapa del contenedor. No pueden. El salto es infinito. De una patada tiro el recipiente. Salen las ranas. Corren tras las hormigas.

Cada cual a lo suyo. El verso en el cuaderno. El marrón ahora es verde. Abro la boca todo lo que puedo. No entra nada. Tiemblo. Me duelen las mandíbulas. Me apasionan las vanguardias, los presocráticos y la descripción de tu rostro. El hilo de agua que recorre tus muslos se lo dejo a las ranas o a la mosca blanca. Ellas darán mejor cuenta que yo.