viernes, 11 de mayo de 2012

Lavanda


LEO a Platón. Me acompaña Heráclito muy cerca. Él lee a Parra y a Juan Ramón. Tus recuerdos siguen sonando a despedida. He dejado de tener tanto, lo perdí todo una noche de diciembre mientras soportaba el libro de González y esperaba tu llamada. En ese justo instante descubrí que la naturaleza hay que vivirla, no basta con escribir a los pájaros y a las nubes. Hay que ser pájaro, hay que tener corteza como los árboles, hay que estar sobre una casita blanca o verde en las encinas, y alimentar con gusanos a los jóvenes que dicen escribir poesía.

He escrito a Armando. Tengo que verlo en Madrid o en México. Deseo recordar cuanto ocurrió con él hace años. Mira que estabas guapa con esas medias negras. Mientras me señalabas con el dedo en la canción sentí remordimiento. Algo así como lo que ahora le ocurre a Heráclito. Se le ha caído el mundo encima. Dice que Parra es más sincero que Juan Ramón, pienso lo contrario.

Sigue dios de vacaciones. Siempre lo ha estado, salvo cuando vivía conmigo y preparaba el pisto con tomates de Siltolá.

Voy despacio. Muy despacio. Calmo la sensación de calor con el nuevo nacimiento de la melancolía. Aunque no estés a mi lado siento el frío de la prohibición. No estás. Grito, toco, saboreo. No estás. Acaricio a la botella como si tuviera medias y leo la etiqueta dominicana. Me ha tocado la vida de la paz. Pongo derecho el cuadro de Pérez Galdós, arrojo la ceniza y observo la luz intermitente de router. Es verde como tus ojos.

En la naturaleza todos somos presencias. Nadie es recuerdo. No existe el pasado. Araño la pared con unas incipientes uñas para sentir, solo para saber lo que se juzga, una opinión, un remordimiento, una virtud. Ya quisiera que todos fuéramos presencias, en la naturaleza existen los fantasmas, tienen cara de poetas y están estreñidos. Son como el trece. Un número mágico repleto de sueños. Pero no aportan nada.

Se ha acabado el tabaco. Salgo al porche y tomo un puñado de lavanda. Lío sus filamentos en papel de fumar. Enciendo algo que huele mal y sabe peor pero expulsa el humo. Una nube oscura sin hueco de salvación. No aspiro, redimo. Con las manos disperso ese humo que siempre ocupa espacio.

Ha entrado una cabra en casa. Me asusto. Si entra una cabra puede colarse una araña. Con las manos la espanto. El humo se esconde. En la naturaleza todos buscamos el espacio que dejan las presencias.